Aficionado desde joven a la ciencia-ficción nunca pude sin embargo imaginar que en la última etapa de mi vida estaría rodeado de tantos grandes milagros de la tecnología que constantemente se renuevan a si mismos de tal manera que aún no he terminado de familiarizarme con uno cuando ya aparece una nueva versión que deja anticuada la anterior.
A mi alrededor ordenadores, teléfonos de un tamaño mínimo que cubren con unos pocos toques táctiles toda la comunicación e información del mundo, tabletas de las dimensiones de un libro de bolsillo en la que se puede almacenar una extensa biblioteca electrónica, música, videos, películas, periódicos…
Pantallas gigantes de televisión, información en tiempo real las veinticuatro horas del día, vuelos continuos a cualquier rincón del mundo, satélites que detectan y fotografían cada milímetro de tierra, cada edificio, ciudad, movimiento, actividad que ocurra sobre el planeta.
Y con esta cobertura, tanta información que tendría que dar como resultado el mutuo conocimiento de todas las étnias y países y por ende el reconocimiento de unos y otros, el entendimiento de todos para así solucionar nuestros problemas de convivencia…¿Porqué, sin embargo, tengo cada vez más la sensación de que nos hundimos en otra época de incomunicación y oscurantismo medieval?
Asistimos, como en tiempo de los Cruzados, a un recrudecimiento del choque entre religiones, de acólitos y discípulos que buscan el paraíso de las Huríes cargándose de explosivos para inmolarse en un mercado, en un autobús, allí donde puedan generar más víctimas.
En este mundo tecnológico pretendidamente abierto y global cada día hay más enfrentamientos, más murallas políticas e ideológicas que nos convierten en enemigos. Estamos en manos de unos pocos señores feudales que controlan todos los poderes políticos y militares, de compañías que monopolizan en sus fortalezas de poder los recursos naturales, que manipulan los mercados del dinero y las materias primas haciendo que las sociedades dependan de ellos, de cadenas globales de información que imponen el pensamiento único.
El mundo moderno con todos sus adelantos ha convertido al ser humano en un ser inerme, que depende para todo de lo que deciden unos pocos. Ha perdido la capacidad para sobrevivir con sus propios recursos, ha olvidado las destrezas acumuladas durante cientos de años y se ha convertido en un mero consumidor.
En una era en la que se atisba la inmensidad del cosmos, la grandeza incomprensible del universo, seguimos aferrados a los viejos atavismos de los dioses vengadores, de las leyendas escritas por santones, por apariciones y milagros sin sentido, por estigmas impuestos por salvadores y profetas del miedo y las poblaciones en masa siguen arrodillándose, murmurando oraciones, dándose golpes de pecho. Y la guerra y el horror no disminuyen y la amenaza de la peste medieval es ahora la bestia atómica que dormita en los fríos silos estratégicos.
La tecnología hace parecer reales los espejismos pero la vida cotidiana sobre este planeta sigue siendo tan frágil como en aquellas lejanas noches oscuras que el hombre pasaba a la intemperie manteniendo un fuego vivo durante el duermevela para ahuyentar a los carnívoros que acechaban aullando entre los árboles.
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