De joven me gustaba mucho la ciencia-ficción. Aquella que llegó a su máximo esplendor en los años cincuenta: Ray Bradbury, Theodore Sturgeon, J. G. Ballard, Farmer, Simak, Heinlein, Anderson, Asimov, Clarke, Miller y otros que ya ni me acuerdo o están ocupando un espacio por ahí, en alguna neurona perdida que de vez en cuando se espabila y me recuerda las cosas leídas y disfrutadas en otro tiempo.
Una ciencia-ficción de iniciados, de yonkis de lo inusual, de lo mágico, de un lejano y poco probable futuro del hombre en perdidas galaxias y mundos paralelos que se desvaneció rápidamente para dar paso a otra ciencia-ficción de civilizaciones de guerreros y princesas, monstruos y ejércitos del futuro en constantes luchas por el poder y las fuentes de energía. A mi esa segunda parte de la ciencia-ficción ya no me atrajo y abandoné el género que se había apartado del camino científico o paracientífico.
Aquellos relatos fueron muy queridos para mí pero hay uno en especial que sigue atrayéndome por su originalidad y que no es precisamente de un autor de ciencia-ficción aunque Doris Lessing escribiera algunos de este género.
En su libro Shikasta seguido de otros escritos, elabora la teoría de que los humanos son el producto de la experimentación de una raza superior. Dejados a su libre albedrío prosperan durante varios milenios hasta que un accidente les priva de una substancia esencial y esto les hace desarrollar una enfermedad degenerativa. A consecuencia de ello su cerebro sufre una transformación haciendo que los objetivos individuales se vuelvan más importantes que los colectivos llevándoles a centrar su atención en la avaricia y los conflictos.
El libro y los libros que se sucedieron elaboraban mucho más sobre el asunto pero la idea principal venía a ser esta.
Cuando veo los acontecimientos que día a día se suceden en nuestro planeta y la forma en que el mundo se va volviendo cada vez más complicado, me acuerdo de este libro de Doris Lessing y me da por pensar que tal vez la teoría que expone no esté tan alejada de una posible realidad.
No me extrañaría que con toda la arrogancia, engreimiento y nuestras ansias de ser como los dioses un día nos despertáramos y nos diéramos cuenta de que sólo somos el producto de una probeta cósmica, un germen en el océano de un magma creado por algo o alguien insuperablemente inmenso hasta el punto de que nuestros pequeños ojos no pueden fijarse y tener conciencia mas que en un punto nebuloso que no nos dice nada.
O también pudiera ser que todo esto no sea mas que otra distracción para llenar un vacío que es la esencia de las cosas, un hueco donde no hay nada y la nada es todo lo que nos cabe esperar. La nada, al menos como la concebimos en nuestros pequeños cerebros de mosquito.
Pero mientras tanto, mientras seguimos con las teorías y las especulaciones continuaremos matándonos porque en el fondo es la única solución duradera que conocemos para que el otro, el enemigo, no nos mate a nosotros. Y el enemigo somos todos.
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