sábado, 14 de agosto de 2010

17 - MÚSICA.


Cómo podría explicarlo. Si hubiera que buscar una sola razón para vivir, esa sería la música. Al menos para mi.

Inmerso ya en la cuesta abajo de la vida aún no soy capaz de darme a mi mismo una respuesta coherente a ese fenómeno prodigioso, mágico y único que es la música. Toda la música.

Poco melódica fue mi infancia, dejando aparte las marchas militares que imponía el gobierno y las coplas, boleros, y otras manifestaciones populares que desde luego alegraban nuestras vidas siempre salpicadas de las notas fúnebres y amenazadoras de la religión oficial que nos asediaba y amenazaba, nos recriminaba nuestros ratos de felicidad. Pero incluso esa música fúnebre que nos imponían me gustaba.

Tendría unos quince o dieciséis años cuando por algún azar del destino oí por primera vez “Los Conciertos de Brandenburgo” en un tocadiscos primitivo, lleno de ruidos, de un amigo mío... Fue tal el impacto que recibí que me eché a llorar a lágrima viva.

A partir de allí me ocurrió como con las lecturas, fui tirando del hilo, descubriendo cosas aquí y allí, dando palos de ciego pero casi siempre acertando y poco a poco con gran esfuerzo construyendo y clasificando un mundo ignorado, lejos de mi alcance, un mundo que no se contemplaba en la rala, absurda, controlada educación en la que tuve la desgracia de vivir.

Quizás por eso, por el esfuerzo que supuso para mí, un chico de barrio al que no le gustaba el fútbol, ni los combates de boxeo, ni las matemáticas, ni la física y Química pero que me entusiasmaba la literatura, la música y cualquier cosa que tuviese una pizquita de arte considerado entonces superfluo, sin valor para abrirse camino en la vida, hizo que me sintiese rebelde y orgulloso, tozudo en persistir en las cosas que llenaban mi espíritu.

Hoy todo esto que digo tiene poco sentido. Al contrario que entonces se atiende mejor a las minorías, como los zurdos a los que ya no se les castiga a base de bofetadas y capones por haber nacido así, las posibilidades, la diversidad para escoger es muy grande si se logran vencer otros peligros aún más insidiosos que los de mi juventud.

Porque ahora la música es un producto industrial, masivo, que únicamente persigue la demanda del mercado. La música se ha convertido en un instrumento de persuasión oculto, convirtiendo a quien lo escucha en autómata con fines puramente enajenantes y comerciales.

También hoy es importante que ejerzamos nuestro criterio personal, sabiendo elegir, no dejándonos arrastrar por el consumo absurdo, por el tachún, tachún alienante que se impone machaconamente obliterando el sentido musical de la mayoría.

Así que para predicar con el ejemplo, me callo, pongo un plato de Mozart bien colmado sobre mi mesa y lo degusto lentamente, con delectación, saboreando cada nota…

No hay comentarios:

Publicar un comentario