sábado, 14 de agosto de 2010

18 - MONTE DIABLO.



Hemos tardado al menos un par de horas en llegar al Monte Diablo. Ha sido una buena decisión, el día en la ciudad está frío, la niebla cubre toda la bahía pero sabemos que en Contracosta se disipa y el sol luce con fuerza.

Cruzamos el puente de la bahía, en dirección contraria hay un atasco que parece infinito, por la hora y siendo sábado es muy probable que haya un partido de béisbol importante en San Francisco.

El Monte Diablo tiene la forma de dos pirámides y se sitúa entre las ciudades de Clayton y Danville. Ya en el parque comenzamos la subida acompañados de un buen número de ciclistas que lentamente van avanzando entre curvas y contracurvas viendo como el valle se hace más pequeño y la vista alcanza a ver el mar por el que paralelamente a la costa sube la niebla blanquecina ocultando la ciudad.

Por aquí también estuvieron los españoles, que conocieron y se mezclaron con las tribus Ohlone, Miwok, Yokuts y Volvon. En 1811 le dieron el nombre de Cerro Alto de los Bolbones pero con ocasión de la desaparición de unos nativos que los españoles nunca pudieron encontrar, los soldados lo renombraron Monte Diablo.

En 2005 un ciudadano de la cercana ciudad de Oakley pidió al gobierno federal que se cambiase el nombre arguyendo que ofendía las creencias cristianas. También se propusieron nombres nativos: Kawukum, Yahweh, Miwok o Mount Ohlone. Finalmente se propuso nombrarle Mount Reagan, pero el comité respondió que, aunque respetaban el nombre de Reagan, no era apropiado para una montaña histórica. Por fin se voto unánimemente en contra de cambiar el nombre debido a su importancia en la historia de California. Asunto concluido. Al menos de momento.

Desde la cima la vista es grandiosa, al sur el pico Copernicus, Junípero Serra, Monte Allison y Loma Prieta; al oeste San Francisco, el puente del Golden Gate y el monte Tamalpais; al norte el río Sacramento y las llanuras que lo circundan y que se prolongan hacia el este, al paso de Altamon.

En la cima un pequeño grupo de turistas contemplamos la vista mientras van llegando los ciclistas que son vitoreados por otros que ya descansan en los escalones del faro y la terraza que lo circunda.

Todos los siete de Diciembre se enciende el herrumbroso faro durante la noche para recordar el ataque de Pearl Harbor y se celebra una ceremonia con algunos de los pocos supervivientes que van quedando de aquél bombardeo que inició la guerra en el Pacífico.

Paramos un buen rato en un rincón del parque a tomar un vaso de vino en el silencio de la tarde escuchando el suave deslizamiento de las alas de los halcones que sobrevuelan las copas de los pinos. El sol, rojizo a medida que desciende en el horizonte, proyecta la luz horizontalmente entre los árboles y flotando en ella un tráfico masivo de pequeños seres, como polvo interestelar, se agita, va y viene o se deja acunar por la luz en esa última hora de la tarde que pronto dará paso a las sombras.

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