jueves, 7 de octubre de 2010

29 – LOS AÑOS.



“Los años no pasan en balde”: sentenciamos siempre después de haber intercambiado una básica información con el compañero, amigo e incluso meramente conocido que nos encontramos por la calle y del que tratamos desesperadamente de recordar el nombre.

Esto empieza a suceder a partir de los cuarenta pero entonces se dice jocosamente, uno todavía no cree que hayan pasado los años, que estén pasando como para empezar a preocuparse. Todavía los chicos están en casa, claro que con los tiempos que corren puede pasar que nunca abandonen el hogar y seas tú el que agarre la maleta y se desplace a la estación término del hogar de ancianos. Algunas amigas de tu mujer, o las compañeras de trabajo aún te siguen pareciendo apetecibles y fantaseas con la convicción de que el tiempo está a tu favor.

En la década de los cincuenta la cosa cambia radicalmente, tus compañeros de trabajo jóvenes y dinámicos insisten en ir destilando en tu espíritu la idea de que eres un poco torpón: en el manejo de los ordenadores, del teléfono móvil, de tus lentas y conservadoras reacciones ante los problemas del trabajo. Y de repente surge esa palabra pretendidamente cariñosa que en lo sucesivo será un rejón de muerte: abuelo. No serás abuelo socialmente pero sí espiritualmente para todos esos que te van empujando suavemente hacia el despeñadero de la jubilación anticipada o del ostracismo en la empresa.

Tu no quieres hacer caso ni de la oficina ni de las canas pero un día cuando estás gestionando la compra en el supermercado una de esas señoritas que atienden la caja te llama por primera vez: “caballero”. Ese es el primer síntoma real de que te estás haciendo viejo.

Luego pasa el tiempo y lo inevitable llega, dejan de interesarte las compañeras de trabajo y las amigas de tu mujer a las que miras con cierto resquemor y algo de rencor difuso. Te ofrecen la jubilación anticipada o irte a una oficina a trescientos kilómetros de tu casa y terminas aceptando la jubilación.

Sin saber porqué sientes el impulso de comprarte una pequeña radio de pilas con pinganillo que tú sigues llamando transistor y que será el mejor amigo en los tiempos por venir, la mejor compañera en la cama en las largas noches en que te cuestionas un futuro tan nebuloso.

Y comienzan las marchas tempraneras por “la ruta del colesterol” con tu inseparable compañero electrónico que te informa del desastre de gobierno, país, mundo en el que habitas. Un marasmo de ineptos que no hacen nada y se lo llevan crudo y te entra la rabia y la frustración y te preguntas porqué tú, que hacías bien tu trabajo, eras cumplidor y honesto has tenido que renunciar a la sociedad y al mundo por asegurar una soldada.

Pero el día más triste, el día que se confirma que definitivamente eres un viejo es cuando una joven entre veinticinco y treinta años te cede por primera vez el asiento en el metro o el autobús. Eso es duro, cuesta asimilarlo.

Pero al final, como todo en esta vida, se termina por aceptar y, oye, si eres optimista el ser viejo tiene también sus compensaciones y alicientes, pero eso te lo contaré otro día.

1 comentario:

  1. Y eso que, para muchos de nosotros, cualquier tiempo pasado fue peor.
    Y que la vida no se pasa y la muerte no viene, para muchos, tan callando, sino tan gritando.
    No me quejo de la vejez, haré lo que pueda hasta el final. El recorrido de la vida es siempre nuevo y, la única pena, es que se termine. Pero mientras se termina o no se termina, como decían los castizos:
    "Leña al mono hasta que se parta la cadena"
    Saludos

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