sábado, 18 de febrero de 2012

99 – AIRPLANE.



En la niebla de la mañana. Esperando la salida. La pista vacía se adentra en la nada más allá de las primeras luces. Espero sentado mirando a través de los cristales. Transición de la noche al día. En la sala poca gente. Somnolienta. Olor a café. Silencio roto de vez en cuando por la salida de algún vuelo. Miro alrededor. De nuevo al exterior difuso.

Dónde han ido las flores. Las imágenes. Las caras jóvenes, hace tanto tiempo. Las sonrisas que aún imagino flotando en torno. Las voces. Los días y las horas. Largos paseos en el frío invierno. Charlas inacabables en las calurosas noches de verano. Las comidas juntos, el sol sobre nuestros platos. Los días de lluvia en torno al brasero, oyendo la radio, el cholocate humeante en las tazas, hace tanto tiempo.

La tristeza en la arena removida para enterrar a los seres queridos, las cruces infinitas en un cementerio infinito, los muertos que desde el otro lado presenciaban indiferentes el dolor de los que lloraban por ellos y aún tenían que bregar con la vida, hace tanto tiempo.

Los amigos y vecinos que vivían tan cerca en el descansillo común. Aquellos hombres y mujeres que estuvieron en la guerra y en la cárcel. Que discutían o se abrazaban por cualquier cosa. Grandes y especiales a los ojos de la niñez. Que me besaron cuando era pequeño, que me cogieron en brazos y me hicieron reír hace tanto tiempo. Que me vieron crecer cuando aún no era consciente de ello.

Dónde los maridos subiendo las escaleras, la cena caliente esperando, la mujer y los hijos alrededor de la mesa, las historias de cada día, los pequeños grandes acontecimientos de la vida familiar entre cuatro paredes, con la esperanza como único destino, que sin saber cómo desaparecieron a través de la arena de las horas y los días, lentamente, hace tanto tiempo.

Dónde han ido los pequeños lugares de nuestro consuelo, el viejo árbol querido y conocido, el rincón donde cuchicheábamos nuestras mínimas aventuras, donde construíamos nuestras elaboradas fantasías, donde alguna vez se encendió una incandescencia de amor y sentimos por primera vez salírsenos el corazón por la boca, aquél milagro incomprendido, ajeno a nuestra voluntad. Hace tanto tiempo.

Dónde aquellos otros aposentos fríos, arrasados por el miedo, las disciplinas, las creencias aparentemente eternas, los dictados de la autoridad y la soberbia de las leyes de los hombres que nos amargó sin sentido alguno, las banderas, las insignias, las medallas de la muerte, que nos marcó con el hierro amargo del odio y la rebeldía, hace tanto tiempo.

Me levanto y compro un café. Hace algo de frío. Vuelvo a mi asiento y sorbo lentamente. Pienso en tí. Al final de este vuelo estarás esperándome. Contigo llevo ya toda la vida. Esta otra vida. Espero que entiendas porqué te quiero tanto. Porqué a veces te atosigo con mi amor. Porqué me siento tan confuso. Tan perdido como a los dieciséis años.

1 comentario:

  1. Sí, amigo, hace tanto tiempo... Y no basta con ser fiel a uno mismo. Todos somos débiles y necesitados. Y, si acaso, conservamos alguna esperanza en quien nos acompaña, la última esperanza, la única esperanza, aquella que ya no es sustituible por nada ni por nadie.
    ¿Dónde estarán todos? Derramados en el tiempo, pero fáciles de evocar por la memoria. Desparecidos y todos tan cercanos.

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