Me voy a dar una vuelta por North Beach, hace un sol que invita a ello, además ya me apetece comprar un lomo de bacalao y solamente aquí lo encuentro, en Molinari´s, entre Grant y Vallejo. También lo tienen en La Misión, mi nuera muy diligentemente y con mucho amor me trajo uno entero pero estaba más seco que el ojo de la Inés. No era lo que esperaba pero se lo agradecí, por supuesto.
El bacalao no tenía remedio, daba la sensación de que le habían pasado por encima diez o doce camiones de dieciocho ruedas y por mucho que traté de esponjarlo en agua no hubo manera. Acabó en la basura.
Molinari´s es una de esas tiendas clásicas que cada vez son más difíciles de encontrar. Una tienda de comestibles, un colmado que ahora dan en llamar “delicatessen” porque parece que queda más fino. El toldo de gruesas bandas blancas y azules que da sombra al escaparate repleto de productos deliciosos se adivina desde un par de manzanas antes de llegar. En la acera algunos clientes que han estado haciendo cola pacientemente para que les prepararan su bocadillo favorito se sientan ahora en las mesas de la entrada engullendo con delectación mientras ven pasar a los turistas que o bien se añaden a la fila o cruzan la calle para sentarse a tomar un capuchino en cualquiera de los cafés que además ofrecen el tibio sol de la mañana.
Al entrar hay esa mezcla de olores antiguos que despiertan la memoria de la infancia, cuando nuestras madres nos mandaban a comprar un kilo de lentejas o una botella de aceite a granel.
En la vitrina de cristal varias hileras de cortes de mortadela, chorizo, salchichón, jamón curado y dulce, pastrami, coppa, carne asada, salchichas de varias clases, quesos enteros y en porciones, ensaladas y ensaladillas, cuencos de aceitunas…
Sobre el mostrador una cortina de salchichones de diferentes grosores y longitudes, algunos cubiertos de una película blanca de harina, jamones, morcones…en la pared dos pizarras con la lista de sándwiches que hacen difícil el dilema de decidir.
Me desplazo al lado derecho donde se apilan cajas de botellas de vino, latas de pimientos rojos, atún, tomates curados al sol en aceite, botes de tomate natural, otros preparados para hacer pasta. Sobre el mostrador tres básculas de Toledo - Ohio de los años cincuenta esmaltadas en blanco. En una de las estanterías un buen lote de lomos de bacalao.
Son hermosos, limpios, sin apenas espinas. Sólo hay algo que no me gusta y es que arrancan la piel. Para los buenos conocedores la piel es importante, aporta esa gelatina que emulsiona la salsa espesándola.
Me atiende un empleado mejicano que conozco de otras ocasiones, siempre comenzamos hablando en inglés y terminamos haciéndolo en español. Me envuelve la pieza en papel blanco del que aquí se sigue usando de toda la vida. Nos saludamos, admiro los bocadillos que compra la gente durante un minuto y salgo a la calle andando despacio hacia el trolebús número uno.
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