A veces en las horas del amanecer, cuando la noche y el sueño han limpiado, al menos momentáneamente, la estupidez que todos abonamos durante las horas del día, por miedo, por intereses, quizás por pura ignorancia, se ven las cosas con nitidez, con una especie de clarividencia que luego se disipa y nos falta cuando todo vuelve a despertar a la cotidiana realidad de nuestras banalidades.
Y uno se asusta.
Se asusta de pensar que las cosas podrían ser mucho más sencillas, que podrían funcionar mejor si no estuviéramos manipulando cada segundo la realidad para acomodarla a la ideología de un partido político o los intereses de una empresa.
Cada día se destruyen infinitas posibilidades de mejorar al hombre, cada día se despilfarran cuantiosos recursos en el humo de proyectos inútiles sólo para satisfacer la vanidad y acrecentar el ego de unos pocos.
Cada día los pobres son más pobres y los elegidos acumulan más riquezas sobre sus riquezas, poder sobre poder, avaricia sobre avaricia.
Y uno se asusta sobre todo de que hayamos llegado al punto de que eso nos parezca normal, de que reconozcamos que algunos hombres son superiores a otros no por su bondad, inteligencia, capacidad, tesón, habilidad para hacer el bien sino por su falta de conciencia universal, su maldad intrínseca, su capacidad de manipulación, su carencia de escrúpulos, su derroche en la administración de los recursos del mundo que en teoría deberían ser de cada uno de los seres humanos que habitan el planeta.
Muertos los valores que de una forma u otra lideró el cristianismo y su asentamiento práctico en la sociedad del siglo diecinueve, asistimos a la lucha por la supervivencia en un campo de batalla donde los ciudadanos se enfrentan cada día a las guardias pretorianas de abogados defendiendo los intereses de los grandes grupos del poder y la riqueza, que utilizan y manipulan las leyes que una vez fueron creadas en beneficio de todos. De grupos especializados en el uso del lenguaje, arma eficaz para convertir una realidad evidente en otra acomodada a sus deseos. De la prensa, la radio, la televisión que destilan lenta e inexorablemente su mensaje terminando por habitar en la conciencia del individuo.
Pero que digo. Qué negro lo veo todo. No. Hay que ser optimistas. Como decía alguien, no me acuerdo quien: “ Por muy bien que hagas las cosas en la vida, siempre todo terminará mal”. O algo parecido.
Bueno, como sabemos el final, tratemos al menos de hacerlo lo mejor posible mientras podamos. Alegría. Alegría.
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