martes, 30 de agosto de 2011

78 – EL PASADO NUEVO MUNDO.

Termino de leer “A tree grows in Brooklyn” de la escritora Betty Smith. Una novela clásica en la literatura americana llevada al cine en mil novecientos cuarenta y cinco por el director Elia Kazan. La belleza de esta novela emana de la vida pobre y difícil del final del siglo diecinueve y primera parte del veinte en una zona de Brooklyn, New York.

Inmigrantes alemanes, italianos e irlandeses en su mayoría que habían cruzado el océano y luchaban por sobrevivir en ese nuevo mundo en el que habían puesto todas sus esperanzas dejando atrás la Europa constreñida por la falta de oportunidades y la rigidez política y religiosa.

Pasados más de cien años desde que los Estados Unidos se hubieran constituido como nación, enfrentaban el principio del nuevo siglo con un cambio radical en los usos y costumbres de un pueblo que estaba inmerso en una potente industrialización.

La tarea no fue fácil, nada es nunca fácil y los grandes logros del progreso llegaron con sufrimiento y adaptación, trabajo y más trabajo y la aceptación, la interiorización del desarraigo que les transformó en ciudadanos, en hijos de una nueva nación, en protagonistas de los versos de Walt Whitman, en parte de la música romántica, impetuosa, heroica de Dvorak en su “Sinfonía del Nuevo Mundo”.

El impulso que mantenía ese esfuerzo titánico, esa evolución radical se asentaba en el convencimiento de que todo era posible en un país libre, en la palabra “oportunidad” y la magia de la frase acuñada por Thomas Jefferson, una de las más famosas y poéticas en el documento de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos: “Life, Liberty and the pursuit of happiness”.

Otros cien años se consumieron a través de buenos y malos tiempos, el país vivió la WWI, la gran depresión, la entrada en la WWII, y la fuerza económica imparable al terminar la guerra que transformó por completo los Estados Unidos, en su mayor etapa de esplendor que pareció prolongarse en el tiempo y no tener fin.

Y sin embargo, poco a poco, las sucesivas guerras: Corea, Vietnam, Irak, Afganistán, la progresiva decadencia de los valores morales, la avaricia de los grandes conglomerados de la banca y los monopolios empresariales, la globalización que rompió el equilibrio del trabajo y la industria nacional en busca de mercados internacionales más baratos, el envejecimiento de las obras públicas, la burocracia que cuadriculó la agilidad de la vida cotidiana imponiendo leyes y normas que a menudo ralentizaron el progreso y las oportunidades, la competencia con países emergentes fueron debilitando el optimismo y el coraje de otros tiempos.

Se escribe ahora mucho sobre el momento que atraviesa el país: aumento de la pobreza, falta de trabajo, miles de familias que han perdido sus casas, que sobreviven con cupones de comida. Falta de atención sanitaria, colegios que se cierran, maestros despedidos por falta de presupuesto.

Aquellos inmigrantes alemanes, italianos, irlandeses completaron un ciclo desde la pobreza y el tesón hasta la ensoñación de un mundo cómodo en el que poco a poco fueron perdiendo su capacidad de lucha y posiblemente algunos de los valores morales que la hicieron posible.

En las postrimerías del siglo veinte y el comienzo del veintiuno han llegado nuevas olas de inmigrantes que ya no vienen mayoritariamente de Europa como en el siglo diecinueve o principios del veinte sino de Asia, America central y Sudamérica, China, India, todos ellos dispuestos a buscar su “oportunidad” porque a pesar del oleaje de los malos tiempos este país sigue sin ser una tierra de monarcas, de dictadores o juntas militares, de inquisidores religiosos. Y goza aún de un sistema democrático que a pesar de todos los obstáculos que siembran el camino continúa siendo lo suficientemente libre y abierto para que las personas puedan luchar por sus aspiraciones individuales, sus sueños y su libertad.

Quizás estos nuevos inmigrantes sean capaces con su esfuerzo, su ilusión y su energía de renovar el espíritu con el que se inició la aventura de una nueva nación, con el ímpetu y el tesón claves para el progreso y el mantenimiento de la esperanza.

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