Me preparo un café y me siento delante del ordenador. Es curioso. A fuerza de ver las mismas imágenes, los mismos espacios, la decoración, la estética, las actitudes y las consignas, llegamos a sentir todas estas cosas con tanta familiaridad que termina formando parte de nosotros mismos, como ese traje que nos ponemos sin apenas notar que es un elemento ajeno a nuestra piel.
Sin embargo hay veces que por alguna circunstancia que no sé explicar la misma imagen que he visto cien veces se me presenta como algo nuevo, original, golpeándome con la claridad de su significado que antes no me había cuestionado por serme tan habitual.
Estoy echando un vistazo a las noticias y veo una foto de dos sacerdotes de la iglesia católica, uno joven, el otro mayor vestidos de unos ropajes blancos hasta el suelo, uno de ellos llevando un báculo o cayado rematado por unas figuras en plata ricamente labradas y ambos cubiertos por unos grandes gorros rígidos terminados en punta con todo tipo de adornos dorados en su superficie.
Esta es una de esas veces que la imagen se me presenta limpia, sin la carga ni los aditamentos sociales y culturales del pasado. Y lo que veo me resulta irreal, dos tipos disfrazados, cubiertos de unos ropajes anacrónicos, dos jefes de una tribu rebozados de símbolos, acorazados de trapos y cartones para aumentar su estatura, su imagen, la representación de un poder que tiene que prevalecer sobre el pobre incauto que les mira, una decoración de fantasía que inspire respeto y temor en los que no tienen acceso a esos privilegios que unos cuantos se han otorgado a si mismos.
No son estos los mejores tiempos para estos directivos de la trola, altos cargos de esa empresa piramidal cuyo reino, dicen, no es de este mundo.
Pero ellos siguen, se reúnen y se dedican a sus ceremonias, desfilan con sus ricos ropajes y dejan que la plebe desde abajo asista a sus representaciones incomprensibles, al teatro que siempre vivió del miedo, de la manipulación y la persuasión del terror que ahora tratan de moderar porque la gente es, de momento, un poquito más libre y ya no traga con muchas cosas.
No me meto yo con las creencias, cada cual trata de buscar consuelo de este áspero mundo al que nadie sabe a qué ha venido, porqué ha venido y a donde rayos se dirige a pesar de que muchos estén empeñados en vendernos como sea cualquiera de los seguros de vida eterna, pasaportes para el más allá, bulas y certificados a canjear en otra existencia.
A mi me resultarían más simpáticos si se despojaran de todos esos ropones, colorines de jefes de la nomenclatura y de esos lujosos edificios con columnatas gótico-flamígeras o barrocas. Cosa que no va a suceder. Porque por otro lado tienen que mostrar su poderío al otro competidor, la gran empresa del conglomerado islámico que está que lo tira, con unas mezquitas donde la palabra ostentación se queda corta, sus seguidores aumentan exponencialmente, y los seguros de vida eterna son más jugosos con beneficios extras de lindas y potentes huríes para toda la eternidad. Así cualquiera. No me extraña nada que tengan tantos fieles.
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