sábado, 18 de febrero de 2012

100 – AL FINAL DEL DIA.



Y al final del día cualquiera puede encontrarse frente a si mismo. Solo. En silencio. Evaluando el tiempo que ha pasado. Las horas desde el amanecer ya lejano, olvidadas en rutinas, en actos mecánicos o a veces, en ocasiones especiales, en mágicos momentos que permanecerán como hitos en la memoria de la vida. O puede que no.

Para unos el desasosiego de la sinrazón de las cosas. Para otros el vértigo compulsivo de las tareas absorbentes que llevan a la promoción personal. A la lucha corporativa, al poder, las influencias, la pasión, el prestigio.

O a la no menos absorbente tarea de intentar sobrevivir durmiendo bajo unos cartones. Buscando un hueco en cualquier acera donde envolverse en una manta. Haciendo cola cada día en la calle para recibir una ayuda, una comida caliente que le lleve al día siguiente, al sinsentido habitual del que no hay escapatoria posible. O muy poca.

Y muchos llegarán a la conclusión de que ese día no ha pasado nada en sus vidas. Al igual que ayer, que el día anterior. Unos porque no tienen nada y nada esperan. Otros porque lo tienen todo y les aburre seguir esperando lo mismo. Otros porque viven en la mediocridad de una pequeña vida enfocada por entero a consumir cosas.

El ser humano es complejo. Voluble, equívoco, ambiguo y también constante, pertinaz… por muchos años que viva la experiencia de la vida nunca llegará a saber en definitiva que quiere de ella. Todos los afanes irán dirigidos a entenderla, a desvelar porqué nos inunda de felicidad o de tristeza. O de las dos cosas a la vez.

Porqué un niño desea fervientemente y por encima de todo tener un ipad y sueña con él por las noches y no piensa en otra cosa al entrar o salir del colegio y está convencido que el tenerlo supondrá la felicidad absoluta.

Y otro, arrebujado en una manta vieja en el fondo de la barca de su padre con el que se ha levantado a las tres de la mañana y ahora prepara los anzuelos que les permitirán sobrevivir un día más, escucha la corriente y mira hacia el cielo contemplando el espectáculo grandioso de la luna llena. Fría, azulada, surcada de cicatrices y cráteres, muda e impasible reflejándose en su pequeño rostro. Y sonríe y piensa que eso es la felicidad absoluta.

Naturalmente no existe esa felicidad absoluta pero es muy posible que si lográsemos liberarnos de tanta carga social, del ruido estático que envuelve nuestra alma, si nos mostrásemos humildes podríamos acercarnos a ella.

Estamos en la primera mitad del siglo veintiuno. Algunos no viviremos la segunda parte por la simple cuestión de que todavía no se ha inventado nada para dejar de ser finitos. Los que hemos tenido el privilegio de ver este cambio de siglo hemos asistido a grandes descubrimientos. Increíbles. Apasionantes. Y sin embargo no somos muy diferentes a nuestros antecesores del siglo doce o del diecisiete. En lo esencial seguimos siendo igual que los individuos de cualquier época.

Al final del día, de un día cualquiera, sentado con mi padre ya mayor, me decía: “Estoy viviendo de regalo”. Él comprendía que había completado su ciclo. Que bien o mal había hecho lo que tenía que hacer, lo que había podido en muy malos tiempos. Como suelen ser casi todos los tiempos. Y se sentía en paz consigo mismo.

Un amigo mío octogenario me confesaba cuando le preguntaba por su salud: “Aún estoy vertical” Y me sonreía.

Había sido en vida un buen médico del corazón, amado los buenos vinos, viajero y pescador. Poco antes de morir aún se levantaba con ilusión para preparar con orgullo una tortilla que le había enseñado un chef francés.

Al final del día nos sentimos muchas veces vacíos. Desfondados. Nada ha pasado ese día. Nada excepcional posiblemente. Pero a poco que reflexionemos nos daremos cuenta que en los detalles de las horas, en el polvo anímico que se desprende de nuestro continuo desgaste personal hay partículas de una fuerza antigua, algo mágico que nos sostiene y anima. La percepción de que entre el cansancio y el sueño de cada día anida una esperanza, posiblemente ilusoria, que nos anima a cruzar la oscuridad de la noche depositándonos una vez más en el milagro de otra mañana repetida.

Fin. San Francisco, Diciembre de 2011.

99 – AIRPLANE.



En la niebla de la mañana. Esperando la salida. La pista vacía se adentra en la nada más allá de las primeras luces. Espero sentado mirando a través de los cristales. Transición de la noche al día. En la sala poca gente. Somnolienta. Olor a café. Silencio roto de vez en cuando por la salida de algún vuelo. Miro alrededor. De nuevo al exterior difuso.

Dónde han ido las flores. Las imágenes. Las caras jóvenes, hace tanto tiempo. Las sonrisas que aún imagino flotando en torno. Las voces. Los días y las horas. Largos paseos en el frío invierno. Charlas inacabables en las calurosas noches de verano. Las comidas juntos, el sol sobre nuestros platos. Los días de lluvia en torno al brasero, oyendo la radio, el cholocate humeante en las tazas, hace tanto tiempo.

La tristeza en la arena removida para enterrar a los seres queridos, las cruces infinitas en un cementerio infinito, los muertos que desde el otro lado presenciaban indiferentes el dolor de los que lloraban por ellos y aún tenían que bregar con la vida, hace tanto tiempo.

Los amigos y vecinos que vivían tan cerca en el descansillo común. Aquellos hombres y mujeres que estuvieron en la guerra y en la cárcel. Que discutían o se abrazaban por cualquier cosa. Grandes y especiales a los ojos de la niñez. Que me besaron cuando era pequeño, que me cogieron en brazos y me hicieron reír hace tanto tiempo. Que me vieron crecer cuando aún no era consciente de ello.

Dónde los maridos subiendo las escaleras, la cena caliente esperando, la mujer y los hijos alrededor de la mesa, las historias de cada día, los pequeños grandes acontecimientos de la vida familiar entre cuatro paredes, con la esperanza como único destino, que sin saber cómo desaparecieron a través de la arena de las horas y los días, lentamente, hace tanto tiempo.

Dónde han ido los pequeños lugares de nuestro consuelo, el viejo árbol querido y conocido, el rincón donde cuchicheábamos nuestras mínimas aventuras, donde construíamos nuestras elaboradas fantasías, donde alguna vez se encendió una incandescencia de amor y sentimos por primera vez salírsenos el corazón por la boca, aquél milagro incomprendido, ajeno a nuestra voluntad. Hace tanto tiempo.

Dónde aquellos otros aposentos fríos, arrasados por el miedo, las disciplinas, las creencias aparentemente eternas, los dictados de la autoridad y la soberbia de las leyes de los hombres que nos amargó sin sentido alguno, las banderas, las insignias, las medallas de la muerte, que nos marcó con el hierro amargo del odio y la rebeldía, hace tanto tiempo.

Me levanto y compro un café. Hace algo de frío. Vuelvo a mi asiento y sorbo lentamente. Pienso en tí. Al final de este vuelo estarás esperándome. Contigo llevo ya toda la vida. Esta otra vida. Espero que entiendas porqué te quiero tanto. Porqué a veces te atosigo con mi amor. Porqué me siento tan confuso. Tan perdido como a los dieciséis años.

98 – RESCOLDO.



Supongo que entonces te quedarás también para la nochevieja ¿O no? Desde luego nada como Santiago para pasar unos días. Uno de mis lugares favoritos. Además del pulpo y todo eso a mi me gustan los churros de Santiago. Aunque los hacen muy bien en toda España, todo depende de que se pillen a tiempo y no estén flácidos o correosos. Aquí no hay y los echo de menos. Los mejicanos venden unos churros gordos y largos rellenos de crema pastelera que llaman churros y desde luego lo son pero en una versión muy diferente de la nuestra.

Por otro lado también añoro en estas fechas los polvorones, los alfajores de paladar terroso que aplastábamos con las manos antes de comerlos para que no se desmenuzaran entre los dedos. Los turrones que sin embargo han dejado de atraerme. Se han convertido en una amalgaba mucilaginosa envuelta en una desagradable funda de plástico dificil de abrir. Antes, no hace de eso tanto tiempo, iban envueltos en una fina masa hecha de harina y agua que invitaban a la comunión.”

Mi hermano y yo nos enviamos estos correos a través del milagro del ordenador, nuestra lejanía física se compensa de esta manera aportando un cimiento de consuelo a una historia familiar que el tiempo ha ido desmoronando, reduciéndola al cada vez más escaso polvo del recuerdo que sólo nosotros dos compartimos.

La pobreza, el frío de aquellos días inhóspitos del viejo barrio madrileño por el que andábamos en la neblina de la mañana o en los atardeceres iluminados con las tristes bombillas de los puestos trabados con tablas viejas y trozos de cartón, soplándonos las manos ateridas; caminando por los adoquines húmedos de escarcha tanto fuera la mañana como la noche.

Figuras de barro tosco, portales de corcho, muérdago, el papel azul tachonado de estrellas algo arrugado en un rincón que se convertiría en la noche mágica, estrellada del camino a Belén.

Sombreros de copa de cartón y matasuegras, trompetillas chillonas de plástico y los bares cercanos exhalando el vaho dulzón de las copas de anís y coñac. El tufo de los calamares fritos y vueltos a freir en un pocillo de aceite turbio cubierto de grumos.

Recuerdos lejanos, nostálgicos, de escasas monedas que dábamos vueltas en el bolsillo sopesando la mejor inversión. Ya nadie canta “Los peces en el río” bien es verdad que tampoco quedan ya peces en el río. La contaminación los ha barrido del mapa como así mismo se han ido borrando costumbres arraigadas en una sociedad cristiana que tuvo que ganarse a pulso su supervivencia rechazando la esclavitud del invasor musulmán a través de los siglos. Una realidad entretejida de leyenda, milagros, apariciones, supersticiones que llegó hasta nuestros días y de la que hoy parece solo quedar el afán de consumir.

Pero no debemos de olvidar que hemos envejecido y el presente se distorsiona con la fuerza del recuerdo, que ya no podemos seguir el ritmo de los acontecimientos, de la vida, como lo hacíamos alegremente en la juventud. Hoy se sigue riendo, celebrando de forma diferente, con otras costumbres en un mundo cambiante, reducido, entremezclado, en el que otro significado sustituye aquél que aún nos produce tanta nostalgia.

Así, seguiremos mandándonos mensajes, compartiendo las sombras de aquellos que ya no están, los lugares y las cosas que quedaron desperdigados en el largo camino que se desvanece tras nuestras huellas.

97 .- BILOCACIÓN Y OTRAS TAUMATURGIAS .- III



En la silla al lado de Francisco Javier se materializa la bilocación y Sor María de Jesús de Agreda aparece de cuerpo entero con un libro en las manos y aparentemente sin prestar atención a ninguno de los presentes.

—¡Total! Mal negocio. Creo que he contestado a su pregunta...

—Gracias, muchas gracias ¿Pero porqué esto del carnet del jubilado, la asociación...?

—Control ¿Qué le dice la palabra control?

— ¿CIA?

—Premio.

Sor María con las manos sobre el libro nos mira, mira alrededor y vuelve a mirarnos sonriendo sin decir nada, luego abre el libro y parece concentrarse ajena al murmullo que va creciendo a nuestro alrededor. Las mesas, en efecto, están ahora ocupadas por diferentes personas, algunas, como yo, de aspecto anónimo, otras destacan por sus ropas, uniformes, enseñas o colores. Francisco Javier me señala algunas.

—¿Ves aquél sacerdote de negro con birrete junto al que lleva el hábito de franciscano?

—Si, si—contesto—.

—Pues son nada menos que Don Bosco y San Antonio de Padua. Y ese otro que habla tan animadamente con Capitán América y Miss Patriot es San Pío de Pietrelcina—.

—Pero, por lo que veo, aquí se confunden santos de la iglesia católica con personajes ficticios...

—Así es, yo te hablo un poco de lo que conozco, de muchos no sé nada. Pero de lo que no cabe la menor duda es de que la iglesia es una mina de oro en cuanto a fuerzas desconocidas o poco estudiadas, levitaciones, bilocaciones, presencias, transmutaciones, milagros en general...y dos cosas son ciertas, una que todos los que estamos en esta sala estamos jubilados o mucho más allá de la jubilación y otra que cada uno, de una u otra forma tiene o ha conseguido algún poder especial a lo largo de su vida que le hace diferente al resto de los humanos.

—Mira—me dice Superman bajando la voz— hazme caso, esto es cosa de la CIA. Los que aún no están jubilados no son problema, están perfectamente controlados por ordenadores y toda esa quincalla moderna, pero nosotros, los que hemos ido por libre en una época en la que la información se realizaba escribiendo notas en una libreta, lenta y poco manejable andamos desperdigados por el mundo guardando secretos que la CIA quiere controlar y desarrollar. Hincar el diente.

—¡Caramba!—Digo yo con la boca abierta—.

—Para eso han creado la AMJBOT —me intima Francisco Javier—Esa gente está interesada por todo lo que represente conocimiento o poder y la bilocación es una de las cosas en la que tienen mayor empeño.

—Y no es de ahora sino de hace ya muchos años—afirma Supermán—Lo sé de buena tinta— en los años cincuenta se experimentó con todo lo habido y por haber, una de las cosas en las que se puso más empeño y dinero fue en la levitación y por supuesto en las bilocaciones. Todas las posibilidades estaban abiertas y el haber sido los vencedores en la guerra les confería un optimismo casi infinito capaz de romper cualquier barrera. Todo era posible. Todo cuestionable.

Varios camareros van distribuyendo por las mesas jarras de café y chocolate, pastas y bollos, bandejas de diversos embutidos. El salón está ahora muy animado y Marvel cuenta a Superman que algunos de sus amigos trabajan en el metaverse como avatares, donde de nuevo les ha llegado la fama entre las generaciones jóvenes. Superman le contesta que está muy viejo para eso y que hasta el traje le queda estrecho, y se inclina a coger con los dedos un canapé de salmón ahumado. Sobre un pequeño escenario en una esquina del salón un cantante con un traje de lentejuelas y sombrero de copa se biloca envuelto en una cortina de humo de colores duplicándose al otro extremo arropado por un cerrado aplauso. En realidad es su hermano gemelo que saluda con una amplia sonrisa y corre a reunirse con él iniciando una serie de alegres canciones de los años cincuenta mientras los miembros de la AMJBOT charlan, comen y beben alegremente elevando el nivel de decibelios a un grado insufrible.

96 .- BILOCACIÓN Y OTRAS TAUMATURGIAS .- II


Me tomé el agua a grandes tragos sintiendo el agradable frío bajando por el gaznate y decidí ¡Qué caramba! No perderme aquella oportunidad porque me daba en la nariz que podría conocer a algún botarate de altos vuelos.

Llego a la sede de la AMJBOT. Una casa victoriana bastante cerca del centro de San Francisco. Después de comprobar mis datos personales me invitan a pasar a un amplio salón, elegante, sobrio y al parecer muy tranquilo. No hay demasiadas mesas, unas diez. Redondas y dispuestas con manteles rojos, flores y jarras de agua. Miro el reloj. Son las ocho y media de la tarde pasadas. No me he equivocado en la hora. La sala sin embargo está vacía excepto por dos tipos con pinta de carcamales sentados uno enfrente del otro. No hablan y uno fuma con aparente delectación.

Me presento. A modo de aviso, reconvención o lo que sea le digo al que fuma que le van a llamar la atención.

—Lo del fumar no mola hoy en día. Sonrío con timidez.

—¿No mola? —contesta—apagando el cigarro en el cenicero parsimoniosamente. Me mira y continúa,

—Marvel, Capitán Marvel, supongo que en algún momento de su vida habrá oído hablar de mí…

—¡Claro que sí! ¡SHAZAM! Me entusiasmo...

—Eso es—Me mira con ojos cansados y tristes y saca otro cigarrillo.

Me quedo en silencio. El señor Marvel enciende el cigarrillo. He debido de meter la pata o algo. El individuo sentado enfrente me mira, sonríe y se presenta ofreciéndome una mano delgada y pálida.

—Mi nombre es Francés de Jasso o Francisco Javier.

—¡Encantado! He leído su historia pero no recuerdo nada sobre bilocaciones o cosas por el estilo...

—Desde luego que no—responde arrellanándose en la silla—pero no debemos sentirnos defraudados por ello, a veces la iglesia insufla un toque mágico, algo inusual, oculto, para llamar la atención popular sobre sus santos...

—Entonces nada de bilocación o milagros...

—Bueno, en mi época, recuerde que mi muerte fue en mil quinientos cincuenta y dos, viajé lo mío por todo el mundo. En aquel tiempo y con aquellos medios era casi, casi bilocación. Corrió así la especie de que me había bilocado a Goa en la India Portuguesa, pero no se lo crea—haciendo un gesto negativo con la cabeza.

Por la puerta comienzan a aparecer algunos grupitos de personas que charlando se dirigen lentamente a ocupar las mesas. Un anciano de pelo e incipiente barba cana, apoyándose en un bastón se acerca a saludar al señor Marvel levantando una mano en señal de reconocimiento de don Francisco Javier que le devuelve el saludo en forma de sonrisa. Marvel señala al anciano y me mira,

—Le presento a Superman.

—Mucho gusto—le doy la mano.—

—El gusto es mío.

Superman me observa mientras se sienta en una silla al lado de Marvel.

—A usted es la primera vez que le veo aquí ¿Verdad?

—Si señor, es mi primer año, hoy van a darme el carnet de jubilado...

—¡Ah! Ya decía yo que no le había visto antes...y ¿A santo de qué está usted aquí?

—Pues no estoy muy seguro, creo que por la capa...

—¿Qué capa?

—Hace muchos años compré una capa de Usted, de Superman encargándola a una editorial de New York...

—¡Ah las capas!—Superman tuerce el gesto y apoyándose en el bastón busca en la silla una mejor posición para su trasero.—

—¿Te encuentras bien?—pregunta Francisco Javier desde el otro lado de la mesa.—

—Así, así, los años y tanto tiempo cerca de la kriptonita me han dejado baldado...

De la silla contigua a Francisco Javier comienza a perfilarse una sombra translúcida, un humor blanquecino que trepa ensortijado por los brazos concentrándose en su centro.

—¿Se quema algo a su lado señor Javier?—pregunto tímidamente.—

—¡Ah, no! es ella que está haciendo acto de presencia, no te preocupes, siempre tarda un poco en bilocarse pero al final lo consigue...¡Ella es la única entre nosotros que se biloca! Quiero decir bilocación de un humano porque la mayoría de todos estos señores pueden bilocarse pero les guste o no son sólo producto de la imaginación.— Superman y Marvel se miran y asienten.

—Pero...volviendo a las capas...¿Usted cree que estoy aquí por haber comprado una hace cincuenta años?

—¡Ya lo creo que sí!

—¿Qué es eso de las capas?—inquiere Marvel.—

—¡Ah, mal negocio! Creí que me podría ganar unos dólares extra vendiendo mi supuesta capa. Un juguete nada más. Pero el caso es que ¡Funcionaba! Debió de tener un efecto placebo o qué se yo. Y los niños que la compraban iban por ahí revoloteando entre los edificios. Os acordaréis que esto era en los cincuenta, la gente obsesionada con los marcianos, los platillos volantes y todas esas zarandajas. El Pentágono cogió un cabreo monumental y trató de requisar las capas como pudo pero no lo consiguió del todo. Nos cerró la editorial y se incautó de los archivos. Nos puso a todos en la calle, Batman y Robín se las tuvieron que ingeniar cambiando los antifaces por unas viseras para vender perritos calientes en la Quinta Avenida. Superwoman, la pobre, se pasó unas temporadas fregando pisos, como lo hacía muy deprisa se ganaba unos buenos dólares pero era denigrante, un sin vivir...

95 – BILOCACIÓN Y OTRAS TAUMATURGIAS.



Me he levantado temprano. No puedo dormir más. Estoy algo nervioso, hace unos días recibí una invitación de la Asociación Mundial de Jubilados Bilocados y Otras Taumaturgias. AMJBOT. Hoy es el día. Me pongo un poco de café que a mi me calma, ya ve Usted.

Todo viene a cuento de la famosa capa. Sí, la capa que mi hermano y yo encargamos a una pequeña editorial de cómics en New York. Pero de esto hace la friolera de más de cincuenta años. Usé la capa regularmente en mi infancia y también encargué una a mi hijo bastantes años después. Pero luego me olvidé. O la vida, con su atonal monotonía me hizo olvidar. Una pena.

Pero el caso es que aquello quedó registrado. Una compra aparentemente tan sencilla pasó a formar parte de algún engranaje burocrático que fue, callada pero inexorablemente, anotando las horas de mi vida hasta que alguna alarma, alguna ficha amarilla, una lucecita en alguna parte de un vasto archivo polvoriento en Wisconsin, Nebraska o vete tú a saber donde se encendió o se calló del cajón desvencijado alarmando al cancerbero del invento que reconoció en mis datos estar en la franja roja de los jubilados.

Casi seguro la dichosa ficha pasó a los dominios de la seguridad social y en un dos por tres se me notificó por carta y por correo electrónico (tienes un imeil) que me había convertido en un flamante miembro de la AMJBOT que como su nombre no indica a no ser que te lo expliquen y desde luego si que lo hacen en el membrete, significa: Asociación Mundial de Jubilados Bilocados y otras Taumaturgias.

Me senté en una silla de la cocina con un vaso de agua fría cerca y la carta entre las manos. Bilocado, lo que se dice bilocado – pensé – era algo que no había experimentado a no ser que en la bilocación entrara el estar en Babia, en las Batuecas o en las Musarañas cosa que desde que llevaba pañales húmedos había sido parte de mi vida, sobre todo en mis años de colegial en los que mi cuerpo astral o lo que sea salía huyendo de las clases de matemáticas y en el pupitre solo quedaba el gordito inútil que durante tanto tiempo fui.

Quizás la cosa fuera más por el lado ese de lo taumatúrgico. Porque aunque a mí los azarosos y dichosos días de la capa me parecieron lo más natural del mundo, qué duda cabe de que si mi madre me hubiera descubierto le habría dado un flus que le habría llevado directamente a urgencias.

Menos mal que no fue así. Guardé con celo mi secreto y sólo lo compartí con mi hijo al que supongo que llegado el momento, dentro de todavía muchos años, le mandarán la dichosa carta.

En ella me congratulaban por haber tenido la dicha de llegar sano y salvo a la tercera edad y bla, bla, bla y me invitaban a pasarme por la asociación en donde además de entregarme el flamante carnet de miembro de la AMJBOT e invitarme a merendar podría conocer a otros miembros destacados de tan distinguida asociación y así seguían enrollándose hasta el final de la página.