miércoles, 30 de junio de 2010

4 - CABLE CAR.




Las seis y diez. Enciendo el ordenador para escuchar las noticias locales. Pongo el café. Afuera llueve con mala leche y las ráfagas de lluvia resbalan por los cristales casi como en uno de esos lavados automáticos de coches. Quien lo iba a decir, hace sólo un par de días estaba la gente dándole a la barbacoa sin piedad, chamuscando media cabaña nacional en cualquiera de los estupendos parques de la ciudad.

Oigo la cafetera haciendo sus habituales gargarismos y me doy cuenta de que no he puesto café. La apago. Vuelvo a empezar todo de nuevo. Ahora sí. Ya huelo el aroma del maravilloso brebaje.

Las tormentas vienen directamente del mar que veo desde mi ventana. Es muy bonito. Se acercan por los farallones, cubren el Golden Gate y vuelven invisible la marina, el manto blanco de las casas cercanas al mar, el Presidio, Alcatraz, Ángel Island. Todo desaparece, los pinos se agitan dejando un manto de agujas sobre las escaleras de piedra que cruzan de Washington a Clay. Luego la tormenta pasa y todo reaparece como en Brigadoon.

Sube el cable car dando tumbos y trompicones, arrastrando su esqueleto de hierros herrumbrosos, agarrado el conductor a la larga palanca que tiembla entre sus manos. Al fondo del vagón el cobrador echa un vistazo al San Francisco Chronicle bajo la incipiente luz que se filtra entre las nubes de lluvia que se alejan. Los asientos están vacíos a esta hora temprana de la mañana. Excepto los ocupados por los escasos sempiternos pasajeros en blanco y negro que ya viajaban antes del terremoto y se niegan a abandonar sus asientos de tablas, su escaparate a la vida que fue y ya no es.

Llegando al final de la cuesta hay un automóvil en doble fila ocupando parte de los raíles. El conductor toca la campana repetidamente hasta que no tiene más remedio que frenar. Asoma la cabeza y mientras ve al conductor apresurándose hacia el coche, exclama: Asshole!

Cierro la ventana. Me sirvo una taza de café. Ahora sí que amanece.

martes, 29 de junio de 2010

3 - QUERENCIA.




Me hice el propósito de no leer las noticias de mi otro país, España, y así estoy sentado contemplando la pantalla y viendo los iconos que se apelotonan sobre eso que llaman salvapantallas. No me decido. Si leo, aunque sea los titulares, me cabreo. Si no lo hago me entra un come-come, un regomello que me dura todo el día. Como si saliera a la calle sin calzoncillos.

A veces me he tirado varios meses ignorando olímpicamente esa parte de mi alma y mi cuerpo que se quedó allí aletargada en el blanco y negro de lo que pudo haber sido y no fue. O de lo que fue unas veces para bien y muchas otras para mal.

Pero por montañas de vendas y apósitos espirituales que me aplique, por muchos pediluvios sumergiendo las llagas en la palangana de la nostalgia siempre estoy a punto de llamar a urgencias ¡Ay! ¡ay!

Bueno, al final siempre vuelvo al redil de los podcasts para comprobar que nada cambia. Que los mismos impresentables siguen representando, que el mismo espíritu artero, mezcla de astucia e ineptitud sigue ocupando los escaños del poder, del relumbrón y de la fama.

Así que me pongo a mirar el tiempo que hace: veintiséis grados, mínima de once. Es la primavera. Total, como dice Julio Iglesias: “…la vida sigue igual…”

lunes, 28 de junio de 2010

2 - LA MANZANA.




Las seis. Enciendo la luz de la cocina. Enciendo el ordenador. Cierro la ventana del salón. Siempre, verano o invierno, dejamos un par de centímetros de ventana abiertos para la cosa de dormir ventilados. Sostenemos la peregrina idea de que así es más sano. Digo peregrina porque no estoy seguro de que ese razonamiento sea del todo lógico.

Hace algo de frío. Sopla el viento contra los cristales. Es todavía de noche. Me pongo un jersey sin mangas y enciendo la calefacción. Preparo café.

Me quedo mirando la luz blanquecina de la manzana mordida. No sé a santo de qué me da por escribir en la ventana de Safari: “morder la manzana”.

Y la pantalla me responde: ¿Te atreves a morder la manzana del pecado? Solos tu y yo, desnudos en el paraíso. Te ofrezco mi compañía para momentos de secreta intimidad, cenas, reuniones o eventos sociales o bien, podemos compartir viajes o fines de semana. Las horas se nos harán cortas. Un masaje para entrar en situación, confianza, elevar la temperatura que hay aprisionada, la tuya y la mía, la nuestra…y sigue hablando sobre enseñarme el “sado – erótico”, botas altas, juguetitos varios… si a tu pareja le gusta el morbo de verte en “acción” o ella ponerse en situación, estaré orgullosa de complacer vuestros deseos…y remata: Servicios en St Just Desvern.

¡Caramba, pienso, si sólo son las seis de la mañana!

También leo que, al parecer, morder la manzana es signo de buena fortuna. Bueno, Blancanieves lo pasó muy mal, más bien fatal pero al final la manzana envenenada no pudo con ella y el príncipe Urbason la rescató.

Me pongo otra taza de café. Me voy al baño a tomarme las pastillas. St Just Desvern, eso me suena en Cataluña. A unos seis mil kilómetros de donde vivo. Este ordenador es un chingón.