sábado, 18 de febrero de 2012

90 – TRENES. FRÍO.



Es mi recuerdo el de un padre que todavía en la negrura de la noche se vestía entre las sombras, recogía su cesta de mimbre y un pequeño saco con las sábanas sobre las que dormiría en la próxima semana en algún depósito de máquinas, en los barracones cercanos a cualquier estación. Pasaba rozando la litera donde dormíamos mi hermano y yo que con los ojos cerrados, aún somnoliento percibía el olor a tabaco, a máquina de tren, aceite, combustión, engranajes que emanaba de sus ropas de trabajo.

Salía despacio, sin hacer ruido, pudiendo oír sus pasos bajando hacia el portal y el golpe de la puerta de hierro al cerrarse cuando comenzaba a caminar por la acera. Subía a buen paso por la Avenida de Reina Victoria hacia el metro sintiendo la mañana helada del invierno. A esas horas algunos carros tirados por mulas transitaban ya guiados por hombres que en silencio retiraban la basura.

Caminaba hacia el andén por los pasillos subterráneos donde se cobijaban las sombras oscuras de los que la mala fortuna, la emigración de los pueblos en busca de trabajo en la ciudad, la larga posguerra aún presente en una sociedad eternamente dividida les había dejado sin techo, sin recursos, con la calle como único hogar.

Llegaba así hasta los depósitos de Cerro Negro, donde aún de noche preparaba la máquina para el largo viaje de ese día, dejando en un rincón de la cabina el pequeño saco con las sábanas, la cesta en la que mi madre le había preparado una tartera con comida.

Recuerdo a mi padre casi siempre de viaje, recuperándose del sueño cuando volvía a casa, haciendo un arroz en la cocina, contándonos sus viajes, trayéndonos en la época de escasez la cesta de mimbre que abríamos con mucha ilusión cargada de alubias, arroz, algo de café, pan, una botella de aceite…

Le recuerdo en mi infancia recorriendo los campos de Castilla en las máquinas de vapor, saludándonos desde lo alto de la máquina en el paso a nivel de Medina del Campo. Cruzando Andalucía en las ALCO diesel traídas de Estados Unidos para sustituir al vapor. En el TALGO netamente español que condujo por todo el país, de día y de noche, siempre con la mirada por delante de los faros de la máquina. Atento, sintiendo los poderosos motores, el paisaje abriéndose en la soledad de la estepa, las curvas y contracurvas de los pasos de montaña, de Despeñaperros, de Pancorbo.

Las estaciones abarrotadas de gente con maletas, sacos, cestos, los vendedores de productos locales, tortas, pastas, bocadillos, gaseosas. El intenso olor a café de la cantina siempre iluminada aunque fueran las tres de la mañana.

Y de nuevo la partida. Delante el camino. Mi padre asomado a la ventanilla, las manos en los controles. La vida inundándole. El día abierto al sol del mediodía que arrancaba destellos de fuego a los carriles sin fin. Juntándose allí lejos, en el siempre distante horizonte.

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