lunes, 29 de noviembre de 2010

44 – ME VOY CON LA CONGA.



Hoy decido no encender el ordenador. Ya está bien. Agarro la conga que la tengo en una esquina del salón en plan decorativo y me pongo a practicar un poco. Es una buena sensación, aunque es la primera vez que lo intento las manos suben y bajan sobre el parche de cuero con agilidad y hasta cierta gracia sorprendiéndome como ellas solas se ponen de acuerdo para marcar el ritmo sin que yo no tenga nada más que hacer que dejarme llevar.

Suena el teléfono. Es el conserje del edificio. Me informa con mucha amabilidad que le han llamado tres vecinos diferentes quejándose del ruido. Uno apuntó que debería irme a un safari a practicar. Otro que en los pasillos del metro suena mucho mejor. Y un tercero sugirió que respete la paz de la comunidad o subirá él a practicar en mi cara.

Tomo un par de cafés. Me visto y me voy a la calle con la conga. Como tengo un parque cerca me siento en uno de sus bancos. No hay nadie y me pongo a tocar. Al poco aparecen un par de “sin techo” empujando los carritos de supermercado. Se paran frente a mí, me saludan y aparcan sentándose en la hierba. Sacan unos mendrugos que me ofrecen y se ponen a comer mientras evalúan el sonido de la conga.

Aparecen dos o tres negros jóvenes que se quitan las camisas y comienzan a cimbrearse rítmicamente. Uno de ellos me asesora de como tengo que colocar las manos y los diferentes ritmos que debo practicar.

Aparece un coche de la policía. Salen dos tabiques de su interior colocando las porras de madera en sus fundas. Se me acercan. Me indican que estoy perturbando la paz del parque. Argumento que no hay un alma en varias millas a la redonda. Me miran de arriba abajo y me piden la documentación.

Me sugieren que ahueque el ala para evitar males mayores. Así lo hago y me voy con la conga bajo el brazo camino del centro. Me meto en uno de los pasillos del metro, apenas pasan tres o cuatro personas. Me pongo a practicar. A la media hora tengo ya acumulados en el suelo unos tres dólares en monedas. La gente pasa y deja algo. No lo necesito pero alivia el corazón pensar en la bondad humana.

Tardaba en llegar pero al fin se materializa el guarda jurado del metro. Me saluda y me dice que no me conoce. Yo tampoco, le contesto alargándole la mano. Me pide el carnet de actividades callejeras. Le digo que no se de qué me está hablando, yo sólo estoy aprendiendo un poco sin ánimo de molestar a nadie.

Me pongo la conga debajo del brazo y salgo a la luz de la calle. Está visto que no doy con el sitio idóneo para practicar. Aprovecho que estoy en el centro y entro a dar una vuelta en unos grandes almacenes.

A la salida suena la alarma. Me paro. Un guarda se me acerca y me coge del brazo. Le explico que la conga es mía, que la compré en la sexta en una tienda de empeño. Llega otro que me pide que no levante la voz. Le respondo que no estoy levantando la voz. Este también me coge del brazo. Del otro brazo. Me llevan a una habitación en cuya puerta hay un pequeño rótulo que dice: “Seguridad”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario