martes, 30 de agosto de 2011

80 – AVATAR. I



Me he levantado muy temprano. Preparado un café que sostengo precariamente en la mano mientras renqueante y bostezando hago un esfuerzo por recordar mi contraseña. Consigo acordarme. Inicio la sesión. Me entretengo durante unos minutos eligiendo entre un muestrario clasificado en un sinnúmero de variantes: objetos animados e inanimados, clones, androides, cyborgs, ordenados por colores, actitudes, personalidades, estados de ánimo.

Busco un traje apropiado, un rostro adecuado, me aburren las caras monstruosas, los cráneos mondos vestidos de negro, con gafas de sol en la falsa luminosidad cibernética donde conducen su Ferrari. El laberinto de tatuajes hasta la náusea, el cuero y las tachuelas, la incipiente barba, so f cool…

Suspiro y tomo un sorbo de café, muevo las manos iniciando el impulso, algunas gotas saltan de la taza salpicándome pero ya no lo noto. Soy mi avatar.

Vuelo decididamente a media altura sobre tejados caprichosos, construcciones del azar y la vanidad en terrenos planos descoloridos comprados a la compañía. Las grandes avenidas están aún vacías aunque en algunas de ellas hay hileras apretadas de palmeras que surgen de la nada.

Calles y plazas se prolongan hacia el horizonte en diversas direcciones, muchas en permanente construcción, a lo largo de ellas conglomerados de embajadas de construcción sencilla en contraposición con otras que ocupan grandes parcelas de terreno con edificios recargados, imitaciones griegas y romanas, palacios de cúpulas doradas, Taj Mahales rodeados de jardines de flores apretadas que representan su bandera.

Otras vías permanecen abandonadas, truncadas en el límite del barbecho, donde la cuadrícula se extiende vacía, inabarcable, adormecida mientras espera que alguien invierta y cree una nueva mancha urbana.

Las tiendas más caras y sofisticadas también están aquí remedando el lujo de sus escaparates neoyorquinos, parisinos o londinenses. De zapatos, bolsos, vestidos en maniquíes depauperados, imposibles para el ciento veinte por cien del humano alimentado de pizza, salchichas, hamburguesas, sodas. Que también se encuentran en diferentes puestos de intensos colores, inodoros e insípidos pero atractivos o atrayentes por atractivos. Y la gran tienda de cristal del sueño colectivo: “Build your bike. Build your freedom”.

Alguien ha reconstruido The Twin Towers con sus oficinas en venta sin que hasta ahora nadie haya realizado un gesto patriótico de compra. Algunos avatares pasan cerca de la puerta con paso ortopédico y manos temblorosas sintiendo el resplandor glauco del metaverse reflejado en la superficie de cristal y acero de los dos colosos geométricos.

Los veo desde la altura de mi vuelo que a veces se interrumpe o se ralentiza o vibra o pierde color o se congela y es entonces cuando la voz neutra del cíclope que desde la sombra ayuda a navegar la estructura, en el entramado del soporte informático, se dirige de forma atonal al usuario, que en este caso somos mi avatar y yo, informándonos de la siguiente acción a tomar al tiempo que despliega en la pantalla un menú de posibilidades en las que no tengo más remedio que concentrarme.

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