lunes, 25 de octubre de 2010

39 – HALE BOPP.



Fue en la primavera de mil novecientos noventa y siete. Una noche como otras tantas en las que salíamos a sentarnos en el jardín a charlar y contemplar las estrellas durante un rato, los puntos luminosos bajando del norte hacia el aeropuerto, las estrellas fugaces que de vez en cuando rasgaban la noche un breve instante con su cegadora luz.

Y allí estaba. El cometa Hale-Bopp cruzando magníficamente el firmamento, brillando más intensamente que cualquier estrella en el cielo. Muy pronto pudimos verle desde el atardecer, antes de que se pusiese el sol, continuar durante parte de la noche y al levantarnos y salir corriendo medio dormidos a mirar el firmamento encontrarlo de nuevo surcando el cielo en dirección opuesta.

Un bloque de hielo de más de cuarenta kilómetros de diámetro compuesto de agua, amoniaco, metano, bióxido de carbono, hierro, magnesio y silicatos, una informe masa de hielo sucio desprendiendo un penacho de tonalidades azules, verdes y blancas, parte del detritus que va dejando en el camino desgajado de la masa principal y que se extiende formando una cola de millones de kilómetros dividida en dos enormes estelas azul y blanca.

Día tras día nos sentamos a contemplar aquella aparición, aquel privilegio efímero y único. Los astrónomos esperaban poder observarlo hasta el año dos mil veinte mediante grandes telescopios, entonces, decían, sería muy difícil distinguirlo entre las galaxias lejanas de un brillo similar.

En silencio, dejándonos llevar por su atracción no veíamos el momento de entrar en la casa. De irnos a dormir.

En esos días tuvimos que hacer un viaje a Canterbury en Inglaterra, en el hotel abrimos el periódico que hablaba todos los días del cometa. Ocurrieron cosas extrañas.

En Noviembre un astrónomo aficionado tomó una imagen de un objeto borroso, levemente alargado, en sus proximidades. Rápidamente entusiastas de los fenómenos UFO llegaron a la conclusión de que se trataba de una nave espacial siguiendo al cometa.

Meses más tarde la secta “Puerta del Cielo” tomó la aparición del Hale-Bopp como una señal para llevar a cabo su suicidio colectivo. Dejaban sus cuerpos terrenales para viajar en la nave espacial que seguía al cometa.

Fuimos a cenar a un pub cercano, tomamos unas cervezas y charlamos comentando entre otras cosas la suerte de haber visto el cometa en el tiempo de nuestras vidas.

La noche estaba fría cuando salimos del pub pero las calles silenciosas, la proximidad de la catedral nos decidieron a dar un paseo. Fuimos andando cogidos del brazo, sin hablar, observando las sombras de las casas inglesas. En la catedral la campana se alargó tocando las doce horas de la media noche y sobre sus tejados vimos aparecer el cometa, brillante, mudo, dejando su estela majestuosa. Nos paramos a mirarlo durante un buen rato. Luego nos besamos largamente, buscando cobijo el uno en el otro, como consolándonos de nuestra pequeñez. Mientras, el cometa se iba alejando en el frío espacio. Él volverá al sistema solar en unos dos mil trescientos años.

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