Sale el sol acariciado por una brisa fría. Me voy a andar. Antes bajaba las cuestas y me iba hasta Fort Point al pie del Golden Gate regresando por el mismo camino y subiendo las empinadas colinas hasta mi casa. Pero apareció la ciática que me dejó baldado durante unos meses, sobre todo en el lado derecho llegando hasta los dedos del pie en los que no sentía sensibilidad alguna.
Fue mi estreno con la ciática. Llovieron las recomendaciones: vete al médico, haz esto, haz lo otro. Apúntate a clases de yoga y pilates. A mi eso de los pilates me sonaba a traición a nuestro Señor Jesucristo y lo del yoga a señoras aburridas con ganas de ligar.
Además nunca he sido persona de grupo, el ejercicio, el deporte me gusta hacerlo individualmente, no me agrada competir, ni distraerme con la conversación de los otros. La soledad es para mí un aliciente más.
Digo que nada de eso me hacía feliz así que me apunté a unos ejercicios que me pasó mi amigo Don que nació por los años veinte y tiene por consiguiente una pila de años y una ciática, dolor de espalda y otras lindezas que le entretienen la vida haciéndole jurar con gran regularidad.
Conseguí superar la ciática, aunque sigue agazapada y de vez en cuando me larga un pellizco, y ahora bajo en coche hasta una zona plana donde aparco y me pongo a andar a orilla de la entrada de la bahía.
Andar es un acto exultante que me congracia con las ganas de vivir, que me vuelve a la juventud y sobre todo al camino, a ese espacio de terreno que está delante de uno y por el que se avanza paso a paso viendo variar el paisaje, sintiendo como el cuerpo te lleva bajo la caricia del sol, o la lluvia, o el viento, que lo mismo da, porque todo son sensaciones que transmiten a la piel el contacto con los espacios libres.
Nunca he tenido el nivel de mi hermano que nació deportista, pero de joven, estimulado por él, me aficioné a correr. Me gustaba perderme en el campo, subir y bajar, hacer distancias largas, sentir la emoción de no tener necesidad de parar porque el cuerpo me llevaba sin apenas esfuerzo, rítmicamente, dejándome la mente libre para pensar y abarcar el horizonte con los ojos.
Ahora estoy contento con andar, antes lo hacía a buen ritmo, esforzándome para cubrir unos tiempos de recorrido establecidos. Pero poco a poco me va costando más trabajo. De todas formas sigo haciendo buenas distancias sin fijarme ningún objetivo sino el grandioso de disfrutar los pasos, la soledad, la contemplación del siempre renovado milagro que me rodea.
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