lunes, 10 de enero de 2011

49 – EN LA SOLEDAD DEL OSITO.



Las cuatro de la mañana. El viento del Pacífico me despierta. Escucho las noticias y me sorprende una que habla de que los mejores hoteles del mundo desde Hong Kong a Las Vegas que habitualmente acogen a ejecutivos de empresas en sus desplazamientos por el planeta no sólo con habitaciones cómodas sino también con saunas, gimnasios, bufetes, internet, etc. incluyen ahora un osito de peluche que les recibe acogedor entre las almohadas cuando llegan cansados, exhaustos de los largos vuelos y los afanes empresariales.

Y es que al parecer en una de esas encuestas que toman las pulsaciones del planeta se ha revelado que una gran mayoría de altos cargos empresariales llevan en el rincón más íntimo de su maleta un trozo de aquél alma desgajada apenas terminada la educación elemental: el osito de peluche.

Y es que el mundo no está para bromas y el que más y el que menos chapotea en las aguas inmisericordes de esto que llamamos civilización buscando algo a lo que agarrarse, una pequeña tabla de salvación en forma de osito, por ejemplo.

En los años cincuenta del siglo que nacimos, aquella generación que tuvo el mundo en sus manos y decidió convertirlo todo en un suculento negocio también sufría del cansancio y el desgaste del trabajo, la avaricia y la soledad. El hombre de negocios volvía por la noche a la habitación de su hotel y al quitarse la corbata se desprendía también de su sonrisa corporativa reflejándose en la pantalla del televisor su figura patética en camiseta aferrado a una botella de Jack Daniel´s que terminaba al tiempo que se quedaba dormido en la butaca ajeno a los disparos del oeste en blanco y negro del televisor.

El escritor Antonio Muñoz Molina capta muy bien esta imagen en uno de los capítulos de su libro El Jinete Polaco. Y desde luego nada como la soledad urbana expresada por Edward Hopper en las luces y sombras de sus escenas americanas.

Aquella redención a través del tabaco y del alcohol sólo condujo a la cirrosis y el cáncer de pulmón en los que sucumbió gran parte de la altivez y la soberbia de una generación que se consumió en si misma y que como otras muchas creyó ser inmortal al menos en el eterno instante de un parpadeo.

Y llegaron las nuevas generaciones que hicieron borrón y cuenta nueva no sólo del mundo de los negocios sino de su estética y sobre todo de la estética personal de sus ejecutivos.

La botella de agua mineral se convirtió en el símbolo del llamado “ Master of the Universe “. Bien perteneciendo al mundo de la banca, al conglomerado de la industria o a la nueva frontera cibernética. El nuevo ejecutivo se levanta ahora al alba, baja al gimnasio del hotel donde se pone en forma para la lucha en el campo de batalla diario de los negocios, desayuna cereales, café y yogurt y se acompaña del agua purificadora durante toda la jornada.

Es una especie de astronauta urbano, entrenado, despierto, ágil, flexible que cruza con paso rápido las galerías acristaladas de las catedrales del poder con el maletín de negocios en una mano y el café o la botella de agua mineral en la otra.

Pero no nos engañemos. Es cierto que el aspecto exterior ha cambiado, que el tabaco y el alcohol a partir de las diez de la mañana ha sido sustituido por la transparencia del agua pero en su interior este nuevo monje asceta de los negocios sigue llevando el miedo y la soledad que ahora calma en la compañía de su osito de peluche.

Porque parece ser bien cierto esa especie de tópico que circula de que cuanto más comunicados estamos más nos acecha el miedo y la soledad. Recuerdo que antes sólo los niños pequeños llevaban sus mantitas, almohadas y ositos cuando iban con sus padres a algún viaje y era conmovedor y gracioso verlo. Pero ahora se repite la misma escena con adolescentes de quince y dieciséis años. Los veo muy a menudo en los aeropuertos con sus almohadas gigantescas, sus osos, sus muñecos de todo tipo. Quizás porque la fácil y grata infancia que disfruta el primer mundo no quiere renunciar a esa cómoda burbuja y se apunta en masa al síndrome de Peter Pan.

Puede que dentro de poco también los ejecutivos, al igual que han hecho otros grupos sociales, abran sus particulares armarios donde ocultan esa parte humana que no pueden eliminar y que muestra sus carencias y debilidades y se presenten en el consejo de administración, en la reunión de grandes ejecutivos con su osito de peluche, lo saquen sin rubor del maletín colocándolo encima de la enorme, carísima mesa de caoba o cristal tallado y sirva de catalizador para bajar unos grados el termómetro de la confrontación.

Quien sabe, a lo mejor los ositos nos solucionan la crisis.

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