Me doy cuenta de que no coincido con casi nadie. Puede que tenga que ver con haber pasado de los sesenta y estar entrando en esa especie de climaterio que da en no creer en nada, como decía el bueno de Don Antonio Machado. O que uno se ralentiza por la edad, y así como me empieza a doler una pierna por la ciática, a fastidiar los pies cuando ando un par de horas, a dolerme la espalda cuando llevo un buen rato en una silla, también comienzo a flaquear de la azotea.
Porque a uno se le van olvidando los nombres. Sobre todo los propios. No consigo acordarme de algunos pero sin embargo si que puedo ver las caras nítidamente, caras sin identidad. Eso es. De todas formas no me preocupo mucho, en realidad lo de los nombre siempre se me ha dado mal, incluso de muy joven.
Luego está lo de las afinidades, hago un pequeño repaso. Nunca, ni siquiera de pequeño me ha gustado el fútbol. Una pena. A veces los veo, a los de mi edad, tan contentos y alegres saltando en los partidos. En el campo, donde se lo deben de pasar muy bien. Frente a la tele, con las cervezas ¡Oé, oé, oé, oééé! Me dan envidia…luego se pasan las horas muertas hablando de los jugadores y rememoran a Di Stefano, Puskas o Gento…que son lo únicos nombres que sé por oídas.
Tampoco me gusta el golf, una cosa que está muy de moda, ni el tenis, ni el baloncesto, ni el jockey, vamos, ni nada de nada que tenga que ver con los deportes.
Tampoco las carreras de coches ni los coches antiguos: muchos se van en comandita montados en su seiscientos rescatado del desguace y se juntan a comer cordero en un pueblo de la sierra una vez al mes. Van en caravana y con dos guardias civiles abriendo paso. Luego los aparcan en batería y se admiran los unos a los otros los cromados y pilotos, el volante y el escudito del fabricante abrillantado con Netol.
Tampoco de joven me gustaba ir a bailar con los amigos, me parecía un rollo, sobre todo tener que decir tonterías a unas pazguatas que en general me interesaban un soberano pimiento. Y por no gustarme tampoco me gusta ir de bares, con todo el ruido y el fumeque. La gente fuma como si fuera a caerles un meteorito antes de llegar al portal de su casa.
Ahora con la cosa de la edad comienzo a oír los cantos de sirena de las urbanizaciones para mayores. Se están poniendo de moda. Si se tienen unas perras ahorradas nada mejor que mudarse a una casita en un terreno acotado, con vigilantes y cámaras de seguridad, campos de golf y todo lo que se pueda apetecer en la tercera edad, o sea, de carcamal: servicios médicos, tiendas, restaurantes con motivos específicos: Viejo Oeste, Hawaii, Pompeya…piscinas climatizadas, gimnasios para hacer Pilates, Yoga y clínicas para estirar pellejos.
Naturalmente fiesta va y fiesta viene y consumo masivo de Viagra porque los setenta de ahora son los cincuenta de antes y hay que aprovecharlos a tope.
Horror. No quiero ni pensarlo. Antes de hacer algo así preferiría irme debajo de un puente a asar un pollo con Carpanta.
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