sábado, 14 de agosto de 2010

20 - LA CAPA.



Busco mi capa de Superman, no sé donde la he metido, en el fondo de algún cajón…hace mucho que no me la pongo. De pequeño la usaba a todas horas, iba y venía por encima de los tejados sobre todo a la hora de la siesta cuando mi madre me obligaba a cerrar los ojos y yo me cubría con la sábana en la oscuridad de la habitación y leía tebeos de El Llanero Solitario y Hazañas Bélicas bajo la mortecina luz de una linterna de bolsillo. Cuando mis padres comenzaban a roncar sacaba la capa, me la ataba al cuello y me largaba por la ventana de nuestro quinto piso.

Solía irme a dar una vuelta hasta los confines del Madrid de entonces que estaban por la Casa de Campo y las chabolas al final de Lavapiés, o en la Plaza de Castilla donde ya empezaba el campo. Sobrevolaba las casas bajas, los patios y a veces lo hacía sobre la Gran Vía con sus grandes terrazas e incluso alguna que otra piscina en lo más alto.

A menudo se me iba el santo al cielo y tenía que acelerar la vuelta a casa, mi madre ya se había levantado e inspeccionaba mi cama alarmándose al verla vacía. Pero yo entraba por la estrecha ventana del vater, me quitaba la capa y cerraba la puerta con el pestillo sentándome encima de la taza y diciendo: “ Estoy aquí, mamá”…

Por fin la he encontrado, como pensaba, estaba metida en el último rincón. La pobre está bastante deslucida, llena de churretones y extrañas manchas posiblemente de regaliz o vete tú a saber. Me voy a la lavadora: una medida de jabón en polvo, agua tibia no vaya a ser que el rojo se me desluzca más de lo que está.

Recuerdo cuando me la compré, en realidad me la compró mi hermano que ya hacía sus pinitos en inglés. Él escribía a Charles Atlas para que le enviasen la revista y así ponerse cachas haciendo los ejercicios. Yo le veía todos los días dale que te pego con los bíceps, las flexiones, las torsiones de cuello, los ejercicios de estómago. Y el caso es que sí se iba poniendo hecho un mulo.

Yo me sentaba delante de él a mirar y él me decía:

—¡Haz gimnasia!¡Ponte a hacer los ejercicios, baldao!

—A mi eso no me mola—le contestaba.—

—¿Y entonces tú que quieres hacer?— Me interrogaba.—

—Yo quiero que me escribas una carta en inglés…

—¿Una carta en inglés? ¿A quién?

—A Superman.

—Anda ya, vete al pedo.

Pero no me fui al pedo. Le estuve dando la murga sine die y seguramente para que le dejase en paz accedió a escribir la misiva de marras. La enviamos a un sitio en Nueva York, una editorial de tebeos de duro que publicaba las historietas de Aquaman, Batman, Superman, Superwoman, Flecha Verde y Veloz y una purrela de otros héroes de tierra, mar y aire.

El caso es que al cabo de casi dos meses, tiempo en el que yo había casi perdido las esperanzas de que me contestasen, recibimos un paquetito amarillo con sellos de los Estados Unidos. Me dio un vuelco el corazón.

Enviaban un catálogo en color con los héroes que publicaban y una lista de pedido. Debajo había un pequeño envoltorio de papel de estraza. Lo abrimos y allí estaba la capa. No era exactamente como me la había imaginado. Era un poco más cutre que la que se mostraba en los tebeos pero de todas formas no estaba mal. Era toda roja con una especie de diamante amarillo y en su centro la ese también en rojo. Me la puse sin dilación y comencé a dar saltos por la habitación estirando los brazos ante la mirada de mi hermano que se meaba de risa.

Así empezó la cosa. Luego me fui haciendo mayor, y lo de siempre: el trabajo, las chicas, los amigos, la falta de tiempo…la fui dejando de usar y terminó en un cajón.

Unos años después de estar casado, cuando mi hijo era todavía pequeño le conté sobre el asunto de la capa y encargamos una, sorprendentemente aquella antigua dirección aún funcionaba y un buen día recibimos el mismo paquete, con el mismo tipo de papel y hasta creo que los mismos sellos.

Mi hijo se quedó muy contento con su capa y después no volvimos a hablar de ello pero de vez en cuando le veía por el pasillo con ella puesta y al cruzarnos me miraba a los ojos y me sonreía sin decir palabra.

Bueno ya está lista, la meto un momento en la secadora. Ha quedado muy bien, parece la misma de hace cincuenta años. Salgo de la habitación de la lavandería. No hay un alma por el corredor. Me pongo la capa. Tomo carrerilla y estiro los brazos. Me pego una buena costalada en la moqueta. Me levanto, me voy al fondo del pasillo. Vuelvo a tomar carrerilla, estiro los brazos…sí, levanto un poco los pies, sobrevuelo hasta los ascensores. Me estampo contra el suelo. Se abre el ascensor y dos vecinos me miran con asombro y algo asustados. De nuevo todo despejado. Me voy al fondo. Tomo carrerilla. Lo intento de nuevo.

19 - MUERTE Y VIDA.



Preparo café. Está lloviendo y han vuelto a bajar las temperaturas. Estamos ya en Mayo, pero muchas veces en Mayo en contra de la tendencia a pensar lo contrario, puede hacer frío.

Escucho una música para violines de francois Dompierre muy bella y me trae el recuerdo entrañable de los muertos. De aquellos que no hace tanto compartieron la vida con nosotros. Aún siento sus voces cerca de mí, los ratos alegres y tristes que pasamos juntos en la superficie de un planeta perdido en la fría negrura de mil universos, al que no sabemos porqué hemos venido ni tampoco para qué.

Aún puedo ver y sentir sus sonrisas, sus angustias, sus lágrimas, sus afanes por sobrevivir, sus caricias, sus pieles tibias, sus perfumes, sus besos, sus comportamientos contradictorios, sus capacidades para amar.

No me angustia pensar en las personas queridas que se fueron. Porque irse es el resultado inevitable de haber venido de paso. Y todos estamos, naturalmente, de paso. Me produce nostalgia. Eso sí. Y la tristeza de que quizás no supimos aprovechar bien el tiempo juntos.

El tiempo tan limitado, cicatero y a veces testigo mudo, frío, impasible, ajeno a la muerte súbita, al accidente, a la sinrazón de la pérdida de la vida cuando aún no se ha despertado del todo del sueño eterno anterior, es lo que a veces nos duele más.

Compramos unas flores, montamos en el coche y vamos hasta el cementerio. Sobre las suaves colinas verdes, entre los viejos árboles que las salpican se extiende todo el mundo silencioso de lápidas y monumentos hasta donde alcanza la vista. Depositamos las flores en una placa de piedra que lleva grabado simplemente el nombre de nuestra familia y que está al pie de un robusto y viejo roble.

Al fondo un murmullo sordo y continuo se desplaza a lo largo de la autopista, por el sur despegan cada tres minutos enormes aviones de pasajeros hacia diferentes destinos, quehaceres, ilusiones, propósitos.

La muerte, impertérrita, acaba con todo. La vida, contumaz, sigue adelante sin que podamos entender su propósito final. Quizás, después de todo, muerte y vida sean en realidad la misma cosa.

18 - MONTE DIABLO.



Hemos tardado al menos un par de horas en llegar al Monte Diablo. Ha sido una buena decisión, el día en la ciudad está frío, la niebla cubre toda la bahía pero sabemos que en Contracosta se disipa y el sol luce con fuerza.

Cruzamos el puente de la bahía, en dirección contraria hay un atasco que parece infinito, por la hora y siendo sábado es muy probable que haya un partido de béisbol importante en San Francisco.

El Monte Diablo tiene la forma de dos pirámides y se sitúa entre las ciudades de Clayton y Danville. Ya en el parque comenzamos la subida acompañados de un buen número de ciclistas que lentamente van avanzando entre curvas y contracurvas viendo como el valle se hace más pequeño y la vista alcanza a ver el mar por el que paralelamente a la costa sube la niebla blanquecina ocultando la ciudad.

Por aquí también estuvieron los españoles, que conocieron y se mezclaron con las tribus Ohlone, Miwok, Yokuts y Volvon. En 1811 le dieron el nombre de Cerro Alto de los Bolbones pero con ocasión de la desaparición de unos nativos que los españoles nunca pudieron encontrar, los soldados lo renombraron Monte Diablo.

En 2005 un ciudadano de la cercana ciudad de Oakley pidió al gobierno federal que se cambiase el nombre arguyendo que ofendía las creencias cristianas. También se propusieron nombres nativos: Kawukum, Yahweh, Miwok o Mount Ohlone. Finalmente se propuso nombrarle Mount Reagan, pero el comité respondió que, aunque respetaban el nombre de Reagan, no era apropiado para una montaña histórica. Por fin se voto unánimemente en contra de cambiar el nombre debido a su importancia en la historia de California. Asunto concluido. Al menos de momento.

Desde la cima la vista es grandiosa, al sur el pico Copernicus, Junípero Serra, Monte Allison y Loma Prieta; al oeste San Francisco, el puente del Golden Gate y el monte Tamalpais; al norte el río Sacramento y las llanuras que lo circundan y que se prolongan hacia el este, al paso de Altamon.

En la cima un pequeño grupo de turistas contemplamos la vista mientras van llegando los ciclistas que son vitoreados por otros que ya descansan en los escalones del faro y la terraza que lo circunda.

Todos los siete de Diciembre se enciende el herrumbroso faro durante la noche para recordar el ataque de Pearl Harbor y se celebra una ceremonia con algunos de los pocos supervivientes que van quedando de aquél bombardeo que inició la guerra en el Pacífico.

Paramos un buen rato en un rincón del parque a tomar un vaso de vino en el silencio de la tarde escuchando el suave deslizamiento de las alas de los halcones que sobrevuelan las copas de los pinos. El sol, rojizo a medida que desciende en el horizonte, proyecta la luz horizontalmente entre los árboles y flotando en ella un tráfico masivo de pequeños seres, como polvo interestelar, se agita, va y viene o se deja acunar por la luz en esa última hora de la tarde que pronto dará paso a las sombras.

17 - MÚSICA.


Cómo podría explicarlo. Si hubiera que buscar una sola razón para vivir, esa sería la música. Al menos para mi.

Inmerso ya en la cuesta abajo de la vida aún no soy capaz de darme a mi mismo una respuesta coherente a ese fenómeno prodigioso, mágico y único que es la música. Toda la música.

Poco melódica fue mi infancia, dejando aparte las marchas militares que imponía el gobierno y las coplas, boleros, y otras manifestaciones populares que desde luego alegraban nuestras vidas siempre salpicadas de las notas fúnebres y amenazadoras de la religión oficial que nos asediaba y amenazaba, nos recriminaba nuestros ratos de felicidad. Pero incluso esa música fúnebre que nos imponían me gustaba.

Tendría unos quince o dieciséis años cuando por algún azar del destino oí por primera vez “Los Conciertos de Brandenburgo” en un tocadiscos primitivo, lleno de ruidos, de un amigo mío... Fue tal el impacto que recibí que me eché a llorar a lágrima viva.

A partir de allí me ocurrió como con las lecturas, fui tirando del hilo, descubriendo cosas aquí y allí, dando palos de ciego pero casi siempre acertando y poco a poco con gran esfuerzo construyendo y clasificando un mundo ignorado, lejos de mi alcance, un mundo que no se contemplaba en la rala, absurda, controlada educación en la que tuve la desgracia de vivir.

Quizás por eso, por el esfuerzo que supuso para mí, un chico de barrio al que no le gustaba el fútbol, ni los combates de boxeo, ni las matemáticas, ni la física y Química pero que me entusiasmaba la literatura, la música y cualquier cosa que tuviese una pizquita de arte considerado entonces superfluo, sin valor para abrirse camino en la vida, hizo que me sintiese rebelde y orgulloso, tozudo en persistir en las cosas que llenaban mi espíritu.

Hoy todo esto que digo tiene poco sentido. Al contrario que entonces se atiende mejor a las minorías, como los zurdos a los que ya no se les castiga a base de bofetadas y capones por haber nacido así, las posibilidades, la diversidad para escoger es muy grande si se logran vencer otros peligros aún más insidiosos que los de mi juventud.

Porque ahora la música es un producto industrial, masivo, que únicamente persigue la demanda del mercado. La música se ha convertido en un instrumento de persuasión oculto, convirtiendo a quien lo escucha en autómata con fines puramente enajenantes y comerciales.

También hoy es importante que ejerzamos nuestro criterio personal, sabiendo elegir, no dejándonos arrastrar por el consumo absurdo, por el tachún, tachún alienante que se impone machaconamente obliterando el sentido musical de la mayoría.

Así que para predicar con el ejemplo, me callo, pongo un plato de Mozart bien colmado sobre mi mesa y lo degusto lentamente, con delectación, saboreando cada nota…

16 -PUENTE.



Entre dos luces. Añado azúcar a la leche que he calentado primero en el microondas. Luego pongo el café casi hasta el mismo borde de la taza. Doy un sorbito para que no se me caiga y me acerco a la ventana.

Entre dos luces. Pero ya se distingue el puente y poco a poco va tomando forma todo lo que permanecía invisible durante la noche.

Al fondo sobre los farallones una luz avanza girando hacia la bahía. Un vuelo temprano que baja por la costa desde Portland o Seattle. Me digo. Pero…no. Son tres, cuatro, seis luces las que distingo, brillantes, formando una especie de uve sobre la incipiente claridad del día.

Extraño. Tomo lentamente el café. No tengo los prismáticos a mano, pero no me hacen falta. Las luces se hacen más intensas, como los focos que encienden los aviones antes del aterrizaje.

Se acercan a gran velocidad o eso me parece a mi. Ya están sobre el puente. De repente se quedan congeladas sobre él. Pasan lo que a mi me parece unos diez minutos. He terminado el café pero no me atrevo a irme a por otro.

El puente lentamente desaparece de mi vista. No puede ser. En realidad le he visto desaparecer muchas veces pero a causa de la niebla que se cierra sobre él. Pero esta vez no hay niebla. ¿Me estará jugando la vista una mala pasada?

Doy un salto hasta el ordenador para coger mis gafas de lejos que tengo siempre junto a las que uso de cerca, sobre todo para ver la pantalla.

De otro salto regreso a la ventana. No, no es una ilusión óptica. No me lo estoy inventando. El puente no está. Y ahora tampoco las luces en forma de uve. Con las gafas veo perfectamente, con gran nitidez. Además comienza a amanecer y puedo distinguir muy bien cada lado de la entrada de la bahía: Fort Point a un lado, la cuesta hacia el túnel en Marín County al otro.

Debo haber estado así unos treinta minutos. No sé muy bien que hacer. Supongo que habrá mucha gente que lo estará viendo, quiero decir, no viendo.

Bueno. Calma. Voy a ponerme otra taza de café. Tengo que ir al baño. Pero volveré lo antes posible y si las cosas siguen igual llamaré al nueve uno uno.

Regreso del baño con mi taza de café. Ya es de día. El sol comienza a reflejarse sobre el puente que ante mi asombro vuelve a estar en su sitio de nuevo. Todo está en calma. Un carguero chino con tres o cuatro pisos de contenedores sobre la cubierta se dirige hacia el centro del puente para salir a la mar abierta.

Pongo la radio. El tráfico habitual. El caos del mundo, también habitual. Todo normal. Nada extraordinario. Miro mi taza vacía. Me voy a por la tercera. Enciendo el ordenador y comienzo mis rutinas del día. Me vuelvo y de reojo miro el puente, rodeado del azul del cielo y el mar destaca espléndido en su belleza Art Deco revestida de óxido de plomo.

15 - ACTORES.

Me entero de la muerte del actor español Antonio Ozores. Ya mayor. De los pocos que iban quedando por premura de la edad. Uno de aquellos que alegraron mis tardes infantiles y juveniles en los cines de barrio que en gran número salpicaban las calles españolas y en concreto el Madrid en el que yo vivía.

Un cine en blanco y negro, como una sociedad en blanco y negro cuando salíamos de aquellas salas con olor a pies deslumbrados por la luz de la calle, acostumbrados a la penumbra de los programas dobles.

Eran películas en su mayoría consideradas cutres y que el tiempo hizo a algunas de ellas buenas o muy buenas. Películas que querían entretener y animar a una sociedad que aún vivía en la resaca de una guerra civil ya pasada pero difícil de cicatrizar.

Solían ser personajes sencillos, simpáticos, temerosos de Dios, con un humor edificado a fuerza de pasarlo mal en la dura tarea diaria del vivir. De señoras con toquilla en una portería debajo de la escalera, con una única bombilla amarilla y un cartucho de papel engomado repleto de moscas.

Luego fueron pasando los años y las películas se llenaron de colores y de una pretendida libertad sexual de quiero y no puedo, de los barrios que surgían como champiñones en la periferia con la habitación interior para la suegra que no había más remedio que llevar a cuestas. Naufragio de unos tiempos a los que se quería dar el cerrojazo para siempre.

Esa fue una época de pelis malas, llenas de suecas que hacían cola para exhibir los muslos y poco a poco los soñados valles húmedos que a la plebe nos dio por llamar felpudos. Eso también pasó. En cuanto el hambre y la penuria sicológicas se alimentaron aunque fuese mínimamente. En cuanto los jubilados pasaron unas mañanas sentados en los paseos marítimos del litoral viendo el incomparable espectáculo del destape femenino. Alegrándose por el descubrimiento y llorando interiormente por el tiempo perdido.

Y entonces comenzó un cine un poco más creativo, mirando al exterior, equiparándose a la forma y maneras de vivir de los países occidentales avanzados. También en la televisión se hicieron buenas series, obras interesantes.

Durante todo ese tiempo don Antonio Ozores siguió trabajando, haciéndonos reír con sus personajes recubiertos de una capa de surrealismo muy español.

Y durante unos años, bastantes, todo el mundo en términos generales fue moderadamente feliz. España creció y los españoles se convirtieron en ciudadanos del mundo.

Pero de nuevo los tiempos han cambiado. Hay algo en la sociedad que lleva a los españoles a la autodestrucción, al enfrentamiento, a la pérdida de valores. Algo que les está envenenando el alma.

Pero para Antonio Ozores el tiempo se ha cumplido y ya reposa tranquilo habiéndonos dejado una sonrisa en su monólogo que no decía nada y sin embargo lo decía todo.

miércoles, 4 de agosto de 2010

14 - PIRATAS DE MEDIO PELO.




Siempre me han gustado los piratas. Como a todo quisque. La cosa esa de estar libre por los mares, asaltando galeones mayormente de los pérfidos españoles que en el mundo han sido. De fiesta permanente en la discoteca flotante de a bordo, desde la proa a la popa, saltando y cantando las canciones de Freddie Mercury: “ I want to break free…” Raptando en alta mar a alguna de aquellas damas españolas de rompe y rasga que iban o volvían de hacer las Américas. Conquistándolas no por la fuerza sino por la persuasión de sus almas libres de pirata, teniendo un encuentro tórrido en cualquiera de las islas del Caribe donde iban a restañar las heridas del mar, de las largas travesías, las tormentas, huracanes y cañonazos de los navíos españoles de tecnología punta en aquellos tiempos.

Para ser un buen pirata había que ser inglés y hablar mal pero con gracejo la lengua de Shakespeare, haber trabajado al menos un par de veces en Hollywood con Errol Flynn y participado en algún motín venturoso en cualquiera de las fragatas británicas que ya empezaban a infestar las aguas lucrándose de lo que podían pillar a los españoles que hasta entonces no habían tenido rival surcando los mares de altura.

Piratas había habido desde que el hombre se subió a algo que flotase en el mar. Berberiscos, bucaneros, filibusteros. El Imperio Otomano le dio mucha guerra al emperador español y a su hijo Felipe II, las costas del Mediterráneo estaban infestadas de piratas que desde Argelia, Túnez y Marruecos tocaban la costa española en constantes escaramuzas. Don Juan de Austria, el famoso “Jeromín” de nuestras lecturas infantiles, hizo la guerra a los berberiscos sin cuartel.

Pero los piratas de torso bronceado, ancha hebilla en el cinturón, uno o más cuchillos adornando su cintura y amplio pañuelo recibido de alguna dama y atado con varios nudos a la cabeza, también pensaban en su jubilación mientras se asomaban a la borda y observaban a los delfines saltando y cortando el azul en la misma dirección que el viento impulsaba al bergantín.

Drake vio su futuro con claridad y decidió pasar al servicio de la corona inglesa en donde como corsario se le iban acumulando los trienios. Funcionario al fin.

Y lo hizo bien, mientras que para el mundo de habla castellana sigue siendo el pirata Drake, para el de habla anglosajona es nada más y nada menos que Sir Francis Drake. Vamos que se lo montó bien el tío. Claro que enriqueció a Isabel I con un fabuloso botín y en agradecimiento la reina le nombró caballero. No está mal.

Hoy esto de los piratas está hecho un asco. Ahí están esos Somalíes que abordan con metralletas pidiendo la pasta por el morro. Y hay países tan memos que hasta se la dan. Son cuatro desarrapados sin ningún caché de piratas, raperos de cassettes y camisetas del Barcelona. Una pena.

Yo me consuelo cantando la canción de los piratas del capitán Garfio en Peter Pan:
¡Ah! Es la vida del pirata, la vida mejor
se vive sin trabajar
cuando uno se muere
con una sirena se queda
en el fondo del mar…

13 - SUSTO.




A veces en las horas del amanecer, cuando la noche y el sueño han limpiado, al menos momentáneamente, la estupidez que todos abonamos durante las horas del día, por miedo, por intereses, quizás por pura ignorancia, se ven las cosas con nitidez, con una especie de clarividencia que luego se disipa y nos falta cuando todo vuelve a despertar a la cotidiana realidad de nuestras banalidades.

Y uno se asusta.

Se asusta de pensar que las cosas podrían ser mucho más sencillas, que podrían funcionar mejor si no estuviéramos manipulando cada segundo la realidad para acomodarla a la ideología de un partido político o los intereses de una empresa.

Cada día se destruyen infinitas posibilidades de mejorar al hombre, cada día se despilfarran cuantiosos recursos en el humo de proyectos inútiles sólo para satisfacer la vanidad y acrecentar el ego de unos pocos.

Cada día los pobres son más pobres y los elegidos acumulan más riquezas sobre sus riquezas, poder sobre poder, avaricia sobre avaricia.

Y uno se asusta sobre todo de que hayamos llegado al punto de que eso nos parezca normal, de que reconozcamos que algunos hombres son superiores a otros no por su bondad, inteligencia, capacidad, tesón, habilidad para hacer el bien sino por su falta de conciencia universal, su maldad intrínseca, su capacidad de manipulación, su carencia de escrúpulos, su derroche en la administración de los recursos del mundo que en teoría deberían ser de cada uno de los seres humanos que habitan el planeta.

Muertos los valores que de una forma u otra lideró el cristianismo y su asentamiento práctico en la sociedad del siglo diecinueve, asistimos a la lucha por la supervivencia en un campo de batalla donde los ciudadanos se enfrentan cada día a las guardias pretorianas de abogados defendiendo los intereses de los grandes grupos del poder y la riqueza, que utilizan y manipulan las leyes que una vez fueron creadas en beneficio de todos. De grupos especializados en el uso del lenguaje, arma eficaz para convertir una realidad evidente en otra acomodada a sus deseos. De la prensa, la radio, la televisión que destilan lenta e inexorablemente su mensaje terminando por habitar en la conciencia del individuo.

Pero que digo. Qué negro lo veo todo. No. Hay que ser optimistas. Como decía alguien, no me acuerdo quien: “ Por muy bien que hagas las cosas en la vida, siempre todo terminará mal”. O algo parecido.

Bueno, como sabemos el final, tratemos al menos de hacerlo lo mejor posible mientras podamos. Alegría. Alegría.

12 - ORDENADOR.




Hace algo de frío. Amanece, que no es poco. Como dicen en la película. Me siento con mi café, el ordenador se despierta, se busca a través de sus circuitos siguiendo sus rutinas establecidas, se despereza, se pone a trabajar.

Mirando como se van colocando los iconos me doy cuenta que a mí también me ha pasado. Sí. Soy un adicto de este chisme luminoso. Llevo así desde mil novecientos noventa y algo cuando en la pantalla verde de aquellos primeros clones, que así se les llamaba si no eran exclusivamente de IBM, el único aliciente era la presencia de una ce seguida de dos puntos. A partir de allí uno tenía que adentrarse en un intrincado maremágnum de números, letras y símbolos para conseguir que se materializase algo congruente en la pantalla.

En realidad recuerdo de aquellos días pocos resultados prácticos y muchas horas perdidas ante la pequeña pantalla verde o ámbar. Aunque pensándolo bien esos balbuceos informáticos sirvieron para que algunos de mi generación nos incorporásemos a un mundo que a otros se les ha escapado definitivamente.

Luego apareció Windows-95 con sus ventanas por las que ya podía uno asomarse y ver lo que estaba al otro lado con mucha más facilidad, después el Internet, que fue la verdadera revolución.

Aquellos días son ya parte del pasado, ahora abro mi caja de Pandora, mi ventana al mundo exterior y consigo ser electrónicamente ubicuo. Nunca como ahora el hombre había tenido en sus manos tanta información, tantas posibilidades de acceder al conocimiento. Pero, naturalmente, el ordenador es sólo una máquina y es el hombre el que sigue teniendo la capacidad de hacer de ella una fuente de cultura, de información, de libertad o un profundo, siniestro, maloliente cubo de basura.

Estamos, sin embargo, sólo al principio de unas tecnologías que evolucionan cada segundo y que traerán otras formas, otros modos de orientar el milagro informático que naturalmente seguirá cambiando nuestro comportamiento social.

Mientras todo esto evoluciona en la sombra, yo sigo atento a la pantalla.