sábado, 16 de octubre de 2010

33 – ALLIENS.



Decido ir a Kirby Cove, en la parte oeste del Golden Gate. Llevo una pequeña mochila con una botella de agua, un sándwich, y unas aceitunas. Comienzo a bajar la cuesta desde Battery Spencer a lo largo de una milla entre cipreses, eucaliptos y pinos. Hace un día estupendo y como es jueves por la tarde y todavía no están los chavales de vacaciones no hay un alma por ningún sitio.

Los fines de semana comenzarán a venir campistas que suelen quedarse desde la noche del viernes entre los árboles al lado de la playa que no es muy grande pero lo suficiente para tumbarse a tomar el sol, ver la otra cara del puente desde fuera de la bahía, la parte norte de San Francisco, contemplar los barcos que enfilan la entrada y, quien sabe, puede que hasta poder echar un ojo a alguna ballena despistada.

Por la noche, en cuanto se meta el sol encenderán hogueras y se sentarán alrededor a contar historias, con una manta ligera sobre los hombros, comiendo palomitas y cantando algunas canciones hasta que se queden dormidos. Otros se sentarán en la playa a ver las estrellas y, como no, el puente y la ciudad cuajada de luces al fondo.

Llego a la abandonada Battery Kirby, bordeo su vieja estructura de hormigón y subo hasta una de las mesas de picnic que están medio ocultas entre los pinos y cipreses con la parte superior peinada a lo punk por los fuertes vientos que azotan la costa. Me siento en la mesa desde la que tengo una vista magnífica, un proscenio de absoluto lujo.

Como la belleza y el aire siempre me abren el apetito, saco el sándwich, la botella de agua y el tarro de cristal con las aceitunas que abro enseguida. Mientras como las aceitunas, que están rellenas de ajo, veo elevarse girando desde Pacífica un siete sesenta y siete que rápidamente pasa, todavía a baja altura, haciendo levantar el vuelo a varios cernícalos que andan merodeando por las copas de los árboles.

Miro de nuevo hacia el mar y noto una ligera estela de humo blanquigris que zigzaguea pero se va haciendo más visible a medida que se aproxima a Kirby Cove. Sigo comiendo mis aceitunas mientras puedo ver ya con suma claridad que se acerca perdiendo altura un objeto redondo, una especie de cacerola de aspecto primitivo del tamaño de un autobús o incluso algo más pequeño.

Entra por la playa como a unos veinte metros de altura por encima de los árboles y comienza a dar vueltas en pequeños círculos como buscando un sitio donde aterrizar, indeciso, produciendo un zumbido parecido al de un abejorro o mejor de unos doscientos abejorros.

Después de unas cuantas vueltas se queda suspendido en el centro de la pequeña playa y puedo ver claramente que es lo más parecido a un puchero con remaches, la parte superior lleva unos ojos de buey o portillas al parecer también con remaches, como las ventanas redondas de los trajes de buzo, encima del todo lleva una especie de gancho redondo que pudiera ser una antena.

Miro alrededor, no veo a nadie, en el camino tampoco vi a nadie, puede entonces que sea yo el único que está viendo la aparición de este chisme. De repente cesa el zumbido, comienza a descender como a trompicones y se desploma desde unos quince o veinte metros contra la arena de la playa. Rebota. Se eleva unos tres o cuatro metros y vuelve a caer a plomo para no moverse más.

Pasa el tiempo. No ocurre nada. Decido comerme el sándwich, tomo un trago de agua, termino las aceitunas. He preparado el bocadillo con pastrami, unas lonchas de salchichón, tomate, lechuga, pepinillos, un poco de mostaza y chipotle mayo. Le doy un buen mordisco.

Me extraña que nadie haya visto ese objeto, de ser así alguien habría avisado al nueve uno uno, además el helicóptero del guardacostas está siempre dando vueltas cerca del Golden Gate…

Dejo de comer el bocadillo, veo que se abre una especie de trampilla en un lateral y asoma una cabeza con un gorro como de cuero, luego sale del todo, anda unos pasos y se sienta en la arena, aparece una segunda persona, o lo que sea, también con el gorro, se levanta y se va cojeando hasta el agua, se agacha y bebe en el cuenco de una mano.

El que está sentado en la arena se levanta y vuelve al vehículo, mete la mano y saca una especie de caja de galletas y toca unos botones que lleva en la superficie. Mira con intensidad y se vuelve bruscamente dirigiendo la mirada exactamente a la mesa donde estoy sentando. El otro deja de beber agua y mira también. Yo me quedo con el bocadillo a medio camino de la boca sin saber que hacer.

Se miran, dan la vuelta y se meten dentro de la cacerola cerrando la trampilla. Oigo de nuevo el zumbido de los abejorros pero de forma intermitente y más suave. Después de unos minutos cesa y vuelve el silencio.

Llevo allí más de dos horas y empieza a atardecer, hace algo de relente. Los de la cacerola o lo que sea no dan señales de vida. Me da la sensación de que no se van a mover hasta que me haya largado.

Así que recojo mis cosas, agarro la mochila y me vuelvo hacia la cuesta saliendo del parque. Antes de perder de vista la playa desde la altura echo un último vistazo.

Desde la distancia veo dos figuras saliendo a buen paso del objeto y dirigiéndose a la instalación abandonada de Battery Kirby. Pobres. Seguro que querrán encontrar cobijo entre las desnudas paredes de cemento.

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