Busco mi capa de Superman, no sé donde la he metido, en el fondo de algún cajón…hace mucho que no me la pongo. De pequeño la usaba a todas horas, iba y venía por encima de los tejados sobre todo a la hora de la siesta cuando mi madre me obligaba a cerrar los ojos y yo me cubría con la sábana en la oscuridad de la habitación y leía tebeos de El Llanero Solitario y Hazañas Bélicas bajo la mortecina luz de una linterna de bolsillo. Cuando mis padres comenzaban a roncar sacaba la capa, me la ataba al cuello y me largaba por la ventana de nuestro quinto piso.
Solía irme a dar una vuelta hasta los confines del Madrid de entonces que estaban por la Casa de Campo y las chabolas al final de Lavapiés, o en la Plaza de Castilla donde ya empezaba el campo. Sobrevolaba las casas bajas, los patios y a veces lo hacía sobre la Gran Vía con sus grandes terrazas e incluso alguna que otra piscina en lo más alto.
A menudo se me iba el santo al cielo y tenía que acelerar la vuelta a casa, mi madre ya se había levantado e inspeccionaba mi cama alarmándose al verla vacía. Pero yo entraba por la estrecha ventana del vater, me quitaba la capa y cerraba la puerta con el pestillo sentándome encima de la taza y diciendo: “ Estoy aquí, mamá”…
Por fin la he encontrado, como pensaba, estaba metida en el último rincón. La pobre está bastante deslucida, llena de churretones y extrañas manchas posiblemente de regaliz o vete tú a saber. Me voy a la lavadora: una medida de jabón en polvo, agua tibia no vaya a ser que el rojo se me desluzca más de lo que está.
Recuerdo cuando me la compré, en realidad me la compró mi hermano que ya hacía sus pinitos en inglés. Él escribía a Charles Atlas para que le enviasen la revista y así ponerse cachas haciendo los ejercicios. Yo le veía todos los días dale que te pego con los bíceps, las flexiones, las torsiones de cuello, los ejercicios de estómago. Y el caso es que sí se iba poniendo hecho un mulo.
Yo me sentaba delante de él a mirar y él me decía:
—¡Haz gimnasia!¡Ponte a hacer los ejercicios, baldao!
—A mi eso no me mola—le contestaba.—
—¿Y entonces tú que quieres hacer?— Me interrogaba.—
—Yo quiero que me escribas una carta en inglés…
—¿Una carta en inglés? ¿A quién?
—A Superman.
—Anda ya, vete al pedo.
Pero no me fui al pedo. Le estuve dando la murga sine die y seguramente para que le dejase en paz accedió a escribir la misiva de marras. La enviamos a un sitio en Nueva York, una editorial de tebeos de duro que publicaba las historietas de Aquaman, Batman, Superman, Superwoman, Flecha Verde y Veloz y una purrela de otros héroes de tierra, mar y aire.
El caso es que al cabo de casi dos meses, tiempo en el que yo había casi perdido las esperanzas de que me contestasen, recibimos un paquetito amarillo con sellos de los Estados Unidos. Me dio un vuelco el corazón.
Enviaban un catálogo en color con los héroes que publicaban y una lista de pedido. Debajo había un pequeño envoltorio de papel de estraza. Lo abrimos y allí estaba la capa. No era exactamente como me la había imaginado. Era un poco más cutre que la que se mostraba en los tebeos pero de todas formas no estaba mal. Era toda roja con una especie de diamante amarillo y en su centro la ese también en rojo. Me la puse sin dilación y comencé a dar saltos por la habitación estirando los brazos ante la mirada de mi hermano que se meaba de risa.
Así empezó la cosa. Luego me fui haciendo mayor, y lo de siempre: el trabajo, las chicas, los amigos, la falta de tiempo…la fui dejando de usar y terminó en un cajón.
Unos años después de estar casado, cuando mi hijo era todavía pequeño le conté sobre el asunto de la capa y encargamos una, sorprendentemente aquella antigua dirección aún funcionaba y un buen día recibimos el mismo paquete, con el mismo tipo de papel y hasta creo que los mismos sellos.
Mi hijo se quedó muy contento con su capa y después no volvimos a hablar de ello pero de vez en cuando le veía por el pasillo con ella puesta y al cruzarnos me miraba a los ojos y me sonreía sin decir palabra.
Bueno ya está lista, la meto un momento en la secadora. Ha quedado muy bien, parece la misma de hace cincuenta años. Salgo de la habitación de la lavandería. No hay un alma por el corredor. Me pongo la capa. Tomo carrerilla y estiro los brazos. Me pego una buena costalada en la moqueta. Me levanto, me voy al fondo del pasillo. Vuelvo a tomar carrerilla, estiro los brazos…sí, levanto un poco los pies, sobrevuelo hasta los ascensores. Me estampo contra el suelo. Se abre el ascensor y dos vecinos me miran con asombro y algo asustados. De nuevo todo despejado. Me voy al fondo. Tomo carrerilla. Lo intento de nuevo.