Preparo café. Está lloviendo y han vuelto a bajar las temperaturas. Estamos ya en Mayo, pero muchas veces en Mayo en contra de la tendencia a pensar lo contrario, puede hacer frío.
Escucho una música para violines de francois Dompierre muy bella y me trae el recuerdo entrañable de los muertos. De aquellos que no hace tanto compartieron la vida con nosotros. Aún siento sus voces cerca de mí, los ratos alegres y tristes que pasamos juntos en la superficie de un planeta perdido en la fría negrura de mil universos, al que no sabemos porqué hemos venido ni tampoco para qué.
Aún puedo ver y sentir sus sonrisas, sus angustias, sus lágrimas, sus afanes por sobrevivir, sus caricias, sus pieles tibias, sus perfumes, sus besos, sus comportamientos contradictorios, sus capacidades para amar.
No me angustia pensar en las personas queridas que se fueron. Porque irse es el resultado inevitable de haber venido de paso. Y todos estamos, naturalmente, de paso. Me produce nostalgia. Eso sí. Y la tristeza de que quizás no supimos aprovechar bien el tiempo juntos.
El tiempo tan limitado, cicatero y a veces testigo mudo, frío, impasible, ajeno a la muerte súbita, al accidente, a la sinrazón de la pérdida de la vida cuando aún no se ha despertado del todo del sueño eterno anterior, es lo que a veces nos duele más.
Compramos unas flores, montamos en el coche y vamos hasta el cementerio. Sobre las suaves colinas verdes, entre los viejos árboles que las salpican se extiende todo el mundo silencioso de lápidas y monumentos hasta donde alcanza la vista. Depositamos las flores en una placa de piedra que lleva grabado simplemente el nombre de nuestra familia y que está al pie de un robusto y viejo roble.
Al fondo un murmullo sordo y continuo se desplaza a lo largo de la autopista, por el sur despegan cada tres minutos enormes aviones de pasajeros hacia diferentes destinos, quehaceres, ilusiones, propósitos.
La muerte, impertérrita, acaba con todo. La vida, contumaz, sigue adelante sin que podamos entender su propósito final. Quizás, después de todo, muerte y vida sean en realidad la misma cosa.
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