sábado, 24 de julio de 2010

11 - EJERCICIO.




Hoy me ha recriminado mi costilla de que no haga los ejercicios desde algún tiempo. Es verdad. Cuando estuve fastidiado de la ciática me puse a ello y me dio buenos resultados. Los estuve haciendo regularmente durante mucho tiempo. Luego, de repente, me olvidé.

Lo mismo me pasó con la bicicleta, años y años subiendo y bajando los puertos de cerca de casa. ¡Como disfrutaba! Hacía un circuito de cien kilómetros que incluía dos puertos y, bueno, como quien lava. No, no. Menos lobos, que a veces iba limpiando el asfalto con la lengua.

Y pasó lo mismo. No sé como ni porqué arrumbé la bici. No fue debido a nada en particular, no me caí, ni me dio un infarto, al contrario, estaba en muy buena forma, ni me metí en un partido político, ni pensé en ningún momento que era demasiado viejo, pero cuando me di cuenta ya hacía tiempo que no salía a la carretera. Ahora miro mis dos bicis de carreras y pienso que no sería capaz ni de llegar a la esquina.

Con los recuerdos sí, con ellos subo ligero la Cuesta de los Pobres que tenía su aquél y no dominé hasta después de mucho entrenar. Y los puertos ni te digo. Las cosas se cogen y se dejan por las buenas. Al menos es lo que me pasa a mi.

Bueno, basta de charla, me pongo a ello…estiramientos…
flexiones…derecha…izquierda…está amaneciendo, en cuanto termine pondré café, luego el ordenador, a ver si soy capaz de acabar el capítulo que tengo entre manos.

Luego voy a hacer un guiso de carne. Sencillo. Unas cebollas picadas, ajos, pimientos…pondré la carne a marinar en trozos pequeños para luego poder hacer tacos. Eso es. Soja, ponzu, aceite de oliva, perejil, pimienta y sal, mucho ajo. Lo rehogo bien, vino blanco, quizás unos pimientos del piquillo para darle un toque…un poco de música de cámara para abrir boca.
¿Haydn, Mozart, Beethoven?
¡Ah! Derecha…izquierda…uno…dos…

¿Se me olvidarán mañana?

10 - TENSIÓN.



Nunca había relacionado los supermercados con la vejez, con ese sentimiento melancólico que causa la sensación latente de que el día menos pensado le puede dar a uno un jamacuco.

Los supermercados, los mercados, cualquier lugar donde hay productos del campo, verduras, frutas, carnes, pescados, paquetes y botes de esto y lo otro me producen un sentimiento de satisfacción, me dan alegría, ganas de vivir. Incluso cuando se hacen rutinarios, cuando acudes solamente porque se te ha acabado el papel higiénico.

Pero ahora, no ahora, hace ya tiempo tienen un aparato para medir la tensión. Lo que ocurre es que antes no reparaba en ello y ahora sí. La edad me ha llevado a tener que admitir aunque con profunda renuencia que tengo que tomarme la tensión ya no sólo de vez en cuando sino al menos una vez cada diez días.

Cada vez que paso por el aparatito de marras hay alguien con el brazo metido en esa banda redonda que te comprime suavemente el bíceps, el interfecto generalmente adoptando una cara de circunstancias y siguiéndote con la mirada como diciendo: no te alejes mucho que tu eres el próximo.

Siempre que en la consulta del médico aparece el aparatito y me lo pone alrededor del brazo noto que se me altera el pulso, sé que se me va a disparar la tensión. Para mí es como la sensación que tenía de pequeño cuando iba a confesarme, sabía que por muy bueno que fuera siempre sería culpable de algo. Culpabilidad. Eso es. Un sentimiento difuso de culpabilidad. No estoy seguro pero creo que los famosos detectores de mentiras están basados en algo de esto. Si es así creo que en mi caso no tendría remedio, sería siempre un culpable irredento.

Las primeras veces que me senté a tomarme la tensión en el supermercado me costó mucho trabajo. Me daba la sensación de que todo el mundo me miraba…
—¡Qué, otra vez alta con la tensión alta! ¡Bandido!
—¡Siempre igual, siempre igual! ¡Cuando cambiarás!
Imaginaba yo que me decía la gente mirándome con ojos recriminatorios.

Más que alta la tenía descompensada. El médico me dio unas pastillas y durante un tiempo estuve muy bien. Luego comencé a tenerla más baja de lo normal, a veces tan baja que creía que se había estropeado la máquina.

Me compré un medidor en el Internet. Me hice el propósito de usarlo con regularidad. Pero no. Ahí está en el fondo del armario muerto de risa. Me da pereza sacarlo.

Pero he cogido cariño a la del supermercado y ya no me cuesta sentarme, relajado, a tomarme la tensión. Ha sido un largo camino, ya no siento que me mira la gente. Toco el botón y la máquina me enseña con cariño sus dígitos reconfortantes.

Además, es la única cosa gratis del supermercado.

viernes, 16 de julio de 2010

9 - DESVELO.



Sin saber la causa muchas veces me despierto de repente a las cuatro de la mañana. Intento no abrir los ojos para ver si así me vuelvo a dormir pero pasa el tiempo y sigo despierto.

Vuelvo la cabeza y miro desde la cama a través de la ventana. Hay pocas luces y muchas de ellas están tapadas por la cortina de pinos que nos separa de las casas colindantes.

Me recuerda mi primera juventud. La escasez de luz, quiero decir. En mi barrio había pocas farolas de una luz mortecina que alumbraban solamente un pequeño círculo alrededor del poste que las sostenía. No había tampoco ruidos. Todo se aquietaba. El silencio era la pausa, el respiro a las diarias exigencias de la vida.

A menudo, por motivo de un viaje, de una conexión, de una breve estancia en cualquier ciudad, me despierto a la misma hora en la habitación de un hotel, casi siempre a gran altura, oteando por encima de los tejados de edificios antiguos.

A esas tardías horas de la noche el tráfico por las autopistas tampoco cesa, hay un murmullo continuo de motores acrecentado por la urgencia de diferentes tipos de sirenas, por sus destellos rojos, azules, naranjas que tiznan de fogonazos las esquinas, las fachadas de las casas, que emanan de algún callejón somnoliento.

El cielo permanece oscuro, el reflejo lumínico impide ver las estrellas pero son visibles los puntos brillantes de luz de los aviones que uno tras otro descienden o se elevan buscando el intrincado dédalo de rutas locales o internacionales.

Hace tiempo que el mundo ya no duerme. Al menos de momento yo si duermo, aunque me desvele y tarde en conciliar el sueño.

Me vuelvo hacia el otro lado de la cama tapándome los hombros con la manta. Me he puesto uno de esos cascos livianos para oír entre las sábanas. Busco música en la pequeña radio de pilas: Mahler. Cierro los ojos. El sueño, poco a poco vuelve envuelto en la música. Traspaso la frontera. Me quedo dormido.

jueves, 15 de julio de 2010

8 - BACALAO.



Me voy a dar una vuelta por North Beach, hace un sol que invita a ello, además ya me apetece comprar un lomo de bacalao y solamente aquí lo encuentro, en Molinari´s, entre Grant y Vallejo. También lo tienen en La Misión, mi nuera muy diligentemente y con mucho amor me trajo uno entero pero estaba más seco que el ojo de la Inés. No era lo que esperaba pero se lo agradecí, por supuesto.

El bacalao no tenía remedio, daba la sensación de que le habían pasado por encima diez o doce camiones de dieciocho ruedas y por mucho que traté de esponjarlo en agua no hubo manera. Acabó en la basura.

Molinari´s es una de esas tiendas clásicas que cada vez son más difíciles de encontrar. Una tienda de comestibles, un colmado que ahora dan en llamar “delicatessen” porque parece que queda más fino. El toldo de gruesas bandas blancas y azules que da sombra al escaparate repleto de productos deliciosos se adivina desde un par de manzanas antes de llegar. En la acera algunos clientes que han estado haciendo cola pacientemente para que les prepararan su bocadillo favorito se sientan ahora en las mesas de la entrada engullendo con delectación mientras ven pasar a los turistas que o bien se añaden a la fila o cruzan la calle para sentarse a tomar un capuchino en cualquiera de los cafés que además ofrecen el tibio sol de la mañana.

Al entrar hay esa mezcla de olores antiguos que despiertan la memoria de la infancia, cuando nuestras madres nos mandaban a comprar un kilo de lentejas o una botella de aceite a granel.

En la vitrina de cristal varias hileras de cortes de mortadela, chorizo, salchichón, jamón curado y dulce, pastrami, coppa, carne asada, salchichas de varias clases, quesos enteros y en porciones, ensaladas y ensaladillas, cuencos de aceitunas…

Sobre el mostrador una cortina de salchichones de diferentes grosores y longitudes, algunos cubiertos de una película blanca de harina, jamones, morcones…en la pared dos pizarras con la lista de sándwiches que hacen difícil el dilema de decidir.

Me desplazo al lado derecho donde se apilan cajas de botellas de vino, latas de pimientos rojos, atún, tomates curados al sol en aceite, botes de tomate natural, otros preparados para hacer pasta. Sobre el mostrador tres básculas de Toledo - Ohio de los años cincuenta esmaltadas en blanco. En una de las estanterías un buen lote de lomos de bacalao.

Son hermosos, limpios, sin apenas espinas. Sólo hay algo que no me gusta y es que arrancan la piel. Para los buenos conocedores la piel es importante, aporta esa gelatina que emulsiona la salsa espesándola.

Me atiende un empleado mejicano que conozco de otras ocasiones, siempre comenzamos hablando en inglés y terminamos haciéndolo en español. Me envuelve la pieza en papel blanco del que aquí se sigue usando de toda la vida. Nos saludamos, admiro los bocadillos que compra la gente durante un minuto y salgo a la calle andando despacio hacia el trolebús número uno.

7 - PETRÓLEO.



Yo es que me quedo pasmao. Toda la vida recogiendo botes y papeles en las playas. Guardando religiosamente los plásticos para reciclar. Distribuyendo las cosas en sus correspondientes contenedores de colorines, yendo con la bolsita de la compra para no usar las de plástico o papel, etc., etc…y mira que a los mayores nos costó al principio, pero hemos recorrido un largo camino: acuérdense cuando la gente iba y ¡zas! El gargajo en la escupidera…sí, era una cochinada, cosa más de educación que de ecología…porque en realidad, ahora que lo pienso, la penuria nos hacia ser respetuosos del medio ambiente, porque no había toallas de papel de cocina y se usaban trozos de periódico en el vater a menos que fueses pudiente y pudieses comprarte aquellos con el elefante pintado. Teníamos nuestros trapos de cocina y el asperón y el estropajo que a mi me da la sensación de que eran más biodegradables que todos esos líquidos que nos venden ahora.

Usábamos la cazuela heredada de la abuela que bajábamos de vez en cuando a la puerta de casa donde el Lañador – Paragüero nos ponía un remiendo al culo y así tirábamos otros doscientos años, sin usar envases de plástico, ni de estaño, ni de ningún material desechable.

El caso es que, a fuerza de machacar, logramos usar las papeleras, dejar de sacudir a los pobres animales muchas veces por pura diversión salvaje y tratar de no mearnos en las piscinas aunque seguimos haciéndolo en el mar.

Y después de todo eso, pensando que eres un buen ciudadano, te levantas una mañana y te encuentras con que ha reventado una de esas plataformas petrolíferas y está saliendo un chorro de crudo a la superficie del mar que amenaza, o que ni siquiera amenaza, sino que es un hecho que va a destruir kilómetros y kilómetros de costa, de vida marítima, de cadenas tróficas imprescindibles para el mantenimiento de los seres vivos. Que va a borrar del mapa todas las industrias de pesca de la zona que se sostienen delicadamente en un mundo cada vez más hostil.

Otras veces el desaguisado proviene de un barco, sea el Exxon Valdez o el Prestige. Da igual, la catástrofe es la misma.

Y enseguida comienzas a oír noticias y declaraciones y evaluaciones y monsergas y a leer entre líneas lo que no quieren decirte pero ves de una forma lacerante: la falta de escrúpulos de las empresas, las artimañas de los políticos, la nula previsión, la patraña repetida que pone en juego nuestra propia existencia a favor de la avaricia.

Me voy a tomar un café, debo de tomármelo con calma. Ya sé que nos inundarán de imágenes de pobres pájaros cubiertos de petróleo y del desastre general y el halo de la sempiterna solidaridad individual y colectiva que nos hará sentirnos reconfortados. Pero de lo importante, de lo que tendrían que sacar a la luz bajo los más potentes focos de la verdad, de eso, hablarán poco, tarde, mal y al final nunca del todo. Y como la historia nos tiene acostumbrados, quedará en agua de borrajas. O sea que, para los que no conozcan esta expresión, todo quedará turbio, no llegará a nada.

6 - INFORMACIÓN.



Me comentaba un amigo que andando el otro día por la calle se cruzó con unos jóvenes que repartían un cierto tipo de propaganda junto a un cartel donde el presidente Obama aparecía luciendo un bigotito hitleriano.

Mi amigo se quedó un tanto perplejo y trató de hablar con la joven sobre las implicaciones del bigote añadido a nuestro presidente y que desde luego le parecía fuera de lugar. Ella le respondió que luchaban contra el fascismo, que el presidente era un fascista y que querían hacer llegar su protesta al público de la calle.

Aunque mi amigo intentó en pocas palabras indicarle en que consistía el fascismo y porqué creía que estaba equivocada, ella insistía en hablar sin esperar a oírle diciendo que su familia había sido víctima de los horrores del fascismo. Etc. etc.

Vivimos tiempos difíciles en cuanto a la información. Es curioso que lo que debería aclarar las ideas produce el efecto contrario manipulándolas, enturbiando su sentido y produciendo muchas veces un engendro que no tiene nada que ver con la realidad.

Mi amigo, que trabaja en ese difícil mundo de la información, dice que eso no es lo peor. Que el verdadero problema es el deterioro de la memoria pública. Que la cuestión está en que cualquier noticia no sobrevive más allá de unas horas o si es muy grave o importante unas semanas o unos meses.
Me dice que esto se consigue con el bombardeo continuo de nuevas noticias que relegan a un segundo plano las anteriores. Cualquier noticia se hace vieja en el momento de salir a la luz.

Este acoso de información hace que nadie tenga tiempo de digerir lo que lee o escucha y la nueva primicia sustituye a la anterior que se convierte en algo del pasado.

Así, la memoria es frágil. Nadie recuerda las fechorías de ciertos políticos, banqueros, los desastres ecológicos por negligencia, las catástrofes que podrían haberse evitado…y cuando llega el momento de volver a elegir representantes políticos o juzgar el comportamiento de núcleos claves de la sociedad sólo se necesita una buena capa de propaganda para cubrir los desperfectos de la carcoma social y los mismos de siempre volver a sus puestos de control con renovadas sonrisas y promesas que nunca cumplieron en el pasado pero de las que ya nadie se acuerda. Y así, el círculo se cierra y la rueda sigue girando.

O, como diría mi amigo: “El mundo gira y el tonto mira”.

jueves, 1 de julio de 2010

5 - EL PELO.



Bajo andando a Chinatown. A tres manzanas de casa, en Stockton. Brillante día, con una ligera neblina más allá del distrito financiero que flota sobre el trozo visible del puente de la bahía dejando pinceladas grises del movimiento del tráfico en la parte superior recordándome mis ojos antes de operarme de cataratas.

Estas cuestas me hacen polvo, más al bajar que al subir. Luego estoy todo el día con un dolor latente que me sube desde el dedo meñique hasta el culo y que me dura al menos una semana.

Subo por Stockton hacia el túnel, a la derecha está la peluquería, hay como unas seis en esa parte de la calle, a los chinos parece que les gusta esto de las peluquerías…voy siempre a la misma, no porque sea mejor, son todas iguales, igual de malas. Mi mujer siempre me dice: ¡No vayas donde los chinos, vete a una peluquería americana!

He ido a peluquerías americanas. Siempre he tenido problema con esto de las peluquerías, en las americanas, por llamarlas de alguna manera, los clientes oscilan entre los ochenta y los ciento veinte años de edad. O al menos a mí me lo parece. El peluquero se pasa el rato hablándome de fútbol americano del que no entiendo un pijo. Es gente locuaz pero me suele costar trabajo entenderlos. Me cobran treinta y cinco dólares y salgo con un corte de pelo como para irme directamente al hogar de ancianos.

Luego están las modernas. Esas me gustan menos, con sus champúes y potingues, sus jóvenes tatuados, pelos eléctricos y todo tipo de cachivaches que yo no necesito porque me quedan cuatro pelos en guerrilla. Te cobran una pasta, eso sí.

Así que al final me meto en la peluquería china. Hoy es sábado y está llena, no me extraña, cuesta cinco dólares el rapado. La señorita me sienta y admira mi pelo blanco, dice:¡Bonito pelo, bonito pelo! Siempre es una joven diferente, no saben inglés y se comunican entre ellas en cantonés o pequinés, que a mí eso me da lo mismo, claro.

Yo creo que las traen en la bodega de algún carguero y las meten en Estados Unidos de extranjis. Pero vete tú a saber. De los pobres chinos siempre se dicen cosas. A mi, sin embargo, me caen muy bien.

Mientras me corta el pelo me dice no se qué y yo le contesto otra cosa. No nos entendemos pero nos sonreímos y tan amigos. Al poco entra un enano con su padre, sientan al niño en la silla y le da una rabieta que altera todo el local. Gime y llora, chilla como un cochino mientras la peluquera le pasa la máquina por su precioso pelo negro, brillante, fuerte y compacto. El niño grita que te grita, llora que te llora y mientras con las manos juega con una maquinita frenéticamente.

La rapa dura unos quince minutos y el padre se lleva al niño a la calle donde enseguida se le pasa el soponcio y asomando la chola desmochada por la puerta grita: Good Bye!

También yo estoy listo enseguida, le doy las gracias y los cinco dólares más cuatro de propina y se queda tan contenta.

Vuelvo a casa. Según entro por la puerta mi mujer me ve y me pega una bronca de no te menees. Dice que me han hecho unos trasquilones horrorosos y que estoy fatal.

Ahora lo entiendo. Tienen a todas esas chicas allí para que aprendan el oficio, por eso es tan barato. Bueno, no me parece mal. Total: “Burro esquilao, a los tres días igualao”.

Me meto en el internet. Ha llegado el momento. Me voy a comprar una máquina de cortar el pelo y me lo haré yo mismo. Esa es la solución ¿O no?