Entre dos luces. Añado azúcar a la leche que he calentado primero en el microondas. Luego pongo el café casi hasta el mismo borde de la taza. Doy un sorbito para que no se me caiga y me acerco a la ventana.
Entre dos luces. Pero ya se distingue el puente y poco a poco va tomando forma todo lo que permanecía invisible durante la noche.
Al fondo sobre los farallones una luz avanza girando hacia la bahía. Un vuelo temprano que baja por la costa desde Portland o Seattle. Me digo. Pero…no. Son tres, cuatro, seis luces las que distingo, brillantes, formando una especie de uve sobre la incipiente claridad del día.
Extraño. Tomo lentamente el café. No tengo los prismáticos a mano, pero no me hacen falta. Las luces se hacen más intensas, como los focos que encienden los aviones antes del aterrizaje.
Se acercan a gran velocidad o eso me parece a mi. Ya están sobre el puente. De repente se quedan congeladas sobre él. Pasan lo que a mi me parece unos diez minutos. He terminado el café pero no me atrevo a irme a por otro.
El puente lentamente desaparece de mi vista. No puede ser. En realidad le he visto desaparecer muchas veces pero a causa de la niebla que se cierra sobre él. Pero esta vez no hay niebla. ¿Me estará jugando la vista una mala pasada?
Doy un salto hasta el ordenador para coger mis gafas de lejos que tengo siempre junto a las que uso de cerca, sobre todo para ver la pantalla.
De otro salto regreso a la ventana. No, no es una ilusión óptica. No me lo estoy inventando. El puente no está. Y ahora tampoco las luces en forma de uve. Con las gafas veo perfectamente, con gran nitidez. Además comienza a amanecer y puedo distinguir muy bien cada lado de la entrada de la bahía: Fort Point a un lado, la cuesta hacia el túnel en Marín County al otro.
Debo haber estado así unos treinta minutos. No sé muy bien que hacer. Supongo que habrá mucha gente que lo estará viendo, quiero decir, no viendo.
Bueno. Calma. Voy a ponerme otra taza de café. Tengo que ir al baño. Pero volveré lo antes posible y si las cosas siguen igual llamaré al nueve uno uno.
Regreso del baño con mi taza de café. Ya es de día. El sol comienza a reflejarse sobre el puente que ante mi asombro vuelve a estar en su sitio de nuevo. Todo está en calma. Un carguero chino con tres o cuatro pisos de contenedores sobre la cubierta se dirige hacia el centro del puente para salir a la mar abierta.
Pongo la radio. El tráfico habitual. El caos del mundo, también habitual. Todo normal. Nada extraordinario. Miro mi taza vacía. Me voy a por la tercera. Enciendo el ordenador y comienzo mis rutinas del día. Me vuelvo y de reojo miro el puente, rodeado del azul del cielo y el mar destaca espléndido en su belleza Art Deco revestida de óxido de plomo.
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