viernes, 16 de julio de 2010

9 - DESVELO.



Sin saber la causa muchas veces me despierto de repente a las cuatro de la mañana. Intento no abrir los ojos para ver si así me vuelvo a dormir pero pasa el tiempo y sigo despierto.

Vuelvo la cabeza y miro desde la cama a través de la ventana. Hay pocas luces y muchas de ellas están tapadas por la cortina de pinos que nos separa de las casas colindantes.

Me recuerda mi primera juventud. La escasez de luz, quiero decir. En mi barrio había pocas farolas de una luz mortecina que alumbraban solamente un pequeño círculo alrededor del poste que las sostenía. No había tampoco ruidos. Todo se aquietaba. El silencio era la pausa, el respiro a las diarias exigencias de la vida.

A menudo, por motivo de un viaje, de una conexión, de una breve estancia en cualquier ciudad, me despierto a la misma hora en la habitación de un hotel, casi siempre a gran altura, oteando por encima de los tejados de edificios antiguos.

A esas tardías horas de la noche el tráfico por las autopistas tampoco cesa, hay un murmullo continuo de motores acrecentado por la urgencia de diferentes tipos de sirenas, por sus destellos rojos, azules, naranjas que tiznan de fogonazos las esquinas, las fachadas de las casas, que emanan de algún callejón somnoliento.

El cielo permanece oscuro, el reflejo lumínico impide ver las estrellas pero son visibles los puntos brillantes de luz de los aviones que uno tras otro descienden o se elevan buscando el intrincado dédalo de rutas locales o internacionales.

Hace tiempo que el mundo ya no duerme. Al menos de momento yo si duermo, aunque me desvele y tarde en conciliar el sueño.

Me vuelvo hacia el otro lado de la cama tapándome los hombros con la manta. Me he puesto uno de esos cascos livianos para oír entre las sábanas. Busco música en la pequeña radio de pilas: Mahler. Cierro los ojos. El sueño, poco a poco vuelve envuelto en la música. Traspaso la frontera. Me quedo dormido.

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