Voy a la farmacia. Se me ha acabado la “Colchicina” que tomo regularmente para la artritis gotosa. Generalmente tengo varias cajas compradas en Europa o bien mi hermano me las manda por correo. Pero a veces, por una u otra causa, me quedo sin reservas y tengo que comprarlas aquí en los Estados Unidos donde la dosis para un mes cuesta cincuenta dólares. La misma cantidad en España se compra por menos de tres euros.
Le pido a la señorita que me atiende en el mostrador un tubo de pastillas para un mes. Mira la pantalla del ordenador, comprueba mi nombre, mis datos, el médico que me lo ha recetado y se queda un momento en suspenso.
—Mire señor— me dice— el precio de su medicina ha cambiado y es ahora más caro ¿Quiere que se lo prepare de todas maneras?
—Y…¿Cuánto vale ahora?— Le pregunto pensando que habrá subido dos o tres dólares.—
—Su dosis para un mes cuesta ahora trescientos veinte dólares.
—¿Cómo?—Me quedo con la boca abierta…
La señorita me mira sin decir nada.
—Pero…¿A qué se debe esta subida?
—La empresa ha dejado de preparar este producto y ofrece ahora uno nuevo en su lugar…
Después de quedarme unos segundos en suspenso le doy las gracias y me voy incrédulo ante esta subida de precio desmesurada e incomprensible.
Es Nochevieja. Le cuento esta historia a mi amigo médico guatemalteco que me sonríe y me explica.
—Lo que ocurre es que las industrias farmacéuticas tienen una perspectiva absolutamente comercial, una visión mercantilista, una orientación obsesiva hacia la rentabilidad…lo que me cuentas de la Colchicina es sencillamente que se trata de un producto barato y eficaz y por tanto muy interesante para el enfermo y todo lo contrario para la industria que no obtiene del producto los rendimientos crematísticos a los que aspira.
—¿Qué hacen entonces? Dejan de ofrecer ese producto o, mejor dicho, lo encarecen de tal manera que la gente se refrena en comprarlo. Al mismo tiempo crean un nuevo producto, un nuevo nombre que básicamente se compone de la misma fórmula que el anterior pero al que ahora pueden duplicar o triplicar el precio.
—Bien es verdad que estas industrias dedican parte de sus ganancias a la investigación que de otro modo no aceleraría los estudios y la búsqueda de nuevos productos para atajar una infinidad de enfermedades. Pero también es cierto que sus beneficios son inmensos hasta el punto de resultar inmorales.
—El marketing de estas empresas debería establecerse como una actividad humana y no estrictamente como una actividad empresarial. Comprometida en la satisfacción mutua de las necesidades y deseos de las empresas y la sociedad que consume sus productos.
Estoy de acuerdo con mi amigo. Lo que dice tiene mucho sentido pero veo que voy a tener que molestar a mi hermano para que me mande las pastillas por correo. La otra solución es comprarlas en Internet en cualquier otro país cuyo precio sea razonable. Dan las doce campanadas. Brindamos por el nuevo año levantando nuestras copas ¡Feliz dos mil once!
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