lunes, 10 de enero de 2011

48 – LOS POBRES RICOS Y FAMOSOS.



En la pausa para pagar en el supermercado, mientras espero a que me toque el turno, me encuentro en esa pequeña zona sicológicamente estudiada que me ofrece una última oportunidad de compra antes de pagar e irme con las bolsas. Suelen ser cosas pequeñas: chicles, pilas, barras de chocolate y otros productos que encuentran aquí su escaparate. Entre ellos las revistas del corazón.

Desde sus portadas una serie de famosos me miran queriendo hacerme partícipe de sus penas y alegrías, de su profunda soledad vivida en la gloria de la fama. Miro en conjunto todas esas portadas de papel satinado. En una de ellas una famosa actriz, con un caché que no bajará de los cien millones de dólares, me mira con ojos lastimeros haciéndome partícipe de la pena que le embarga la traición de su marido, lo que la están haciendo sufrir las preguntas de los periodistas mientras sostiene en sus brazos al niño negro que ha adoptado recientemente.

Algunas, escuálidas, exponen sus anorexias, sus problemas de alcohol, otras sus bulimias, sus operaciones faciales, las liposuciones, los implantes, las pieles tostadas con fondo de palmeras y yates que solo los emiratos se pueden permitir.

Ellos no le quedan a la zaga, los hay que se quejan porque quieren ser alabados y reconocidos pero al mismo tiempo ser invisibles como un inmigrante sudamericano para poder andar por la calle sin el agobio de las miradas, para no llevar guardaespaldas, para recuperar la magia de ser anónimo y sentarse en la barra de un bar a beber una cerveza como uno más.

Los hay que siempre encuentran una excusa para salir en las portadas luciendo sus músculos de gimnasio con una desaseada barba de dos días que a los ricos y famosos imprime un carácter que derrite a las féminas. Los tatuajes exclusivos, los coches deportivos, las fincas con campos de golf.

Pero también se quejan en voz alta al mundo por las separaciones, los amores agrios que parecían ir tan bien, las peleas, las traiciones, lo solos que se han quedado después de dejar de creer en el amor pero que compensan rodeados de jovencitas exóticas, de fiestas y nuevas estrellas que se estrenan con su primera cinta porno, cosa que está de moda, debe de ser muy ecológico y ahora da mucho prestigio en la iniciación a la fama.

Y yo me pregunto cómo, ricos y famosos, son tan desgraciados que tienen que contar sus penas a los que cansados del trabajo rutinario de cada día hacen cola para comprar una cena muchas veces comida en solitario mientras miran la televisión, friegan los platos y se van a la cama para volver al glamour de la cola del autobús por la mañana y aguantar largas horas de trabajo muchos de ellos por un magro salario mínimo.

La verdad es que no me atrae esta galeria de penas de los guapos, ricos y famosos. Que con su pan se lo coman. Me gustaban más las noticias de hace treinta o cuarenta años; en aquellos tiempos mientras colocabas la compra en la cinta te enterabas de que un marciano se había casado con una señora respetable de Ohio, y allí estaba la foto del marciano con la señora y varios marcianitos fruto del matrimonio. O que alguien había dado a luz un pulpo cuya cabeza era clavadita a la del abuelo materno. O que el ángel de la guarda de una peluquera de Canadá se había convertido en una famosa estrella del rock pidiendo la mano de la chica. O que alguien se había cargado a hachazos a todos sus vecinos para después comérselos con patatas poco a poco.

En aquellos días la espera en la caja no estaba llena de llorones millonarios descontentos consigo mismos sino de revistas en blanco y negro de asesinos y tipos raros, de monstruos que aparecían en los bosques y grandes serpientes en lagos apacibles y escondidos. De fotos del pérfido compañero Fidel fumando enormes vegueros hechos así a propósito para que le durasen las ocho horas que invertía en cada uno de sus maratonianos discursos.

De seres de otras galaxias con cabezas enormes en forma de bombilla y ojos desmesuradamente grandes y rasgados que aparecían por todas partes en unos cacharros de hojalata de tecnología al parecer bastante deficiente porque casi siempre terminaban abollados en algún descampado donde iban presurosos los servicios secretos no sin que antes se les adelantaran los fotógrafos.

Porque las fotos. Porque lo que fuera, estaban allí en las portadas para deleite de nuestra espera.

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