sábado, 18 de febrero de 2012

89 – RECUERDO A LEOPOLDO PANERO.



Llevamos desde la primera luz la obligación y la carga de una vida desconocida y no buscada. Los años pasan mientras crecemos y descubrimos el color, el olor, la textura de una realidad nueva, quizás sin embargo intuida desde la lejanía de una vida anterior. Que aunque parezca incierta no atenúa la sospecha. O posiblemente sea simplemente un consuelo.

Los años traen el conocimiento de las cosas, su identificación. Y entre las sombras y los destellos que produce este planeta solitario al que hemos llegado, al que estaremos ligados hasta el momento de partir, descubrimos otras realidades ocultas en el pequeño laboratorio de nuestro cerebro, y entre ellas, en esa comunicación neuronal que despierta en nosotros la ansiedad de conocimiento puede emerger el sentimiento del amor.

Y si nos golpea y nos invade, si se convierte en un océano azul, profundo, misterioso, que nos domina y nos conmueve, que nos desespera y nos convierte en otros seres, nos agita, nos perturba, nos hace arrastrarnos suplicantes, nos llena de valor, nos hace llorar y nos lleva de un lado al otro jadeantes sin darnos un momento de respiro, entonces, podemos decir que somos muy afortunados.

Y si nos acompaña durante el tiempo de nuestra vida, se remansa en los últimos años y no nos abandona hasta el momento de partir, entonces, somos doblemente afortunados.

Sentimiento que es un raro cristal de múltiples destellos que nos ilumina y nos hiere, que a veces se atenúa y desaparece y otras resulta inabarcable. Que dura la fragilidad de un instante o permanece más allá de la vida. Más allá de la muerte. O eso pretendemos.

SOLA

Sola tú junto a mí, junto a mi pecho;

sólo tu corazón, tu mano sola,

me lleva al caminar; tus ojos solos

traen un poco de luz hasta la sombra

del recuerdo; ¡qué dulce,

qué alegre nuestro adiós! El cielo es rosa

y es verde el encinar, y estamos muertos,

juntos los dos, en mi memoria sola.

Sola tú junto a mí, junto al olvido,

allá donde la nieve silenciosa

del alto Guadarrama, entre los pinos,

de rodillas te toca.

Estamos solos para siempre; estamos

detrás del corazón, de la memoria,

del viento, de la luz, de las palabras,

juntos los dos sobre la nieve sola.

Leopoldo Panero – 1909 – 1962

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