Bajo andando a Chinatown. A tres manzanas de casa, en Stockton. Brillante día, con una ligera neblina más allá del distrito financiero que flota sobre el trozo visible del puente de la bahía dejando pinceladas grises del movimiento del tráfico en la parte superior recordándome mis ojos antes de operarme de cataratas.
Estas cuestas me hacen polvo, más al bajar que al subir. Luego estoy todo el día con un dolor latente que me sube desde el dedo meñique hasta el culo y que me dura al menos una semana.
Subo por Stockton hacia el túnel, a la derecha está la peluquería, hay como unas seis en esa parte de la calle, a los chinos parece que les gusta esto de las peluquerías…voy siempre a la misma, no porque sea mejor, son todas iguales, igual de malas. Mi mujer siempre me dice: ¡No vayas donde los chinos, vete a una peluquería americana!
He ido a peluquerías americanas. Siempre he tenido problema con esto de las peluquerías, en las americanas, por llamarlas de alguna manera, los clientes oscilan entre los ochenta y los ciento veinte años de edad. O al menos a mí me lo parece. El peluquero se pasa el rato hablándome de fútbol americano del que no entiendo un pijo. Es gente locuaz pero me suele costar trabajo entenderlos. Me cobran treinta y cinco dólares y salgo con un corte de pelo como para irme directamente al hogar de ancianos.
Luego están las modernas. Esas me gustan menos, con sus champúes y potingues, sus jóvenes tatuados, pelos eléctricos y todo tipo de cachivaches que yo no necesito porque me quedan cuatro pelos en guerrilla. Te cobran una pasta, eso sí.
Así que al final me meto en la peluquería china. Hoy es sábado y está llena, no me extraña, cuesta cinco dólares el rapado. La señorita me sienta y admira mi pelo blanco, dice:¡Bonito pelo, bonito pelo! Siempre es una joven diferente, no saben inglés y se comunican entre ellas en cantonés o pequinés, que a mí eso me da lo mismo, claro.
Yo creo que las traen en la bodega de algún carguero y las meten en Estados Unidos de extranjis. Pero vete tú a saber. De los pobres chinos siempre se dicen cosas. A mi, sin embargo, me caen muy bien.
Mientras me corta el pelo me dice no se qué y yo le contesto otra cosa. No nos entendemos pero nos sonreímos y tan amigos. Al poco entra un enano con su padre, sientan al niño en la silla y le da una rabieta que altera todo el local. Gime y llora, chilla como un cochino mientras la peluquera le pasa la máquina por su precioso pelo negro, brillante, fuerte y compacto. El niño grita que te grita, llora que te llora y mientras con las manos juega con una maquinita frenéticamente.
La rapa dura unos quince minutos y el padre se lleva al niño a la calle donde enseguida se le pasa el soponcio y asomando la chola desmochada por la puerta grita: Good Bye!
También yo estoy listo enseguida, le doy las gracias y los cinco dólares más cuatro de propina y se queda tan contenta.
Vuelvo a casa. Según entro por la puerta mi mujer me ve y me pega una bronca de no te menees. Dice que me han hecho unos trasquilones horrorosos y que estoy fatal.
Ahora lo entiendo. Tienen a todas esas chicas allí para que aprendan el oficio, por eso es tan barato. Bueno, no me parece mal. Total: “Burro esquilao, a los tres días igualao”.
Me meto en el internet. Ha llegado el momento. Me voy a comprar una máquina de cortar el pelo y me lo haré yo mismo. Esa es la solución ¿O no?
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