martes, 30 de agosto de 2011

82 – AVATAR. III


Inicio una nueva sesión algo herrumbroso por la falta de costumbre. Hace cinco años que mi avatar ha permanecido congelado, dormido por las urgencias y laberintos por los que la vida real nos lleva. Resulta arduo compaginar ambos mundos. Es difícil desdoblarse. El tiempo, real o virtual es tiempo al fin. Un bien escaso. Algo importante que se nos desliza entre los dedos como la fina arena de la clepsidra.

Y algo ha pasado. Las calles permanecen vacías, algunas estructuras han desaparecido como consecuencia del impago de las cuotas mensuales o el olvido permanente. Entro en varias tiendas en las que no encuentro a nadie, el lujoso espacio de su interior permanece quieto, iluminado por la luz especial que baña el conjunto del metaverse.

Visito algunas islas en las que nada ha variado excepto la soledad como única presencia en playas y edificios. Sin embargo leo en Google que la compañía sigue vendiendo terrenos y por tanto ampliando el espacio virtual. En Junio de dos mil diez se añadieron noventa y ocho millones de metros cuadrados que los residentes compraron con rapidez.

En los bares y cabarets es donde hay más actividad. Música y conversaciones entre residentes que establecen diálogos sobre terrenos y casas, sobre proyectos nuevos, quejándose algunos de las nuevas normas impuestas por la compañía. El sexo y el juego crecieron tanto que la ley real tuvo que convertirse en virtual y la compañía relegó estas actividades al lado oscuro del metaverse lo que borró de la superficie a todos aquellos que habían invertido mucho dinero y tiempo en construir casinos y otros lugares de juego.

Aunque visitantes y residentes suman millones representan sólo una mínima parte si se compara con los seguidores de Facebook o Twitter. Pero naturalmente Second Life es un proyecto complicado, una idea con múltiples ramificaciones muchas de ellas aún impredecibles.

Me teletransporto a varios lugares diferentes. Poder volar aunque sea en la quimera de esta segunda vida es algo divertido y apasionante que desde niños experimentamos en los sueños. Quizás este aparente vacío sea debido a que los avatares van directamente a los lugares de encuentro, donde tiene a sus amigos, donde pueden tener sexo o darse al juego desde la soledad de su habitación, frente al brillo de la pantalla del ordenador.

O puede ser que muchos hayan encontrado en el metaverse la clave para identificar mejor el mundo real y volver a él; al fin y al cabo es el único descarnadamente excitante, donde la vida, los sentimientos, el peligro, la felicidad se juegan a una única carta y no existe la posibilidad de reiniciar el programa apagando y encendiendo de nuevo el cerebro.

Hemos abandonado el camino del espacio al comprobar la inmensidad inabarcable de lo que hay ahí fuera. Al menos hasta que nuestra civilización esté a la altura del proyecto. Y mientras tanto exploramos otros caminos en otros submundos creados por la imaginación y la tecnología.

Sobrevuelo una playa recoleta y me tumbo sobre la arena a contemplar el destello de las estrellas con sus doscientas cincuenta y seis variaciones de color en cada píxel. Permanezco así un buen rato y termino frotándome los ojos. Me doy cuenta de que llevo más de dos horas mirando la pantalla del ordenador. Me estiro. Cierro los programas y apago.

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