sábado, 18 de febrero de 2012

98 – RESCOLDO.



Supongo que entonces te quedarás también para la nochevieja ¿O no? Desde luego nada como Santiago para pasar unos días. Uno de mis lugares favoritos. Además del pulpo y todo eso a mi me gustan los churros de Santiago. Aunque los hacen muy bien en toda España, todo depende de que se pillen a tiempo y no estén flácidos o correosos. Aquí no hay y los echo de menos. Los mejicanos venden unos churros gordos y largos rellenos de crema pastelera que llaman churros y desde luego lo son pero en una versión muy diferente de la nuestra.

Por otro lado también añoro en estas fechas los polvorones, los alfajores de paladar terroso que aplastábamos con las manos antes de comerlos para que no se desmenuzaran entre los dedos. Los turrones que sin embargo han dejado de atraerme. Se han convertido en una amalgaba mucilaginosa envuelta en una desagradable funda de plástico dificil de abrir. Antes, no hace de eso tanto tiempo, iban envueltos en una fina masa hecha de harina y agua que invitaban a la comunión.”

Mi hermano y yo nos enviamos estos correos a través del milagro del ordenador, nuestra lejanía física se compensa de esta manera aportando un cimiento de consuelo a una historia familiar que el tiempo ha ido desmoronando, reduciéndola al cada vez más escaso polvo del recuerdo que sólo nosotros dos compartimos.

La pobreza, el frío de aquellos días inhóspitos del viejo barrio madrileño por el que andábamos en la neblina de la mañana o en los atardeceres iluminados con las tristes bombillas de los puestos trabados con tablas viejas y trozos de cartón, soplándonos las manos ateridas; caminando por los adoquines húmedos de escarcha tanto fuera la mañana como la noche.

Figuras de barro tosco, portales de corcho, muérdago, el papel azul tachonado de estrellas algo arrugado en un rincón que se convertiría en la noche mágica, estrellada del camino a Belén.

Sombreros de copa de cartón y matasuegras, trompetillas chillonas de plástico y los bares cercanos exhalando el vaho dulzón de las copas de anís y coñac. El tufo de los calamares fritos y vueltos a freir en un pocillo de aceite turbio cubierto de grumos.

Recuerdos lejanos, nostálgicos, de escasas monedas que dábamos vueltas en el bolsillo sopesando la mejor inversión. Ya nadie canta “Los peces en el río” bien es verdad que tampoco quedan ya peces en el río. La contaminación los ha barrido del mapa como así mismo se han ido borrando costumbres arraigadas en una sociedad cristiana que tuvo que ganarse a pulso su supervivencia rechazando la esclavitud del invasor musulmán a través de los siglos. Una realidad entretejida de leyenda, milagros, apariciones, supersticiones que llegó hasta nuestros días y de la que hoy parece solo quedar el afán de consumir.

Pero no debemos de olvidar que hemos envejecido y el presente se distorsiona con la fuerza del recuerdo, que ya no podemos seguir el ritmo de los acontecimientos, de la vida, como lo hacíamos alegremente en la juventud. Hoy se sigue riendo, celebrando de forma diferente, con otras costumbres en un mundo cambiante, reducido, entremezclado, en el que otro significado sustituye aquél que aún nos produce tanta nostalgia.

Así, seguiremos mandándonos mensajes, compartiendo las sombras de aquellos que ya no están, los lugares y las cosas que quedaron desperdigados en el largo camino que se desvanece tras nuestras huellas.

1 comentario:

  1. Para tu consuelo los churros siguen haciéndolos y, muchas veces, me levanto temprano sin obligación, voy a la churrería y los como calientes, recién hechos, como si cumpliera con un rito de los pocos que aún quedan.

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