sábado, 18 de febrero de 2012

100 – AL FINAL DEL DIA.



Y al final del día cualquiera puede encontrarse frente a si mismo. Solo. En silencio. Evaluando el tiempo que ha pasado. Las horas desde el amanecer ya lejano, olvidadas en rutinas, en actos mecánicos o a veces, en ocasiones especiales, en mágicos momentos que permanecerán como hitos en la memoria de la vida. O puede que no.

Para unos el desasosiego de la sinrazón de las cosas. Para otros el vértigo compulsivo de las tareas absorbentes que llevan a la promoción personal. A la lucha corporativa, al poder, las influencias, la pasión, el prestigio.

O a la no menos absorbente tarea de intentar sobrevivir durmiendo bajo unos cartones. Buscando un hueco en cualquier acera donde envolverse en una manta. Haciendo cola cada día en la calle para recibir una ayuda, una comida caliente que le lleve al día siguiente, al sinsentido habitual del que no hay escapatoria posible. O muy poca.

Y muchos llegarán a la conclusión de que ese día no ha pasado nada en sus vidas. Al igual que ayer, que el día anterior. Unos porque no tienen nada y nada esperan. Otros porque lo tienen todo y les aburre seguir esperando lo mismo. Otros porque viven en la mediocridad de una pequeña vida enfocada por entero a consumir cosas.

El ser humano es complejo. Voluble, equívoco, ambiguo y también constante, pertinaz… por muchos años que viva la experiencia de la vida nunca llegará a saber en definitiva que quiere de ella. Todos los afanes irán dirigidos a entenderla, a desvelar porqué nos inunda de felicidad o de tristeza. O de las dos cosas a la vez.

Porqué un niño desea fervientemente y por encima de todo tener un ipad y sueña con él por las noches y no piensa en otra cosa al entrar o salir del colegio y está convencido que el tenerlo supondrá la felicidad absoluta.

Y otro, arrebujado en una manta vieja en el fondo de la barca de su padre con el que se ha levantado a las tres de la mañana y ahora prepara los anzuelos que les permitirán sobrevivir un día más, escucha la corriente y mira hacia el cielo contemplando el espectáculo grandioso de la luna llena. Fría, azulada, surcada de cicatrices y cráteres, muda e impasible reflejándose en su pequeño rostro. Y sonríe y piensa que eso es la felicidad absoluta.

Naturalmente no existe esa felicidad absoluta pero es muy posible que si lográsemos liberarnos de tanta carga social, del ruido estático que envuelve nuestra alma, si nos mostrásemos humildes podríamos acercarnos a ella.

Estamos en la primera mitad del siglo veintiuno. Algunos no viviremos la segunda parte por la simple cuestión de que todavía no se ha inventado nada para dejar de ser finitos. Los que hemos tenido el privilegio de ver este cambio de siglo hemos asistido a grandes descubrimientos. Increíbles. Apasionantes. Y sin embargo no somos muy diferentes a nuestros antecesores del siglo doce o del diecisiete. En lo esencial seguimos siendo igual que los individuos de cualquier época.

Al final del día, de un día cualquiera, sentado con mi padre ya mayor, me decía: “Estoy viviendo de regalo”. Él comprendía que había completado su ciclo. Que bien o mal había hecho lo que tenía que hacer, lo que había podido en muy malos tiempos. Como suelen ser casi todos los tiempos. Y se sentía en paz consigo mismo.

Un amigo mío octogenario me confesaba cuando le preguntaba por su salud: “Aún estoy vertical” Y me sonreía.

Había sido en vida un buen médico del corazón, amado los buenos vinos, viajero y pescador. Poco antes de morir aún se levantaba con ilusión para preparar con orgullo una tortilla que le había enseñado un chef francés.

Al final del día nos sentimos muchas veces vacíos. Desfondados. Nada ha pasado ese día. Nada excepcional posiblemente. Pero a poco que reflexionemos nos daremos cuenta que en los detalles de las horas, en el polvo anímico que se desprende de nuestro continuo desgaste personal hay partículas de una fuerza antigua, algo mágico que nos sostiene y anima. La percepción de que entre el cansancio y el sueño de cada día anida una esperanza, posiblemente ilusoria, que nos anima a cruzar la oscuridad de la noche depositándonos una vez más en el milagro de otra mañana repetida.

Fin. San Francisco, Diciembre de 2011.

99 – AIRPLANE.



En la niebla de la mañana. Esperando la salida. La pista vacía se adentra en la nada más allá de las primeras luces. Espero sentado mirando a través de los cristales. Transición de la noche al día. En la sala poca gente. Somnolienta. Olor a café. Silencio roto de vez en cuando por la salida de algún vuelo. Miro alrededor. De nuevo al exterior difuso.

Dónde han ido las flores. Las imágenes. Las caras jóvenes, hace tanto tiempo. Las sonrisas que aún imagino flotando en torno. Las voces. Los días y las horas. Largos paseos en el frío invierno. Charlas inacabables en las calurosas noches de verano. Las comidas juntos, el sol sobre nuestros platos. Los días de lluvia en torno al brasero, oyendo la radio, el cholocate humeante en las tazas, hace tanto tiempo.

La tristeza en la arena removida para enterrar a los seres queridos, las cruces infinitas en un cementerio infinito, los muertos que desde el otro lado presenciaban indiferentes el dolor de los que lloraban por ellos y aún tenían que bregar con la vida, hace tanto tiempo.

Los amigos y vecinos que vivían tan cerca en el descansillo común. Aquellos hombres y mujeres que estuvieron en la guerra y en la cárcel. Que discutían o se abrazaban por cualquier cosa. Grandes y especiales a los ojos de la niñez. Que me besaron cuando era pequeño, que me cogieron en brazos y me hicieron reír hace tanto tiempo. Que me vieron crecer cuando aún no era consciente de ello.

Dónde los maridos subiendo las escaleras, la cena caliente esperando, la mujer y los hijos alrededor de la mesa, las historias de cada día, los pequeños grandes acontecimientos de la vida familiar entre cuatro paredes, con la esperanza como único destino, que sin saber cómo desaparecieron a través de la arena de las horas y los días, lentamente, hace tanto tiempo.

Dónde han ido los pequeños lugares de nuestro consuelo, el viejo árbol querido y conocido, el rincón donde cuchicheábamos nuestras mínimas aventuras, donde construíamos nuestras elaboradas fantasías, donde alguna vez se encendió una incandescencia de amor y sentimos por primera vez salírsenos el corazón por la boca, aquél milagro incomprendido, ajeno a nuestra voluntad. Hace tanto tiempo.

Dónde aquellos otros aposentos fríos, arrasados por el miedo, las disciplinas, las creencias aparentemente eternas, los dictados de la autoridad y la soberbia de las leyes de los hombres que nos amargó sin sentido alguno, las banderas, las insignias, las medallas de la muerte, que nos marcó con el hierro amargo del odio y la rebeldía, hace tanto tiempo.

Me levanto y compro un café. Hace algo de frío. Vuelvo a mi asiento y sorbo lentamente. Pienso en tí. Al final de este vuelo estarás esperándome. Contigo llevo ya toda la vida. Esta otra vida. Espero que entiendas porqué te quiero tanto. Porqué a veces te atosigo con mi amor. Porqué me siento tan confuso. Tan perdido como a los dieciséis años.

98 – RESCOLDO.



Supongo que entonces te quedarás también para la nochevieja ¿O no? Desde luego nada como Santiago para pasar unos días. Uno de mis lugares favoritos. Además del pulpo y todo eso a mi me gustan los churros de Santiago. Aunque los hacen muy bien en toda España, todo depende de que se pillen a tiempo y no estén flácidos o correosos. Aquí no hay y los echo de menos. Los mejicanos venden unos churros gordos y largos rellenos de crema pastelera que llaman churros y desde luego lo son pero en una versión muy diferente de la nuestra.

Por otro lado también añoro en estas fechas los polvorones, los alfajores de paladar terroso que aplastábamos con las manos antes de comerlos para que no se desmenuzaran entre los dedos. Los turrones que sin embargo han dejado de atraerme. Se han convertido en una amalgaba mucilaginosa envuelta en una desagradable funda de plástico dificil de abrir. Antes, no hace de eso tanto tiempo, iban envueltos en una fina masa hecha de harina y agua que invitaban a la comunión.”

Mi hermano y yo nos enviamos estos correos a través del milagro del ordenador, nuestra lejanía física se compensa de esta manera aportando un cimiento de consuelo a una historia familiar que el tiempo ha ido desmoronando, reduciéndola al cada vez más escaso polvo del recuerdo que sólo nosotros dos compartimos.

La pobreza, el frío de aquellos días inhóspitos del viejo barrio madrileño por el que andábamos en la neblina de la mañana o en los atardeceres iluminados con las tristes bombillas de los puestos trabados con tablas viejas y trozos de cartón, soplándonos las manos ateridas; caminando por los adoquines húmedos de escarcha tanto fuera la mañana como la noche.

Figuras de barro tosco, portales de corcho, muérdago, el papel azul tachonado de estrellas algo arrugado en un rincón que se convertiría en la noche mágica, estrellada del camino a Belén.

Sombreros de copa de cartón y matasuegras, trompetillas chillonas de plástico y los bares cercanos exhalando el vaho dulzón de las copas de anís y coñac. El tufo de los calamares fritos y vueltos a freir en un pocillo de aceite turbio cubierto de grumos.

Recuerdos lejanos, nostálgicos, de escasas monedas que dábamos vueltas en el bolsillo sopesando la mejor inversión. Ya nadie canta “Los peces en el río” bien es verdad que tampoco quedan ya peces en el río. La contaminación los ha barrido del mapa como así mismo se han ido borrando costumbres arraigadas en una sociedad cristiana que tuvo que ganarse a pulso su supervivencia rechazando la esclavitud del invasor musulmán a través de los siglos. Una realidad entretejida de leyenda, milagros, apariciones, supersticiones que llegó hasta nuestros días y de la que hoy parece solo quedar el afán de consumir.

Pero no debemos de olvidar que hemos envejecido y el presente se distorsiona con la fuerza del recuerdo, que ya no podemos seguir el ritmo de los acontecimientos, de la vida, como lo hacíamos alegremente en la juventud. Hoy se sigue riendo, celebrando de forma diferente, con otras costumbres en un mundo cambiante, reducido, entremezclado, en el que otro significado sustituye aquél que aún nos produce tanta nostalgia.

Así, seguiremos mandándonos mensajes, compartiendo las sombras de aquellos que ya no están, los lugares y las cosas que quedaron desperdigados en el largo camino que se desvanece tras nuestras huellas.

97 .- BILOCACIÓN Y OTRAS TAUMATURGIAS .- III



En la silla al lado de Francisco Javier se materializa la bilocación y Sor María de Jesús de Agreda aparece de cuerpo entero con un libro en las manos y aparentemente sin prestar atención a ninguno de los presentes.

—¡Total! Mal negocio. Creo que he contestado a su pregunta...

—Gracias, muchas gracias ¿Pero porqué esto del carnet del jubilado, la asociación...?

—Control ¿Qué le dice la palabra control?

— ¿CIA?

—Premio.

Sor María con las manos sobre el libro nos mira, mira alrededor y vuelve a mirarnos sonriendo sin decir nada, luego abre el libro y parece concentrarse ajena al murmullo que va creciendo a nuestro alrededor. Las mesas, en efecto, están ahora ocupadas por diferentes personas, algunas, como yo, de aspecto anónimo, otras destacan por sus ropas, uniformes, enseñas o colores. Francisco Javier me señala algunas.

—¿Ves aquél sacerdote de negro con birrete junto al que lleva el hábito de franciscano?

—Si, si—contesto—.

—Pues son nada menos que Don Bosco y San Antonio de Padua. Y ese otro que habla tan animadamente con Capitán América y Miss Patriot es San Pío de Pietrelcina—.

—Pero, por lo que veo, aquí se confunden santos de la iglesia católica con personajes ficticios...

—Así es, yo te hablo un poco de lo que conozco, de muchos no sé nada. Pero de lo que no cabe la menor duda es de que la iglesia es una mina de oro en cuanto a fuerzas desconocidas o poco estudiadas, levitaciones, bilocaciones, presencias, transmutaciones, milagros en general...y dos cosas son ciertas, una que todos los que estamos en esta sala estamos jubilados o mucho más allá de la jubilación y otra que cada uno, de una u otra forma tiene o ha conseguido algún poder especial a lo largo de su vida que le hace diferente al resto de los humanos.

—Mira—me dice Superman bajando la voz— hazme caso, esto es cosa de la CIA. Los que aún no están jubilados no son problema, están perfectamente controlados por ordenadores y toda esa quincalla moderna, pero nosotros, los que hemos ido por libre en una época en la que la información se realizaba escribiendo notas en una libreta, lenta y poco manejable andamos desperdigados por el mundo guardando secretos que la CIA quiere controlar y desarrollar. Hincar el diente.

—¡Caramba!—Digo yo con la boca abierta—.

—Para eso han creado la AMJBOT —me intima Francisco Javier—Esa gente está interesada por todo lo que represente conocimiento o poder y la bilocación es una de las cosas en la que tienen mayor empeño.

—Y no es de ahora sino de hace ya muchos años—afirma Supermán—Lo sé de buena tinta— en los años cincuenta se experimentó con todo lo habido y por haber, una de las cosas en las que se puso más empeño y dinero fue en la levitación y por supuesto en las bilocaciones. Todas las posibilidades estaban abiertas y el haber sido los vencedores en la guerra les confería un optimismo casi infinito capaz de romper cualquier barrera. Todo era posible. Todo cuestionable.

Varios camareros van distribuyendo por las mesas jarras de café y chocolate, pastas y bollos, bandejas de diversos embutidos. El salón está ahora muy animado y Marvel cuenta a Superman que algunos de sus amigos trabajan en el metaverse como avatares, donde de nuevo les ha llegado la fama entre las generaciones jóvenes. Superman le contesta que está muy viejo para eso y que hasta el traje le queda estrecho, y se inclina a coger con los dedos un canapé de salmón ahumado. Sobre un pequeño escenario en una esquina del salón un cantante con un traje de lentejuelas y sombrero de copa se biloca envuelto en una cortina de humo de colores duplicándose al otro extremo arropado por un cerrado aplauso. En realidad es su hermano gemelo que saluda con una amplia sonrisa y corre a reunirse con él iniciando una serie de alegres canciones de los años cincuenta mientras los miembros de la AMJBOT charlan, comen y beben alegremente elevando el nivel de decibelios a un grado insufrible.

96 .- BILOCACIÓN Y OTRAS TAUMATURGIAS .- II


Me tomé el agua a grandes tragos sintiendo el agradable frío bajando por el gaznate y decidí ¡Qué caramba! No perderme aquella oportunidad porque me daba en la nariz que podría conocer a algún botarate de altos vuelos.

Llego a la sede de la AMJBOT. Una casa victoriana bastante cerca del centro de San Francisco. Después de comprobar mis datos personales me invitan a pasar a un amplio salón, elegante, sobrio y al parecer muy tranquilo. No hay demasiadas mesas, unas diez. Redondas y dispuestas con manteles rojos, flores y jarras de agua. Miro el reloj. Son las ocho y media de la tarde pasadas. No me he equivocado en la hora. La sala sin embargo está vacía excepto por dos tipos con pinta de carcamales sentados uno enfrente del otro. No hablan y uno fuma con aparente delectación.

Me presento. A modo de aviso, reconvención o lo que sea le digo al que fuma que le van a llamar la atención.

—Lo del fumar no mola hoy en día. Sonrío con timidez.

—¿No mola? —contesta—apagando el cigarro en el cenicero parsimoniosamente. Me mira y continúa,

—Marvel, Capitán Marvel, supongo que en algún momento de su vida habrá oído hablar de mí…

—¡Claro que sí! ¡SHAZAM! Me entusiasmo...

—Eso es—Me mira con ojos cansados y tristes y saca otro cigarrillo.

Me quedo en silencio. El señor Marvel enciende el cigarrillo. He debido de meter la pata o algo. El individuo sentado enfrente me mira, sonríe y se presenta ofreciéndome una mano delgada y pálida.

—Mi nombre es Francés de Jasso o Francisco Javier.

—¡Encantado! He leído su historia pero no recuerdo nada sobre bilocaciones o cosas por el estilo...

—Desde luego que no—responde arrellanándose en la silla—pero no debemos sentirnos defraudados por ello, a veces la iglesia insufla un toque mágico, algo inusual, oculto, para llamar la atención popular sobre sus santos...

—Entonces nada de bilocación o milagros...

—Bueno, en mi época, recuerde que mi muerte fue en mil quinientos cincuenta y dos, viajé lo mío por todo el mundo. En aquel tiempo y con aquellos medios era casi, casi bilocación. Corrió así la especie de que me había bilocado a Goa en la India Portuguesa, pero no se lo crea—haciendo un gesto negativo con la cabeza.

Por la puerta comienzan a aparecer algunos grupitos de personas que charlando se dirigen lentamente a ocupar las mesas. Un anciano de pelo e incipiente barba cana, apoyándose en un bastón se acerca a saludar al señor Marvel levantando una mano en señal de reconocimiento de don Francisco Javier que le devuelve el saludo en forma de sonrisa. Marvel señala al anciano y me mira,

—Le presento a Superman.

—Mucho gusto—le doy la mano.—

—El gusto es mío.

Superman me observa mientras se sienta en una silla al lado de Marvel.

—A usted es la primera vez que le veo aquí ¿Verdad?

—Si señor, es mi primer año, hoy van a darme el carnet de jubilado...

—¡Ah! Ya decía yo que no le había visto antes...y ¿A santo de qué está usted aquí?

—Pues no estoy muy seguro, creo que por la capa...

—¿Qué capa?

—Hace muchos años compré una capa de Usted, de Superman encargándola a una editorial de New York...

—¡Ah las capas!—Superman tuerce el gesto y apoyándose en el bastón busca en la silla una mejor posición para su trasero.—

—¿Te encuentras bien?—pregunta Francisco Javier desde el otro lado de la mesa.—

—Así, así, los años y tanto tiempo cerca de la kriptonita me han dejado baldado...

De la silla contigua a Francisco Javier comienza a perfilarse una sombra translúcida, un humor blanquecino que trepa ensortijado por los brazos concentrándose en su centro.

—¿Se quema algo a su lado señor Javier?—pregunto tímidamente.—

—¡Ah, no! es ella que está haciendo acto de presencia, no te preocupes, siempre tarda un poco en bilocarse pero al final lo consigue...¡Ella es la única entre nosotros que se biloca! Quiero decir bilocación de un humano porque la mayoría de todos estos señores pueden bilocarse pero les guste o no son sólo producto de la imaginación.— Superman y Marvel se miran y asienten.

—Pero...volviendo a las capas...¿Usted cree que estoy aquí por haber comprado una hace cincuenta años?

—¡Ya lo creo que sí!

—¿Qué es eso de las capas?—inquiere Marvel.—

—¡Ah, mal negocio! Creí que me podría ganar unos dólares extra vendiendo mi supuesta capa. Un juguete nada más. Pero el caso es que ¡Funcionaba! Debió de tener un efecto placebo o qué se yo. Y los niños que la compraban iban por ahí revoloteando entre los edificios. Os acordaréis que esto era en los cincuenta, la gente obsesionada con los marcianos, los platillos volantes y todas esas zarandajas. El Pentágono cogió un cabreo monumental y trató de requisar las capas como pudo pero no lo consiguió del todo. Nos cerró la editorial y se incautó de los archivos. Nos puso a todos en la calle, Batman y Robín se las tuvieron que ingeniar cambiando los antifaces por unas viseras para vender perritos calientes en la Quinta Avenida. Superwoman, la pobre, se pasó unas temporadas fregando pisos, como lo hacía muy deprisa se ganaba unos buenos dólares pero era denigrante, un sin vivir...

95 – BILOCACIÓN Y OTRAS TAUMATURGIAS.



Me he levantado temprano. No puedo dormir más. Estoy algo nervioso, hace unos días recibí una invitación de la Asociación Mundial de Jubilados Bilocados y Otras Taumaturgias. AMJBOT. Hoy es el día. Me pongo un poco de café que a mi me calma, ya ve Usted.

Todo viene a cuento de la famosa capa. Sí, la capa que mi hermano y yo encargamos a una pequeña editorial de cómics en New York. Pero de esto hace la friolera de más de cincuenta años. Usé la capa regularmente en mi infancia y también encargué una a mi hijo bastantes años después. Pero luego me olvidé. O la vida, con su atonal monotonía me hizo olvidar. Una pena.

Pero el caso es que aquello quedó registrado. Una compra aparentemente tan sencilla pasó a formar parte de algún engranaje burocrático que fue, callada pero inexorablemente, anotando las horas de mi vida hasta que alguna alarma, alguna ficha amarilla, una lucecita en alguna parte de un vasto archivo polvoriento en Wisconsin, Nebraska o vete tú a saber donde se encendió o se calló del cajón desvencijado alarmando al cancerbero del invento que reconoció en mis datos estar en la franja roja de los jubilados.

Casi seguro la dichosa ficha pasó a los dominios de la seguridad social y en un dos por tres se me notificó por carta y por correo electrónico (tienes un imeil) que me había convertido en un flamante miembro de la AMJBOT que como su nombre no indica a no ser que te lo expliquen y desde luego si que lo hacen en el membrete, significa: Asociación Mundial de Jubilados Bilocados y otras Taumaturgias.

Me senté en una silla de la cocina con un vaso de agua fría cerca y la carta entre las manos. Bilocado, lo que se dice bilocado – pensé – era algo que no había experimentado a no ser que en la bilocación entrara el estar en Babia, en las Batuecas o en las Musarañas cosa que desde que llevaba pañales húmedos había sido parte de mi vida, sobre todo en mis años de colegial en los que mi cuerpo astral o lo que sea salía huyendo de las clases de matemáticas y en el pupitre solo quedaba el gordito inútil que durante tanto tiempo fui.

Quizás la cosa fuera más por el lado ese de lo taumatúrgico. Porque aunque a mí los azarosos y dichosos días de la capa me parecieron lo más natural del mundo, qué duda cabe de que si mi madre me hubiera descubierto le habría dado un flus que le habría llevado directamente a urgencias.

Menos mal que no fue así. Guardé con celo mi secreto y sólo lo compartí con mi hijo al que supongo que llegado el momento, dentro de todavía muchos años, le mandarán la dichosa carta.

En ella me congratulaban por haber tenido la dicha de llegar sano y salvo a la tercera edad y bla, bla, bla y me invitaban a pasarme por la asociación en donde además de entregarme el flamante carnet de miembro de la AMJBOT e invitarme a merendar podría conocer a otros miembros destacados de tan distinguida asociación y así seguían enrollándose hasta el final de la página.

94 – APOCALYPSE NOW.



Me despierto temprano como tantas veces. Escucho las noticias en la cama con mi vieja radio de pilas. Tormentas de nieve por el centro del país con el consiguiente caos en los aeropuertos, las demoras en los vuelos, las largas colas de la espera salpicadas por las entrevistas de las televisiones locales a las que les encanta este tipo de reportajes. No podría ser de otra forma, estamos en Diciembre, pronto tendremos de nuevo las navidades.

A las cinco de la mañana las noticias rebosan de optimismo, los artífices y propagadores del caos ya predicen un nuevo año en el que la economía mundial irá a peor, el euro en Europa dará sus últimas bocanadas dejando a los países más divididos que nunca y la recesión o como poco la atonía mundial se instalará como un okupa mugriento y no deseado.

Por si fuera poco dos mil doce es el año en el que acabará el mundo. Sí, otra vez. Últimamente el planeta no deja de destruirse incluso con fecha y hora fija aunque luego, pasado el límite del caos nada ocurra y los oráculos queden en entredicho sin que ello afecte a pitonisas y sacerdotes, a seguidores de esta moderna alectomancia que sigue manipulando el miedo y el crujir de dientes del pobre ciudadano al que ya le quedan pocos apoyos morales en los que cobijarse y prefiere disiparse en los regalos y floripondios de estos días del solsticio de invierno.

Y hasta la NASA, sorprendentemente, emite un comunicado saliendo al paso de la noticia catastrófica desmintiendo que el fin del mundo vaya a llegar en el dos mil doce…pero…¿Qué le hace a una supuesta organización tan serie como la NASA perder el tiempo en los calendarios Mayas, las debacles basadas en la cartomancia, el ocultismo, la nigromancia, o la lectura de los posos del café?

Antes, en nuestra juventud, esto del fin del mundo era mucho más divertido y serio, no ocurría así ¡zas! por las buenas, había como en toda obra que se precie una exposición, un nudo y un desenlace: aerolitos enormes, plagas letales, gozillas de aliento atómico pero muy cortitos de luces. Luego apareció toda la variedad de marcianos, venusianos, seres verdes, azules, de ojos rasgados portadores de pistolas de plástico que te dejaban seco con sus rayos deletéreos. Y el monstruo malo enamorado de la chica trataba de raptarla mientras que los tanques y los cañones les hacían solamente cosquillas protegidos como estaban por sus poderosas conchas o sus escudos invisibles de tecnología punta.

Pero si queremos ser serios deberemos acudir a la base histórica y bucear en la Biblia. Ahí encontraremos a “Armagedón”. Eso ya son palabras mayores.

Me quedo, como siempre, dormido con la radio puesta, un breve sueñecito y me levantaré a preparar café. No parece que de momento vaya a dejar de amanecer.

93 .- HACIENDO SONAR LA CAJA DE LOS RECUERDOS .- II



Pasamos la noche en vela y al día siguiente el presidente del gobierno confirmó la muerte del general con lágrimas en los ojos. Como con todo lo que pasa en este país, media España lo vivió de una manera y la otra de la opuesta. Unos se entristecieron y lloraron. Otros abrieron botellas de cava y brindaron. Muchos pasaron por el velatorio. Miles. Miles. Unos con el brazo en alto. Otros con el pañuelo en los ojos. Algunos para comprobar que era verdad. O por curiosidad. O vete tú a saber porqué. Pero aquello fue en realidad la constatación oficial del fin de un régimen político que había ido cambiando lentamente durante muchos años y que a esas alturas poco tenía ya que decir habiéndose convertido en una máquina anquilosada lista para el desguace.

Tras los primeros pánicos, unos perdiendo el culo hacia la frontera con el pasaporte en la boca y otros enviando su rapiña a cualquier otro país donde el buen español siempre ha depositado más su confianza que en el suyo propio cuando se trata de asegurar el botín, los salvadores de la patria se apresuraron a tirar sus viejos uniformes mientras el exilio resurgía no se sabe de donde dispuesto a hacerse oír en la mejor oportunidad que habían tenido en cincuenta años.

Muerto el gato y bien enterrado bajo toneladas de piedra había llegado la hora de los ratones, el momento de cambiarlo todo para que todo siguiera igual. Y así se hizo y durante treinta años el espejismo democrático caló en la gente de la calle que no se preocupó demasiado por las artimañas y componendas del poder ocupada como estaba en vivir la vida y disfrutar las migajas de esa libertad superficial que la mano del poder esparce sobre el gallinero.

Ahora, aquellos que contamos estas batallitas, que nos tocó vivir interminables años grises y conocimos los cambios y las transiciones al mundo de los colorines, el consumo y las burbujas económicas tan abundantes, estamos hechos unos carcamales, nos damos largas caminatas para luchar contra los niveles de colesterol, la tensión alta y otros alifafes y nos sentamos a descansar junto a una tapia disfrutando los rayos del sol en nuestras caras envejecidas.

Y pensamos en el deterioro de una sociedad que ya no es la nuestra, en un mundo cambiante al que a duras penas podemos seguir el paso. Pero sobre todo vemos como después de todos estos años siguen los mismos protagonizando la farándula nacional. Eso al parecer nunca cambia.

Los unos, uña y carne del poder del general son ahora demócratas de toda la vida. Y sus hijos les han sucedido en el control patriótico del negocio nacional. Quién lo iba a decir. Por ahí se les puede ver en viejas fotos arrugadas vestidos de correajes, el brazo en alto, cantando fervorosamente arropados de amor y de luceros. Pero eso es agua pasada, lo importante es mantener el negocio caiga quien caiga.

Los otros, el puño en alto, desgarradas voces de la famélica legión suben y bajan de sus audis blindados sin el menor rubor, se codean con banqueros y filibusteros internacionales y se alejan de la ordinariez de pensar en tanto parado, en tanto sin techo durmiendo en las aceras. Lo suyo es el poder, el control del partido político, las prebendas, las mordidas, las canonjías, el asegurar un futuro tranquilo en las poltronas de una buena sinecura.

Y mientras, en todo este revoltillo de llevárselo crudo el ciudadano corriente y moliente pasta en el consuelo del todo a cien y sobrevive como puede mirando hacia otro lado, aburrido del engaño, inerme ante el acoso de impuestos, leyes, controles, recortes.

Y al final, como dice Julio Iglesias en la canción: La vida sigue igual…

92 – HACIENDO SONAR LA CAJA DE LOS RECUERDOS.



Lo habíamos leído en las novelas y visto en la realidad en algunos países sudamericanos donde los dictadores se perpetúan para siempre o desaparecen de la noche a la mañana en tumultuosos enfrentamientos de poderosos, en luchas entretejidas en las cloacas del poder, en corrupciones de grandes empresas, con militares y clero de por medio.

Esto, el país donde nacimos, no era ninguna república bananera del Pacífico. Era Europa. La Europa galante que sin embargo se ha despellejado viva en todos los siglos de su existencia causando más muertos que en ningún otro lugar del mundo con todo lo que presumimos erróneamente de civilizados.

Después de la Segunda Guerra Mundial parece que el odio y la sangre, la hartura de genocidio y muerte reconvirtió a la mayoría de los países europeos en más o menos decentes democracias. Casi todos se dejaron querer por los vencedores que impusieron el capitalismo comenzando con la leche en polvo, excepto las dictaduras del proletariado que siguieron su baño de sangre y las otras, las dictaduras paternalistas.

Y nos tocó la dictadura paternalista que no bananera al menos por el rigor que mostraba en su superficie adusta. Pero eso sí, no parecía tener fin. El general gallego por el imperio hacia Dios controlaba con mano firme el rebaño otrora montaraz sin ayudas internacionales por haberle considerado el mundo excesivamente neutral durante los años de la guerra.

En ese aislamiento nacimos muchos y no conocimos otra cosa hasta bien entrados en la treintena. Y cuando desconoces lo demás te conformas con lo que tienes. Una patria cutre, roñosa, donde los pobres eran tan abundantes como los piojos y el nivel intelectual era patrimonio de cuatro gatos gordos que lo manipulaban todo. Pero eso evolucionó al cabo del tiempo. Durante mi adolescencia la vida cambió para mejor, mucho mejor aunque el concepto de libertad siguió en entredicho.

Aquella noche de Noviembre el general permanecía sedado en el hospital después de una larga agonía sostenida por los que no les cabía el miedo en el cuerpo pensando que después de él sólo podían esperar el diluvio.

Una larga espera que llevaba camino de convertirse en un nuevo hito en la historia de España, que la pasamos casi en blanco oyendo la triste música clásica de la radio oficial augurio de que el pescado estaba vendido.

Teníamos tanta angustia que los ruidos que venían de la cercana autopista de Castelldefels nos parecían ser los de las cadenas de los tanques que en la madrugada se apresuraban hacia el centro de Barcelona para evitar cualquier pensamiento revanchista. Cualquier intento de golpe de estado.

No había tal. Los ciudadanos vivían bastante bien, ajenos en su mayoría a las componendas del sistema y encantados con el descubrimiento de las suecas que el nuevo negocio del turismo les había dejado en la puerta de casa.

91 – LLEGAR.



Hoy he nacido de esta hermosa mujer joven

a la que siempre llamaré madre.

Otras caras me sonríen mientras tomo aliento

y mis pulmones se acostumbran a este extraño mundo

al que acabo de llegar desde las brumas del eterno viaje.

Me miran rostros nuevos, mi abuela y mi abuelo,

mis primos en cuyos ojos se refleja parte de mí,

mi padre, joven, algo confuso y amedrentado

por mi presencia, aturdido y feliz sin embargo.

De la oscuridad a la luz

el sol entra por la ventana

y todos los que están a mi alrededor

hablan y lloran casi en silencio,

algunos a mitad del recorrido

otros subiéndose a la vida,

casi como yo, que me oculto entre los brazos de mi madre.

A los que habéis venido a recibirme,

desde mi mirada aún casi ciega os saludo

aquí estoy ahora, desnudo por dentro y por fuera

desnudo al nacer, como será al morir,

soñando con una nueva música que pudiera haber conocido

en una existencia anterior, pero no recuerdo, no lo sé.

El tiempo de mi vida comienza a pasar, lento y suave

como las hojas que se mueven afuera

lanzando destellos de luz que corretean juguetones

por mi nueva cara solicitada por todos.

Permanecéis brevemente a mi lado hasta desaparecer

en la tiniebla confortable de mis ojos somnolientos

y duermo junto a mi madre

que guarda mis manos entre las suyas.

90 – TRENES. FRÍO.



Es mi recuerdo el de un padre que todavía en la negrura de la noche se vestía entre las sombras, recogía su cesta de mimbre y un pequeño saco con las sábanas sobre las que dormiría en la próxima semana en algún depósito de máquinas, en los barracones cercanos a cualquier estación. Pasaba rozando la litera donde dormíamos mi hermano y yo que con los ojos cerrados, aún somnoliento percibía el olor a tabaco, a máquina de tren, aceite, combustión, engranajes que emanaba de sus ropas de trabajo.

Salía despacio, sin hacer ruido, pudiendo oír sus pasos bajando hacia el portal y el golpe de la puerta de hierro al cerrarse cuando comenzaba a caminar por la acera. Subía a buen paso por la Avenida de Reina Victoria hacia el metro sintiendo la mañana helada del invierno. A esas horas algunos carros tirados por mulas transitaban ya guiados por hombres que en silencio retiraban la basura.

Caminaba hacia el andén por los pasillos subterráneos donde se cobijaban las sombras oscuras de los que la mala fortuna, la emigración de los pueblos en busca de trabajo en la ciudad, la larga posguerra aún presente en una sociedad eternamente dividida les había dejado sin techo, sin recursos, con la calle como único hogar.

Llegaba así hasta los depósitos de Cerro Negro, donde aún de noche preparaba la máquina para el largo viaje de ese día, dejando en un rincón de la cabina el pequeño saco con las sábanas, la cesta en la que mi madre le había preparado una tartera con comida.

Recuerdo a mi padre casi siempre de viaje, recuperándose del sueño cuando volvía a casa, haciendo un arroz en la cocina, contándonos sus viajes, trayéndonos en la época de escasez la cesta de mimbre que abríamos con mucha ilusión cargada de alubias, arroz, algo de café, pan, una botella de aceite…

Le recuerdo en mi infancia recorriendo los campos de Castilla en las máquinas de vapor, saludándonos desde lo alto de la máquina en el paso a nivel de Medina del Campo. Cruzando Andalucía en las ALCO diesel traídas de Estados Unidos para sustituir al vapor. En el TALGO netamente español que condujo por todo el país, de día y de noche, siempre con la mirada por delante de los faros de la máquina. Atento, sintiendo los poderosos motores, el paisaje abriéndose en la soledad de la estepa, las curvas y contracurvas de los pasos de montaña, de Despeñaperros, de Pancorbo.

Las estaciones abarrotadas de gente con maletas, sacos, cestos, los vendedores de productos locales, tortas, pastas, bocadillos, gaseosas. El intenso olor a café de la cantina siempre iluminada aunque fueran las tres de la mañana.

Y de nuevo la partida. Delante el camino. Mi padre asomado a la ventanilla, las manos en los controles. La vida inundándole. El día abierto al sol del mediodía que arrancaba destellos de fuego a los carriles sin fin. Juntándose allí lejos, en el siempre distante horizonte.