Ha amanecido frío y con una brisa que se va convirtiendo en un viento molesto a medida que entra la niebla. Voy andando por Crissy Field. No hay un alma. Como es lunes están cortando el césped y recogiendo la basura que se ha acumulado durante el fin de semana. Me acerco a los lavabos pero están cerrados de momento. Un joven aplica la manguera concienzudamente a todo el recinto.
Pasan dos jubilados que ya conozco de otros días. Son italianos. Tienen pinta de italianos. Al menos van hablando en italiano. Uno es delgado y siempre lleva un sombrerito con una pluma en la cabeza, el otro es ancho y tiene una buena barriga que sus buenos dólares le habrá costado. Me los puedo imaginar alrededor de una gran fuente de pasta con pelotas de carne, todo ello regado con una buena salsa de tomate con albahaca y queso parmesano abundante por encima.
El delgado comiendo tanto como el gordito o más. Pero la vida no es equitativa y mientras el flaco no engorda un gramo y sus paseos sólo están orientados al disfrute del paisaje, al gordo le asoma un trozo de plástico por la cinturilla del chándal con el que se habrá envuelto como un salchichón con la vana esperanza de quemar las calorías que tan alegremente se metió para el coleto junto a su amigo el esmirriado.
Por fin el joven me hace una seña de que el baño está en plan operativo y le sonrío en agradecimiento apresurándome para ser el primer cliente de esta mañana resplandeciente de finales de Junio.
Aliviado, emprendo la marcha por lo que yo llamo “El Desierto” que es la recta, el camino de tierra que va desde el puente de tablones de madera al “The Warming Hut” donde el viento disminuye y el paseo es más amable.
Hacia mí viene trotando un esqueleto femenino a toda pastilla como si fuera un pariente del lejano Filípides trayendo las buenas nuevas de los campos de Maratón. Su delgadez es realmente extrema y me sorprende que se de esas palizas corriendo. A ella también la he visto otras veces los lunes.
Al llegar al muelle lo encuentro desierto. No están los pescadores, ni los chinos con sus cestos de cuerda para coger cangrejos. Tampoco está el puesto de salchichas que perfuma el ambiente con el grill, la mostaza y el olor a chucrut. Ni los turistas haciéndose fotos. Sobre todo los japoneses y chinos que estiran los brazos o las piernas como agarrando el Golden Gate que se levanta magnífico en el fondo de la foto. Tampoco están las innumerables bicicletas de alquiler en las que llegan pedaleando franceses, italianos, españoles, alemanes, por citar algunos. O los moteros que aparcan en Fort Point sus máquinas policromadas, brillantes, con los cascos apoyados en el depósito de combustible y se van a estirar los zahones de cuero hasta la verja de “Hopper´s Hands” que todos tocamos para probar que hemos estado allí. Ni sentados al sol el grupo de rusos tan viejos como su ya olvidado asalto al Palacio de Invierno que cada día se reúnen y hablan y hablan en ese idioma tan peculiar.
Pero todo esto comenzará a pasar dentro de un par de horas. Es todavía muy temprano y como dice una amiga mía mejicana: “ El lunes ni las gallinas ponen “.