lunes, 10 de enero de 2011

47 – LA MALDICIÓN DEL AUTOMÓVIL.




Vivir en la ciudad y usar el automóvil es como conducir por un campo minado, rodeado de francotiradores, controlado por un enemigo letal del que no puedes escapar, que te vigila, te acosa, que aprovecha cualquier pequeña distracción para caer sobre ti.

Y sin embargo no por eso dejamos de usar el coche. Porque aún tratando de hacerlo lo menos posible hay muchas ocasiones en las que se hace necesario. No voy a ennumerarlas, todos somos conscientes de ello. Como lo somos de que sin represión, sin castigo la ciudad sería una anarquía de tráfico, un inmenso garaje que nos impediría respirar y vivir.

Conscientes de ello nos arriesgamos a navegar por el centro, usar los parquímetros y dejar a alguien con la palabra en la boca para salir corriendo a la calle buscando en los bolsillos esas monedas que prolonguen un poco más la estancia del automóvil junto al bordillo antes de que se desate una catástrofe de inmensas proporciones que acabe en un desplazamiento en taxi hasta el depósito del ayuntamiento donde sólo podrás retirar el coche después de haber pagado una multa desproporcionada e insultante.

Del castigo para prevenir el uso de los vehículos en el centro de la ciudad se ha pasado al atraco recaudatorio que pone al límite todo tipo de normas para que alguien con un trozo de chapa reluciente en la pechera pueda meterte la mano en el bolsillo y llevarse impunemente el producto de las horas de esfuerzo que tanto trabajo te ha costado ganar.

Un pequeño ejemplo: hace un par de meses aparqué entre dos garajes en un lugar perfectamente limpio de señales, horarios de limpieza, normas, etc. en una calle retirada nada problemática en principio.

Estábamos cenando y tuve un presentimiento, me asomé a la ventana y pude ver un coche–grúa al lado del mío. Me puse en marcha a toda velocidad, bajé las escaleras de cuatro en cuatro y llegué cuando el coche aún no había sido tocado por la grúa.

La señorita encargada de las multas me dijo que había recibido una denuncia de la casa enfrente de la cual estaba aparcado, al parecer invadía unos milímetros el ámbito de la salida del garaje, por lo que pude ver unos tres centímetros como mucho. El garaje podía usarse sin ningún problema.

La funcionaria detentadora del poder omnímodo que le otorga la chapa reluciente se negó a mis ruegos de que no se llevara el coche la grúa, me puso una multa por lo de la denuncia de los tres centímetros, otra porque las ruedas no estaban torcidas según indica el código más los gastos de traslado al depósito de coches del ayuntamiento, en total unos cuatrocientos dólares de multa, más lo que me costó el taxi para ir a recogerlo, la subida de tensión, y las ansias asesinas. Fue sin duda una grata velada.

Muchas veces pienso en lo fácil que sería vivir usando el transporte urbano, cogiendo un taxi cuando fuese necesario y en caso de desplazamientos largos alquilando un coche. Infinitamente mejor que mantener un vehículo, revisiones, gasolina, seguros, impuestos, aparcamientos, multas…Entonces…¿Porqué rayos no lo hacemos?

No hay comentarios:

Publicar un comentario