Siempre me han gustado los piratas. Como a todo quisque. La cosa esa de estar libre por los mares, asaltando galeones mayormente de los pérfidos españoles que en el mundo han sido. De fiesta permanente en la discoteca flotante de a bordo, desde la proa a la popa, saltando y cantando las canciones de Freddie Mercury: “ I want to break free…” Raptando en alta mar a alguna de aquellas damas españolas de rompe y rasga que iban o volvían de hacer las Américas. Conquistándolas no por la fuerza sino por la persuasión de sus almas libres de pirata, teniendo un encuentro tórrido en cualquiera de las islas del Caribe donde iban a restañar las heridas del mar, de las largas travesías, las tormentas, huracanes y cañonazos de los navíos españoles de tecnología punta en aquellos tiempos.
Para ser un buen pirata había que ser inglés y hablar mal pero con gracejo la lengua de Shakespeare, haber trabajado al menos un par de veces en Hollywood con Errol Flynn y participado en algún motín venturoso en cualquiera de las fragatas británicas que ya empezaban a infestar las aguas lucrándose de lo que podían pillar a los españoles que hasta entonces no habían tenido rival surcando los mares de altura.
Piratas había habido desde que el hombre se subió a algo que flotase en el mar. Berberiscos, bucaneros, filibusteros. El Imperio Otomano le dio mucha guerra al emperador español y a su hijo Felipe II, las costas del Mediterráneo estaban infestadas de piratas que desde Argelia, Túnez y Marruecos tocaban la costa española en constantes escaramuzas. Don Juan de Austria, el famoso “Jeromín” de nuestras lecturas infantiles, hizo la guerra a los berberiscos sin cuartel.
Pero los piratas de torso bronceado, ancha hebilla en el cinturón, uno o más cuchillos adornando su cintura y amplio pañuelo recibido de alguna dama y atado con varios nudos a la cabeza, también pensaban en su jubilación mientras se asomaban a la borda y observaban a los delfines saltando y cortando el azul en la misma dirección que el viento impulsaba al bergantín.
Drake vio su futuro con claridad y decidió pasar al servicio de la corona inglesa en donde como corsario se le iban acumulando los trienios. Funcionario al fin.
Y lo hizo bien, mientras que para el mundo de habla castellana sigue siendo el pirata Drake, para el de habla anglosajona es nada más y nada menos que Sir Francis Drake. Vamos que se lo montó bien el tío. Claro que enriqueció a Isabel I con un fabuloso botín y en agradecimiento la reina le nombró caballero. No está mal.
Hoy esto de los piratas está hecho un asco. Ahí están esos Somalíes que abordan con metralletas pidiendo la pasta por el morro. Y hay países tan memos que hasta se la dan. Son cuatro desarrapados sin ningún caché de piratas, raperos de cassettes y camisetas del Barcelona. Una pena.
Yo me consuelo cantando la canción de los piratas del capitán Garfio en Peter Pan:
¡Ah! Es la vida del pirata, la vida mejor
se vive sin trabajar
cuando uno se muere
con una sirena se queda
en el fondo del mar…
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