jueves, 7 de octubre de 2010

25 – SIN TECHO.



Una mañana en el cruce de Clay y Polk volviendo de un recado en el coche me llamó la atención la figura de un negro, alto, vestido con pulcritud, de unos sesenta años de edad, de pie en la acera, apoyado contra la pared de un edificio. Supongo que lo que atrajo mi atención hacia él es que en el suelo, a su lado, tenía dos maletas nuevas que destacaban mucho, una roja y otra amarilla. Crucé la calle y volví a casa y antes de que apagara el motor del coche ya se me había olvidado el asunto.

Como esa esquina es uno de los lugares por donde paso con mucha frecuencia, me sorprendió ver unos días después al mismo hombre, limpio y con buen aspecto en el mismo lugar apoyado contra la pared y las dos maletas roja y amarilla. Esa vez tardé más tiempo en olvidarlo, pensé que no parecía ser una persona sin trabajo que vive en la calle, llevaba un equipaje muy arreglado y no tenía el aspecto que la intemperie imprime en la pobre gente que se ve obligada a llevar esa dura y triste vida.

Durante un tiempo seguí viéndole en la esquina intermitentemente, unas veces estaba allí siempre de pie con sus dos maletas y otras desaparecía durante unos días al cabo de los cuales volvía a verle exactamente en el mismo lugar donde había estado.

Una noche que volvía tarde de casa de unos amigos miré instintivamente hacia el lugar en la esquina y no vi nada pero al acercarme más noté que había alguien o algo cubierto con un trozo de lona en el lugar donde solía estar y naturalmente pensé que era él durmiendo en la acera aunque no podía ver nada.

Todo esto fue hace ya unos dos años durante los cuales me he preguntado sobre la vida de ese hombre que sigue de pie en actitud de esperar algo, a alguien, de comenzar un viaje siempre frustrado. Porque después de todo este tiempo sigo viéndole en la esquina, luego se va a algún otro sitio y tarda unos días en volver. Pero vuelve.

A lo largo de todo este tiempo noté que le faltaba una de las dos maletas, la roja, pero seguía con la amarilla limpia y cuidada. Después desapareció también la amarilla y en su lugar tenía junto a él una pequeña bolsa azul de tela. Le he visto días y días sentado en la acera mirando al frente, sin objetivo, como ajeno a lo que le rodea, otras veces duerme bajo la lona a cualquier hora del día, con sol, con viento, con lluvia.

Hace ya una semana que paso por la esquina de Clay y Polk y no le veo. Su pequeño rincón está vacío y noto su ausencia. Como él son legión en la ciudad, en portales, entradas de comercios, parques, siempre solitarios, cubiertos de capas heterogéneas de ropa, arrastrando carros de supermercado llenos de bolsas de plástico, botes de bebidas vacíos, trastos recogidos por todas partes, maletas deterioradas con el resto de sus magros ajuares que el viento de la mala suerte, la enfermedad o la desesperanza se llevó.

Seres de otro mundo que hablan consigo mismos porque la sociedad ya no habla con ellos. Seres que han entrado en otra dimensión de la cual es muy difícil escapar. Donde la vida es intemporal y las creaciones del hombre han perdido todo su sentido.

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